En un proceso no exento de tensiones y contradicciones, las tres fuerzas revolucionarias que contribuyeron a la caída de la dictadura fueron tejiendo la unidad que, con el liderazgo y la pedagogía política de Fidel, fraguó en la proclamación del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el 3 de octubre de 1965
Autor: Iroel Sánchez
Fidel Castro: «De modo que tengo la más profunda convicción de que la existencia de un partido es y debe ser, en muy largo período histórico que nadie puede predecir hasta cuándo, la forma de organización política de nuestra sociedad».
El exagente de la CIA Philip Agee declaró, en marzo de 1987, en una entrevista a la revista Zona Cero, citada por Alfredo Grimaldos en la página 150 de su libro de 2006 La CIA en España, publicado en Cuba en 2007:
«Dentro del Programa Democracia, elaborado por la Agencia, se cuida con especial atención a las fundaciones de los partidos políticos alemanes, principalmente a la Friedrich Ebert, del Partido Socialdemócrata, y la Konrad Adenauer Stiftung, de los democristianos. Estas fundaciones habían sido establecidas por los partidos alemanes en los años 50 y se utilizaron para canalizar el dinero de la CIA hacia esas organizaciones, como parte de las operaciones de ‘construcción de la democracia’, tras la Segunda Guerra Mundial. Después, en los 60, las fundaciones alemanas empezaron a apoyar a los partidos hermanos y a otras organizaciones en el exterior y crearon nuevos canales para el dinero de la CIA. Hacia 1980, las fundaciones alemanas tienen programas en funcionamiento en unos 60 países y están gastando cerca de 150 millones de dólares. Operan en un secreto casi total… Las operaciones de la Friedrich Ebert, del SPD, fascinan a los norteamericanos, especialmente sus programas de formación y las subvenciones que hicieron llegar a los socialdemócratas de Grecia, España y Portugal, poco antes de que cayeran las dictaduras en esos países e inmediatamente después…
En Portugal, por ejemplo, cuando el régimen de Salazar, que había durado 50 años, fue derrocado en 1974, el Partido Socialista completo apenas habría bastado para una partida de póker y se localizaba en París, sin seguidores en Portugal. Pero con más de 10 millones de dólares de la Ebert Stiftung, y algunas otras remesas de la CIA, el Partido Socialista Portugués creció rápidamente y en poco tiempo se convirtió en el partido gobernante».
Se supondría que después de caer una dictadura no debe venir el gatopardismo que permite a las mismas poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional (Fidel dixit), organizadas en partidos electorales, continuar la misma dominación por otros medios, como no solo ha sucedido en los países del Sur de Europa mencionados por Agee, sino en las modélicas «transiciones» de Chile y otros países latinoamericanos en que, luego de asesinar el suficiente número de izquierdistas, se crearon las condiciones para que jamás un proyecto de verdadera democracia popular vuelva a ser gobierno, y si llega a serlo e intenta algunas reformas al sistema sin quebrar lo que Lenin denominó «la máquina del estado burguês», ahí están los banqueros, los medios de comunicación y el aparato judicial para poner las cosas en «su lugar», como ha ocurrido en Brasil, Ecuador y Paraguay. Y si eso no fuera suficiente están listos, como en Honduras y Bolivia, el ejército y la policía con jefes entrenados en el Norte, al igual que no pocos jueces y periodistas, líderes del hoy muy extendido lawfare latinoamericano, inhabilitador de políticos y partidos cuyo único delito es tener posibilidad de ganar elecciones. En Grecia, cuna de la democracia y la cultura occidentales, el voto popular de nada sirvió para que los grandes bancos impusieran desde la Unión Europea un camino opuesto al elegido en las urnas por los ciudadanos.
De Norte a Sur y de Este a Oeste, los resultados electorales son respetados mientras no pongan en peligro la continuidad del capitalismo, de lo contrario, el chantaje financiero, las sanciones económicas y el golpe de Estado se encargan de la corrección.
El primer round circense del que tanto se habla por estos días entre los candidatos a la máxima magistratura estadounidense por los dos partidos que controlan la política en esa sociedad, siempre de acuerdo en lo esencial, sea la preservación del capitalismo o la necesidad de cambiar a Cuba, no es más que parte del espectáculo con que la negociación de las contradicciones entre los grandes grupos económicos se vende como democracia. Ahí están los correos electrónicos filtrados por Wikileaks en que Michael Froman, alto ejecutivo de Citibank, «propone» a quienes finalmente ocuparían cada cargo del gabinete del primer gobierno de Obama para saber cómo funcionan realmente las cosas. No es el partido de Trump sino el de Biden al que por dos veces le ha resultado inaceptable un programa como el de Sanders para un capitalismo más preocupado por lo social. Suponiendo que lo nominaran y triunfara, viendo lo sucedido en Grecia, ¿qué capacidad real de gobernar tendría?
La Revolución cubana no prohibió los partidos políticos preexistentes por su alianza con el régimen batistiano o su complicidad con las agresiones imperialistas, en los primeros meses de 1959 estos perdieron toda base popular y la mayoría de sus líderes abandonó el país a esperar que Estados Unidos se los devolviera. En un proceso no exento de tensiones y contradicciones, las tres fuerzas revolucionarias que contribuyeron a la caída de la dictadura fueron tejiendo la unidad que, con el liderazgo y la pedagogía política de Fidel, fraguó en la proclamación del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el 3 de octubre de 1965.
Cincuenta y cinco años después, seguimos teniendo en Cuba un Partido donde no mandan banqueros, ni en él militan periodistas, militares o jueces entrenados para servir a intereses extranjeros. La mayoría de quienes lo integran, incluyendo buena parte de los hombres y mujeres que lo dirigen, nacieron después de 1959 y para integrarse a él tuvieron que ser reconocidos y aprobados por una asamblea de trabajadores en su centro laboral, de estudios o unidad militar, bajo la exigencia de ser ejemplares. Cierto que a lo largo de estos años han existido en sus filas oportunistas y simuladores, pero son la lealtad, el sacrificio y la disciplina de la inmensa mayoría de su militancia los que han hecho posible que más del 86 % de los cubanos apruebe una Constitución que le otorga el carácter de «vanguardia organizada de la nación cubana». Son los que hemos visto en estos días encabezar la búsqueda de soluciones con que Cuba asombra al mundo para que nadie quede abandonado frente a huracanes y pandemias, y forman parte de un Partido que ha dado voz a cada ciudadano en el debate del futuro del país, ya sea sobre los Lineamientos para la imprescindible transformación hacia la eficiencia y sostenibilidad de nuestro socialismo, o acerca de la nueva Constitución ¿Cuándo fue que las democracias liberales hicieron algo semejante?
Profunda cultura política, permanente contacto con la realidad social y alta capacidad movilizativa y de producción ideológica, con una comunicación desburocratizada, son exigencias de un escenario cada vez más diverso y complejo en el que, lo que el Presidente Díaz-Canel ha llamado enjambre anexionista financiado desde Estados Unidos, busca articular un proyecto político que, con la combinación del bloqueo económico y el fomento de una sociedad civil opositora, a través de un sistema de medios de comunicación privados, retrotraiga el país al capitalismo. Las fundaciones que denunciaba Agee están listas para aprovechar nuestras grietas y han dedicado su tiempo a Cuba en eventos financiados por organizaciones como la Open Society Foudations, de George Soros. Allí han ofrecido su «experiencia en transiciones» al estilo de las ocurridas en Europa del Este, donde más de un régimen regresado a la democracia liberal y al pluripartidismo ha impuesto la prohibición de partidos y símbolos comunistas.
Pero una vez más lo decisivo no es lo que hagan nuestros enemigos, sino lo que seamos capaces de hacer nosotros. Como ha dicho el General de Ejército Raúl Castro, un Partido cada vez más democrático, que en las nuevas circunstancias continúe siendo garantía del poder político de los trabajadores, forjador de la unidad del pueblo alrededor de los postulados de justicia social, soberanía nacional y solidaridad internacionalista en que nos educó Fidel. Nada menos estará a la altura de sus fundadores, de la ética martiana y fidelista de su militancia y del heroísmo del pueblo con que ha nutrido sus filas.
¡Unidos, solo así fuimos, somos y seremos invencibles!
Desde la presentación hace hoy 55 años de su Comité Central, ha sido el Partido Comunista de Cuba expresión cimera de esa convicción. Más que una organización de vanguardia revolucionaria, ha sido guía y faro de cada paso dado por esta gigantesca obra.
Dígase Revolución y se dirá también consenso irrenunciable de sueños, esperanzas y anhelos. Qué es esta obra sino el fruto de sinceras inquietudes y esfuerzos individuales que devinieron motivo común, compartido y preservado en pos de un bien supremo: libertad.
No puede un solo hombre hacer la historia, ese camino excepcional lo hacen los pueblos, y es su sincera y humilde voluntad la que alimenta los más avanzados pensamientos, la sabia de los líderes, el abono imprescindible de los triunfos.
Sin importar el tiempo en que vivieron, supieron siempre los próceres cubanos el valor de sumar adeptos a una causa tan noble como la independencia de Cuba. Y aunque habitaban en sus discursos sinceros y valiosos pensamientos, que en no pocos casos estuvieron un paso adelante a su tiempo, su mayor grandeza estuvo en poner ellos mismos el pecho a las balas, literalmente hablando, porque siempre fueron nuestras luchas tan retadoras en el campo de batalla como en el plano ideológico.
Muchas lecciones dio la historia a los hijos de esta Isla, pero la mayor de todas, era que resquebrajar los lazos, entre revolucionarios, implicaba siempre de manera ineludible una carta de triunfo para el enemigo. Cada instante en que se impusieron las diferencias de pensamiento a los objetivos comunes de la lucha, retrocedimos un paso en el camino hacia el triunfo definitivo.
Por eso aquel que desde niño vivió en carne propia los horrores del colonialismo, que vio sus carnes adolescentes heridas por grilletes, que padeció el exilio como el más cruel de los castigos para un hombre, aquel que como patriota vivió, dedicó lo mejor de sus esfuerzos a acortar las distancias entre quienes, por encima de cualquier limitación, amaban a Cuba.
Unir a los revolucionarios fue la obra de su vida y el Partido Revolucionario Cubano, el estandarte de ese principio, sin el cual todos los intentos libertarios serían inútiles. La muerte de José Martí fue una irreparable pérdida, pero aun cuando la intervención carroñera del imperio puso en pausa una vez más la concreción de tanto sacrificio, él había dejado su legado.
Aun sin saberlo, cumplió el Apóstol su misión de demostrar a los cubanos que, por duro que fuera el camino para abrazar la libertad, si estábamos unidos no habría fuerza capaz de detenernos.
Y en vano trató el tirano de ahogar, entre represión y miseria, la irreverente postura de los cubanos frente a la injusticia. Y creyó que aquella bala de Dos Ríos se había llevado para siempre al mayor pensador de nuestros anhelos independentistas, pero a un pueblo se le pueden arrebatar muchas cosas, mas la historia vivida no estará jamás entre ellas.
No fue poca la sangre valiosa con la que mancharon sus manos los opresores, y sus oleadas de crímenes no fueron expresión de su miedo e impotencia, porque sabían que el destino de Cuba era la libertad y que, por mucho que intentaran subyugarla, nada podían hacer contra eso. El espíritu de los cubanos es un fuego inextinguible.
Martí volvió a nacer, y se diseminó como la pólvora de los fusiles mambises, y su verbo encendido volvió a ser cortante como el filo del machete. Y tuvo el Apóstol muchos rostros juveniles que se abrazaron a él, que lo convirtieron en hermano de batalla y lo devolvieron al lugar de liderazgo que siempre tuvo. Y con aquel renacimiento épico en el año de su centenario, se firmaba la sentencia de muerte del oprobio, porque ya nadie separaría a los cubanos. Desde entonces y para siempre, los revolucionarios serían un mismo corazón, un mismo brazo armado, sacrificio común por un ideal de justicia que ya no se aguantaba dentro del pecho.
Retomaron Fidel Castro y la Generación del Centenario aquel empeño de que Cuba toda se levantara por su libertad, y las alianzas establecidas devinieron fortalezas para que, en campos y ciudades, en la Sierra o el llano, dentro y fuera del país, abrazaran los patriotas una misma causa, porque todos y cada uno de ellos era imprescindible para limpiar nuestra tierra.
Cuando ese concepto fue asumido por la inmensa mayoría, estaba claro también que el triunfo sería cuestión de tiempo, porque no hay nada más poderoso que la decisión de un pueblo a ser libre.
Como avalancha creció el apoyo popular a sus «barbudos», miles de hogares cubanos sirvieron de refugio a los valientes clandestinos, y el humilde campesino dio abrigo en su bohío a los rebeldes y anduvo con ellos los enrevesados senderos montañosos.
Cuando al fin dejó de ser el triunfo un sueño y se hizo tangible realidad, inundó el pueblo las calles de la Isla, y en aquella caravana viajaron juntos los vivos y los mártires a lo largo del camino, quienes nunca serían recordados con lágrimas, sino con orgullo y agradecimiento eterno. Al frente, con Fidel, estaba también Martí, viendo a la nueva Cuba que obraría por el bien de todos.
Pero el triunfo no bastó, porque sabía el joven abogado que la unidad puede ser destruida, que sus cimientos no son invulnerables, y fue por eso que, desde entonces hasta hoy, y en el futuro, abonarla, fortalecerla, llenarla de nuevos bríos, fueron, son y serán tareas constantes de la Revolución.
Desde la presentación hace hoy 55 años de su Comité Central, ha sido el Partido Comunista de Cuba expresión cimera de esa convicción. Más que una organización de vanguardia revolucionaria, ha sido guía y faro de cada paso dado por esta gigantesca obra.
Uno, porque eso somos los cubanos, que por sobre todas las cosas amamos a la patria libre. Único, porque no nació para campañas, populismo o politiquería, nació para preservar los principios supremos de nuestra soberanía. Indestructible, porque nuestro partido es unidad y nadie va a echarla por tierra. Esta muralla de dignidad se levantó con todas las manos y son todas las manos las que siguen en alto para defenderla.
Si en más de cinco décadas se han estrellado los enemigos contra ella, no crean ni por un momento que algún día dejarán de hacerlo, porque los cubanos somos continuidad y mantenernos unidos es también herencia y tradición.
La constitución del Comité Central ofreció una base sólida a la concepción de Fidel acerca de la unidad ideológica y organizativa y del papel de la vanguardia política en la sociedad socialista; y consolidó la estructura orgánica del Partido, al disponer de órganos, organismos y organizaciones de base en toda la nación y en las instituciones armadas
La constitución del Comité Central en 1965 significó, como señaló Fidel, uno de los pasos más trascendentales de la historia de Cuba, el momento en que las fuerzas unificadoras fueron superiores a las fuerzas que dispersaban y dividían.
El día 3 de octubre de 1965 se constituyó el Comité Central del Partido Comunista de Cuba, hace exactamente 55 años.
Sin dudas, un acontecimiento histórico en la vida del país, cuyo valor trascendió el carácter propiamente partidista, al marcar el inicio de una etapa superior en la unidad de las principales fuerzas revolucionarias que lucharon contra la tiranía batistiana –el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario y el Partido Socialista Popular–, en la consolidación y fortalecimiento de la vida interna y la institucionalización del Partido y un peldaño superior en la dirección política de la sociedad.
La unión aportó, además, un valioso caudal de experiencias y de cuadros preparados, necesarios para la edificación socialista y para las complejas tareas de la Revolución en un contexto histórico caracterizado por el enfrentamiento constante a los planes desestabilizadores del imperialismo norteamericano.
La lucha por la unidad de las fuerzas revolucionarias y del pueblo constituyó el pilar de la estrategia política de Fidel antes y después de la victoria. Si en los años de la lucha insurreccional prefirió evitar las discusiones teóricas para centrar la energía en la aplicación de una concepción de lucha que demostrara ser la más correcta, convencido de que, en ese contexto, sería la práctica la que lograría resolver con menos desgaste interno las diferencias ideológicas y políticas de los distintos grupos revolucionarios; después del triunfo su accionar en pos de la unidad fue la brújula que condujo, a partir de los puntos coincidentes, primero a la discusión de las diferencias, luego a la coordinación de las actividades, después a la disolución e integración y finalmente a la unión.
La unidad daba fuerza, coherencia e integridad al proceso revolucionario frente a los intentos divisionistas permanentes de los enemigos de clase, quienes, inconformes con las transformaciones realizadas desde los primeros años, intentaban revertir el triunfo alcanzado y reinstalar el capitalismo en el país.
En la concepción estratégica de Fidel uno de sus elementos componentes y de mayor significación fue la organización del pueblo a través de la creación de un sistema de organizaciones de masa, juveniles, estudiantiles y culturales, que desde los inicios se fue desarrollando en la Isla, en la misma medida en que se trabajaba audazmente en la unificación de la vanguardia política encargada de la dirección de la sociedad. Con ello, la Revolución adquiría una extraordinaria fortaleza.
La constitución del Comité Central ofreció una base sólida a la concepción de Fidel acerca de la unidad ideológica y organizativa y del papel de la vanguardia política en la sociedad socialista; y consolidó la estructura orgánica del Partido, al disponer de órganos, organismos y organizaciones de base en toda la nación y en las instituciones armadas.
Días antes de su creación, a finales de septiembre, tras varias reuniones entre dirigentes partidistas de los comités provinciales, regionales y seccionales y secretarios de núcleos del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (Pursc) de todo el país, se procedió a la integración del Comité Central.
El 1ro. de octubre quedaron constituidos el Comité Central y el Buró Político, encabezados por Fidel y Raúl, como primero y segundo secretarios, respectivamente.
El día 2, el Comité Central ratificó las medidas acordadas por la antigua Dirección Nacional, al Buró Político, al Secretariado y a las comisiones de trabajo, así como también al compañero electo para el cargo de Secretario de Organización; además, adoptó dos importantes acuerdos, que a su vez habían sido sugeridos por aquella instancia de dirección, hacer un nuevo y único periódico de carácter político matutino, que llevaría el nombre de Granma, símbolo de nuestra concepción revolucionaria y de nuestro camino y otro aún más importante, a propuesta del propio Fidel, el de denominar al Pursc como Partido Comunista de Cuba.
No se trataba de cambiar el nombre del Partido por el simple hecho de denominarlo de otro modo. Se trataba de algo más esencial.
En los primeros pasos de la unión de las fuerzas revolucionarias, se crearon las Organizaciones Revolucionarias Integradas, con sus aspectos positivos y negativos; después, tras su disolución se fundó el Pursc, que si bien significó un progreso extraordinario en la creación del aparato político de dirección partidista, como precisó Fidel, daba todavía la idea de algo que era necesario unir, que recordaba todavía un poco los orígenes de cada cual.
Por otra parte, se había llegado a un grado tal de conciencia revolucionaria en que habría de desaparecer todo tipo de matiz y todo tipo de origen que distinguiera a unos revolucionarios de otros.
El Partido, tanto en nombre como en objetivos, tenía que identificarse con los objetivos de la Revolución. Por eso, cuando Fidel pregunta a los presentes... ¿cuál es, a juicio de ustedes, el nombre que debe tener nuestro Partido? Por aclamación unánime la respuesta fue ¡comunista!
El Comité Central quedó integrado por valiosos compañeros, quienes representaban a los portadores de las ideas socialistas, la extraordinaria labor en importantes sectores del país y la defensa de la Patria. Un Comité Central en el que como dijo Fidel:
«No hay episodio heroico en la historia de nuestra Patria en los últimos años que no esté ahí representado; no hay sacrificio, no hay combate, no hay proeza –lo mismo militar que civil– heroica o creadora que no esté representada; no hay sector revolucionario, social, que no esté representado. No hablo de organizaciones. Cuando hablo de sector hablo de obreros, hablo de jóvenes, hablo de campesinos, hablo de nuestras organizaciones de masa».
El pueblo cubano recibió con satisfacción el nombre del Partido y la composición del Comité Central.
El Partido Comunista de Cuba es heredero legítimo de la tradición patriótica y cultural de la vanguardia política cubana.
Del mismo modo en que Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano en abril de 1892 para preparar y dirigir la guerra sin la cual Cuba no alcanzaría la plena independencia; y Baliño y Mella fundaron el primer Partido Comunista de Cuba en 1925 para luchar contra el sistema capitalista y todos su males, Fidel fundó el Partido Comunista de Cuba para llevar adelante la Revolución y la construcción del socialismo.
En su concepción estratégica concibió la responsabilidad histórica de la organización partidista en la defensa y continuidad de la construcción socialista, en la importancia de la vinculación del Partido con las masas, en la necesidad de la dirección colectiva, la calidad y el carácter selectivo para el ingreso al Partido, la ejemplaridad de sus cuadros y militantes y, sobre todo, la capacidad para asimilar con espíritu crítico sus propios errores, en no imponer criterios ni suplantar la actividad del Estado o del Gobierno, pero no sentirse ajeno a los problemas de la sociedad.
La constitución del Comité Central significó, como señaló Fidel, uno de los pasos más trascendentales de la historia de Cuba, el momento en que las fuerzas unificadoras fueron superiores a las fuerzas que dispersaban y dividían, en que el pueblo revolucionario se unió estrechamente, en que el espíritu colectivo triunfó sobre todos los individualismos, alcanzado el grado más alto de unión y de organización con la más moderna, la más científica, a la vez que la más revolucionaria y humana de las concepciones políticas.
De la constitución
Artículo 5:
El Partido Comunista de Cuba, único, martiano, fidelista, marxista y leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, sustentado en su carácter democrático y la permanente vinculación con el pueblo, es la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado.
Organiza y orienta los esfuerzos comunes en la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista. Trabaja por preservar y fortalecer la unidad patriótica de los cubanos y por desarrollar valores éticos, morales y cívicos.