Cubadebate, 5 de Marzo 2020. Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz en las honras fúnebres de las víctimas de la explosión del barco “La Coubre”, en la intersección de la avenida 23 y 12, en el Vedado, La Habana, el 5 de marzo de 1960.
Compañeros y compañeras:
Hay instantes que son muy importantes en la vida de los pueblos; hay minutos que son extraordinarios, y un minuto como ese es este minuto trágico y amargo que estamos viviendo en el día de hoy.
Ante todo, para que no se considere que nos dejamos arrebatar por la pasión, para que se vea claramente que hay un pueblo capaz de mirar de frente, con valor, y que sabe analizar serenamente, que no acude a la mentira, que no acude al pretexto, que no se basa en suposiciones absurdas, sino en verdades evidentes, lo primero que debemos hacer es analizar los hechos.
En la tarde de ayer, cuando todos estábamos entregados al trabajo —los obreros, los empleados del Estado, los funcionarios del gobierno, los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, los estudiantes—; es decir, entregados a lo más honesto que puede entregarse un pueblo, entregados al trabajo para vencer las grandes tareas que tenemos por delante, una explosión gigantesca hizo estremecer nuestra capital.
Por ese instinto para penetrar a veces en las raíces de los problemas, los compañeros que estábamos trabajando en ese momento tuvimos de inmediato la preocupación de que algo grave había ocurrido en las plantas eléctricas, o en el cuartel de San Ambrosio, o en un barco con parque y explosivos que estaba en la capital desde horas tempranas.
Pero, como una especie de premonición, nos imaginamos que algo grave había ocurrido; que aquella explosión cualquiera que fuese el sitio donde había ocurrido, tenía que haber producido consecuencias desastrosas, y que muchas víctimas tendrían que haber ocasionado, como efectivamente por desgracia había ocurrido.
Lo demás, aquellos minutos de profunda pena y de angustia —aunque no de miedo— en la ciudad, todos lo conocen perfectamente. En primer término, la reacción del pueblo. El pueblo no se atemorizó por la explosión, el pueblo avanzó hacia la explosión; el pueblo no se llenó de miedo, sino que se llenó de valor y, aun cuando no sabía lo que había ocurrido, se dirigió hacia allí y hacia allí se dirigieron los obreros, las milicias, los soldados y los demás miembros de la fuerza pública, todos a prestar la ayuda que estuviese a su alcance.
Lo ocurrido no podía ser más trágico: el barco anclado en el muelle, en el instante en que estaba procediéndose a desembarcar la carga, estalló, desapareciendo virtualmente la mitad del mismo, y barriendo a los obreros y a los soldados que estaban realizando aquella operación.
¿A qué se debía aquella explosión? —se preguntarían muchas personas. ¿Sería un accidente? Es posible que para todos aquellos que no tengan experiencia o conocimientos en materia de explosivos, cupiera la posibilidad de un accidente. Se sabe que los explosivos explotan, y es posible imaginarse que puedan explotar fácilmente. Sin embargo, no es así. Y en realidad no resulta fácil que los explosivos estallen; para que los explosivos estallen es preciso hacerlos estallar.
Entonces, ¿de qué se trataba? Y la otra respuesta era que se podía tratar de un sabotaje, ¿pero un sabotaje cómo? ¿Y dónde? ¿Es que los sabotajes se pueden llevar a cabo en presencia de numerosas personas? ¿Es que los sabotajes se pueden realizar en presencia de soldados rebeldes y de obreros portuarios, en pleno mediodía? Si era un sabotaje, ¿cómo se pudo llevar a cabo aquel sabotaje? Y en primer lugar, ¿por qué un sabotaje y no un accidente?
¿Qué traía ese barco? Ese barco traía balas, y traía también granadas de fusil FAL contra tanques y contra personas. Las balas ya estaban en el muelle, ya no quedaban balas en el barco. Venían en la bodega de la popa, en la última división de la bodega, es decir, en el fondo de la bodega, y los obreros las habían extraído. Quedaba un compartimiento superior, que eran las neveras de esa bodega, convertida una de ellas en el compartimiento donde venían las granadas de fusil. La explosión no se produce mientras se operaba con las balas; la explosión se produce en el momento en que se estaban descargando las 30 toneladas de cajas de granadas de fusil.
Si en aquel barco no hubo incendio —porque una explosión se puede producir por incendio a bordo—, si en aquel barco no hubo incendio, ¿podía producirse la explosión porque se hubiera caído por ejemplo, una de las cajas?
En primer lugar, no es probable que cayera ninguna de las cajas, porque los obreros sabían lo que estaban cargando, y no era la primera vez que los obreros portuarios manipulaban esa carga; porque durante muchos años, explosivos y pertrechos se han estado manipulando en el puerto de La Habana, y nunca —que recordemos— se había producido explosión alguna.
Los obreros llevaban muchos años manipulando ese tipo de carga, y sabían cómo manipularla, y tomaban sus medidas, como era la de situar una malla sobre la tabla para evitar ni siquiera la posibilidad de la caída de una caja, y se tomaban tanto más interés cuanto sabían que eran pertrechos para defender la Revolución; y no era la primera vez que lo hacían, ya que hasta inclusive, en ocasiones anteriores, lo habían hecho gratuitamente, voluntariamente, sin cobrar un centavo, como contribución a la defensa del país.
Es decir que aquellos obreros sabían lo que estaban cargando. No era probable que una caja se cayera; pero aun cuando esa remota posibilidad hubiese ocurrido, aun cuando esa posibilidad hubiera ocurrido, ¿quiere decir que una caja de granadas estalla cuando se cae, que una caja de granadas puede estallar por una caída? y menos aun cuando se trata de una de las mejores fábricas del mundo, de armas y pertrechos que tienen que manipular los hombres en combate, y que por lo tanto tienen que estar revestidas de las mayores seguridades, y es prácticamente imposible que puedan estallar mientras se cargan, o mientras se manipulan, o mientras se van a disparar; y —que yo recuerde— durante toda la guerra lo más que podía ocurrir es que se lanzara una de las granadas y no estallara; pero lo que nunca supimos es que una granada hubiese estallado en el fusil, ya que esa granada, al ser impulsada, recibe el impacto del cartucho propulsor, que es un impacto fuerte, y un impacto que recibe ya sin seguro, un impacto que recibe ya sin seguro la granada, y sin embargo no estalla; lo más que puede ocurrir es que por deficiencia, por alguna deficiencia, no estalle al chocar contra el blanco. Lo que nunca supimos fue de alguna granada que estallara en la punta del fusil.
Entonces, ¿qué posibilidad tiene de estallar una granada al caerse una caja que la contenga? ¿Es que vienen las granadas sin seguro? ¿Es que vienen las granadas sueltas dentro de las cajas? ¿Es que esos productos se transportan sin seguridad para el que los manipula, para el que los carga y los descarga? Porque es preciso calcular cuántas veces se manipulan esas cajas desde la fábrica hasta los polvorines.
¿Es que podía considerarse lógico en algún sentido que, aun cuando ocurriese lo improbable, lo muy improbable, de que cayera una caja, pudiera estallar, es decir, explosión por accidente? ¡Nosotros podemos asegurar que es totalmente imposible!
Pero como no bastaban apreciaciones teóricas, dispusimos que se hicieran las pruebas pertinentes: y en la mañana de hoy dimos órdenes a oficiales del ejército de que tomasen dos cajas de granadas de los dos tipos diversos, las montaran en un avión y las lanzaran desde 400 y 600 pies, respectivamente. Y aquí están las granadas, lanzadas a 400 y 600 pies desde un avión, de las cajas de 50 kilos, es decir, 100 libras, lanzadas a 400 y a 600 pies; granadas exactamente iguales que las que venían en ese barco (muestra las granadas al público).
¿Tiene algún sentido suponer que pudiesen estallar al caer a ocho pies de altura, con todas esas condiciones de los seguros que tiene la granada y de los recipientes que apenas a esa altura si sufren alguna abolladura los recipientes, desde 400 y 600 pies, más la velocidad del avión?
A tal extremo, que las cajas penetraron varios pies en tierra por el impacto, y se destruyeron las cajas de madera sin que una sola de las 50 granadas que llevan dentro estallara. Y yo estoy seguro de que esa prueba se puede repetir cien o mil veces, y las granadas no estallan; porque los explosivos, para que estallen, hay que hacerlos estallar, y en la guerra muchas veces caían las bombas y no estallaban, y eran las que servían para abastecernos a nosotros de los explosivos con los cuales fabricábamos las minas, y nunca recordamos un solo caso del estallido de alguna de esas armas por accidente; siempre había que hacerlas explotar.
Luego, por accidente no puede haber sido, por accidente no puede haber sido; tenía que ser intencional. Había que descartar toda posibilidad de accidente, para aceptar lo único explicable: una explosión intencional.
¿Pero una explosión intencional cómo? ¿Se podía —como dije hace un rato— hacer un sabotaje en presencia de soldados rebeldes, de soldados veteranos rebeldes, que estaban presenciando la manipulación? ¿Se podía hacer un sabotaje en presencia de los obreros que estaban allí trabajando?
Si cuando se realizan esas operaciones se toman todas las precauciones, ¿cómo suponerse que a la luz del día y en presencia de obreros y de soldados alguien puede perpetrar un sabotaje?
Ese alguien tendría que ser, en primer lugar, un obrero, y carece por completo de lógica que nosotros vayamos a esperar un sabotaje de un obrero; porque los obreros, sin que le quepa duda a nadie, son defensores fervientes y decididos de nuestra Revolución. Pero como no se trata de apreciaciones teóricas, analicemos la posibilidad de ese sabotaje.
En primer lugar, los obreros son registrados, y son registrados para evitar que lleven fósforos o cigarros, son registrados para evitar que cometan una imprudencia; y no solo son registrados, sino que tienen un delegado, que observa el trabajo que van realizando.
Es decir que no solamente son registrados, sino que son observados por soldados y por sus propios delegados y sus propios compañeros. Eso es virtualmente imposible de realizar en tales condiciones.
Pero además, esos obreros son muy conocidos por sus compañeros, porque no son muchos, son de 12 a 18 los que pueden estar trabajando, y en ese caso era un número reducido allí y muy conocido el que estaba trabajando.
Y una circunstancia todavía más importante, y es que los obreros que trabajaban allí no sabían que iban a trabajar en ese barco. El barco llegó en horas de la mañana. El primer turno fue de 11:00 a 1:00, que trabajaron no en ese compartimiento donde estaban las granadas, sino donde estaban las balas, en el compartimiento de más abajo. Trabajaron de 11:00 a 1:00, y cuando fueron a trabajar, sencillamente llegaron al puerto y en el puerto les dan su turno en el barco que les corresponda, que ellos no saben cuál es, porque se rotan más de 1 000 estibadores, y lo mismo puede corresponderle en un barco que en otro.
El segundo turno recibe sus tiques a las 12:30 para comenzar a trabajar a la 1:00. Esos obreros, que era un grupo reducido entre más de 1 000, no sabían que iban a descargar aquellos explosivos. Es decir que no cabe suponer una premeditación, un plan, una preparación en esas condiciones tan difíciles. Es decir, tendría que realizarlo un hombre que fuera adivino, y que supiera que tal día, entre 1 000, le va a tocar desembarcar explosivos; tendría que tenerlo todo listo, tendría que burlar el registro, tendría que burlar la vigilancia de los soldados y tendría que burlar la vigilancia del delegado, para con esas precauciones llevar adelante un acto de sabotaje.
Condiciones que son imposibles; porque era como suponer que sobre el grupo de trabajadores revolucionarios que intervienen unos minutos en la tarea de descargar esas armas, que son para la defensa de sus intereses y de sus derechos, pudiera recaer la menor sospecha.
Luego, no por cuestiones de convicción moral, sino por análisis cuidadoso, por investigación minuciosa, por conversación detallada con todos los obreros, braceros y estibadores que allí participaron, sacamos la conclusión de que el sabotaje por ningún concepto podía haber sido realizado en Cuba. Los explosivos estallan en Cuba, pero el mecanismo que hizo detonar a esos explosivos no se instaló en Cuba; el mecanismo que hizo estallar el barco no pudo por ningún concepto haber sido instalado en Cuba.
Luego, había que analizar las otras posibilidades. ¿Posibilidad de que hubiesen sido los obreros, tripulantes del barco? Muy difícil, muy improbable; porque nosotros hemos interrogado uno por uno, y sobre todo muy cuidadosamente a las personas que tuvieron que ver con las bodegas, con la carga, con las llaves.
En primer lugar, las personas que tenían las llaves, que ese día abrieron las bodegas para comenzar la descarga, perecieron en la explosión; los oficiales del barco estaban en el barco cuando ocurre la explosión, y no es de imaginarse que alguien crea posible hacer estallar 30 toneladas de dinamita en un barco y salir ileso. Una parte grande de los tripulantes salvaron sus vidas, pero eso no quiere decir que nadie haya sido capaz de asegurar que al estallar 30 toneladas de explosivos en un barco pueda salir alguien con vida.
De los 36 tripulantes, solo había cuatro personas ausentes: tres mozos, después que habían servido los alimentos a la tripulación, y un engrasador que no estaba de servicio. Es decir que solamente cuatro personas estaban ausentes en ese momento, por razones absolutamente lógicas; los demás estaban en el interior del barco, incluyendo los dos pasajeros. Luego, era improbable que hubiese sido realizada aquella operación por algún tripulante del barco.
Y en la medida en que penetrábamos en la investigación del sabotaje, llegábamos a la conclusión de que fue preparado más distante; de que no fue preparado en absoluto, no pudo haber sido preparado en Cuba; de que era muy improbable que pudiera haber sido realizado por algún miembro de la tripulación, y que, sin embargo, las posibilidades aumentaban en la medida que analizábamos la carga o el cargamento del barco.
Aquí vigilábamos con el mayor esmero, porque eran armas en las que estaban interesados aquellos soldados y aquellos obreros; aquí sabemos los enemigos que podamos tener; aquí tomamos el mayor interés.
¿Pero cómo explicarse que a miles de millas de distancia y muy lejos de conocer nuestros problemas, en países que no están amenazados por actos de sabotaje, ni por explosiones, ni están agitados por convulsiones revolucionarias o por los esfuerzos de la contrarrevolución; en un país como Bélgica, que fue el punto de partida, sea tan difícil como aquí, que estamos en permanente vigilancia para evitar cualquier acto de sabotaje?
Y del interrogatorio del oficial del barco, el responsable de la carga, pudimos conocer cómo se había cargado aquella mercancía en presencia de ese oficial, y cuando él no estaba presente, de otro miembro de la tripulación, que en este caso no pudo precisar.
Es natural que en las condiciones de embarque era mucho más fusil y más practicable introducir algún detonante que hiciera estallar aquellos explosivos. Y por eso nuestra conclusión de que había que buscar al agente de ese sabotaje no aquí, sino en el extranjero; de que había que buscarlo donde las condiciones eran mucho más fáciles para preparar un acto semejante.
Un sabotaje y no un accidente, que no le quede duda a nadie
Es decir que había un hecho indiscutible, un hecho probado, y es que después que habían extraído más de 20 cajas, al mover alguna de las cajas restantes, es decir, al cargar una de las cajas siguientes se produjo la explosión. Cuando los obreros fueron a manipular alguna nueva caja —puesto que ya tenían más de 20 fuera—; cuando fueron a cargar alguna de las cajas restantes, se produjo la explosión, y esa explosión no podía ser por accidente, esa explosión tenía que ser intencional. Es decir que al mover alguna caja liberó el mecanismo de algún detonador, produciendo la explosión.
Todos, con mayores o menores detalles, conocemos que hay un sinnúmero de procedimientos para hacer ese tipo de trampas con explosivos que se usan mucho en la guerra, que al mover una gorra, o al mover un lápiz, o al mover una silla, se produce una explosión, puesto que es para un técnico perfectamente fácil situar entre dos cajas, debajo de una caja, cualquiera de esos mecanismos, y que al mover la caja se produjera la explosión.
¿Cómo venían las cajas en el camino? Venían en filas compactas, no podían moverse, porque esa carga se aprisiona una contra otra dentro de la bodega o dentro de la nevera, de manera que no puede moverse, es decir que no tienen espacio para moverse.
Un sistema de sabotaje como ese se podía realizar sin la menor preocupación de que estallara antes de desembarcar, porque eso fue lo que ocurrió, que ya habían sacado las primeras cajas y al sacar aproximadamente la caja número 30 es que se produce la explosión, que no podía ser por accidente —como hemos demostrado— y que tenía que haber sido preparada, porque esas cajas no estaban en las primeras filas, donde cualquier objeto se podía ver allí; era ya de las segundas o de las terceras filas de cajas; y al mover una de esas filas, al mover una caja, es que se produce la explosión.
Esa es la conclusión a que hemos llegado, y que no parte del capricho ni del apasionamiento; parte del análisis, parte de las evidencias, parte de las pruebas, parte de las investigaciones que hemos hecho, e incluso de los experimentos que hemos hecho para sacar primero la conclusión de que era un sabotaje y no un accidente. Y de eso tengo la seguridad de que no le queda duda a nadie; porque, ¿qué otra cosa podía esperarse?
