Frank País García: juventud que florece

HOMENAJE POR EL 60 ANIVERSARIO DE SU CAÍDA EN COMBATE

La etapa revolucionaria que inició con el asalto a los cuarteles de Bayamo y Santiago de Cuba, en la antigua provincia de Oriente tuvo como principales protagonistas a los jóvenes. Eran los universitarios, obreros, técnicos y campesinos que sentían la necesidad de liberar al país de la dictadura batistiana.

El camino de la independencia verdadera no podía ser otro que la lucha armada en las ciudades y montañas, pues el régimen pro-imperialista, corrupto y asesino impuesto al pueblo no solo había impedido cualquier vía constitucional, sino que se entronizó contra los civiles-fueran o no sus opositores-.

Como muchos otros en su época, Frank fue un joven alegre que gustaba de los bailes y de las salidas con las amistades. También escribía poemas de amor y sobre la vida, al tiempo que amenizaba con el órgano las congregaciones de la iglesia a la que acudía.

Asimismo, pasaba tiempo estudiando problemas políticos y la obra martiana, lo que le permitió ampliar sus conocimientos y tener un pensamiento avanzado acerca del futuro de Cuba y del socialismo.

Quienes lo conocieron personalmente afirman que era sensible y muy considerado, no solo con su madre y su hermano Josué, sino también con sus allegados y compañeros de causa.

En palabras de Vilma Espín, Frank tenía una concepción de la mujer que fue lo que posibilitó que pudiera trabajar exactamente igual que los hombres en el Movimiento, porque aunque él tendía un poco a protegerla del peligro, no hacía diferencias en cuanto a las tareas a realizar, a menos que fueran tareas muy duras físicamente.

Como líder, siempre estuvo adelante en las acciones, ya fuera en la recaudación de fondos para armas y otras provisiones a los combatientes en la Sierra Maestra, o en los planes de agitación y propaganda, pues el objetivo era extender la lucha revolucionaria a todo el país.

A propósito, le escribió a Haydeé Santamaría diciendo que solo le pedía a la vida que le diera un mes para poder dejar bien organizado el abastecimiento de hombres, armas y medios materiales a Fidel y su Ejército Revolucionario y la articulación de planes nacionales de acción y sabotajes que crearan un clima insurreccional insostenible para la dictadura.

Estas consideraciones indicaban su fervor patriótico, pero también la pureza de su espíritu y su valentía, que inspiraba a quienes lo rodeaban y daba confianza sobre su capacidad de dirección.

Cuando el 30 de junio de 1957 fue asesinado su hermano Josué por las fuerzas represivas de la dictadura, Frank le ordenó a su hermano Agustín que no realizara ninguna acción de respuesta a pesar del gran dolor que lo embargaba.

Una expresión de su profunda pena fue el poema "A mi hermano Josué, a mi niño querido", escrito en la madrugada del primero de julio:

“Cumpliste tu vida, tus sueños, moriste peleando y de frente ... Cuánto sufro el no haber sido el que cayera a tu lado, hermano !hermano mío! que solo me dejas, rumiando mis penas sordas, llorando tú eterna ausencia...”

Además de la entereza ante una adversidad como esta, el liderazgo de Frank se confirmaba por su precaución con los demás miembros del Movimiento en cualquier tarea que les encomendaba, así como en los lugares escogidos para su escondite con el fin de evadir los constantes registros y encerronas que llevaban a cabo los esbirros batistianos. Hasta cuando él mismo se encontraba en peligro, nunca alarmaba a nadie para evitar situaciones más complejas o la pérdida de un combatiente.

Todos los compañeros temían por su seguridad, pues Frank estaba identificado por los cuerpos policiales, como consta en la carta enviada por el coronel Carratalá, jefe del Departamento de Dirección de la Policía Nacional al Ayudante General del Ejército, de la Ciudad Militar de Marianao. En la misiva se exponían antecedentes “demostrativos de sus actividades subversivas contra los poderes del Estado” y sus vínculos con el alzamiento del 30 de noviembre en Santiago de Cuba y con Fidel, al tiempo que se especificaba que era el jefe del Movimiento 26 de Julio en Oriente y que no aparecía “reclamado por autoridades judiciales”. 

La propia tarde del 30 de julio Frank estaba despachando con el jefe de Acción de Guantánamo Demetrio Montseny “Canseco”, y con el dirigente obrero José de la Nuez “Basilio”. En aquel momento le llegó la información de que estaban registrando la zona por órdenes del Teniente Coronel José María Salas Cañizares, quien  desde su llegada a Santiago de Cuba en mayo de ese año, se había ganado el sobrenombre de “Masacre” por el asesinato de los revolucionarios Roberto Lámelas, Joel Jordan, Salvador González y Orlando Badell.

Raúl Pujol fue informado por una vecina de que había un gran despliegue de fuerzas cerca de su casa y pidió permiso en la ferretería Boix donde trabajaba para ir a alertar a Frank y a sus acompañantes. Luego solicitó permiso a los esbirros para que Montseny y De la Nuez salieran en contra del tránsito en el carro en que andaban. Montseny trató de que Frank se fuera con ellos, pero él le dijo firmemente: “No te preocupes, Canseco, yo soy Francisquito Buena Suerte, no me va a pasar nada. Váyanse tranquilos. Recoge el dinero para que se puedan comprar las armas y el parque que Fidel necesita y tú, Basilio, sigue reforzando el movimiento obrero”.

Un soldado con arma larga desde un balcón les dio el !Alto! y, al registrarlos, le encontraron a Frank la pistola calibre 38 que portaba. Rápidamente llegaron más esbirros deseosos de asesinar.

Allí estaba lo peor de la dictadura en Santiago de Cuba: el Capitán Bonifacio Haza, los Tenientes Ortiz y Garay, y con ellos Luis Mariano Randich, quien había sido estudiante de la Escuela Normal para Maestros y conocía muy bien a los estudiantes devenidos revolucionarios.

A pesar de que los otros combatientes fueron avisados y acudieron al rescate, cuando estuvieron cerca del lugar sintieron los múltiples disparos contra Frank y su compañero Raúl Pujol.

Los asesinos pretendían infundir miedo en la población con aquel hecho brutal y para aparentar que los jóvenes se habían resistido les colocaron los revólveres al lado de sus manos.

A través de la prensa y de los conocidos, todo el pueblo santiaguero conoció lo ocurrido. Se organizó una peregrinación masiva hasta el cementerio de Santa Ifigenia para rendir tributo a tan valerosos hijos y demostrar el repudio a la tiranía.

Desde la ciudad y sus localidades aledañas hasta otras provincias de Cuba, la indignación se convirtió en manifestaciones, en respeto profundo por los mártires y en convicción de lucha.

Frank fue despedido con un brazalete del 26 de Julio en el pecho, su uniforme verde olivo y con una escarapela roja y negra con las tres estrellas de Comandante en Jefe del Ejército Revolucionario del 26 de Julio.

Quizás el tirano Fulgencio Batista y sus tropas pensaron que iban a acabar con el ejemplo y la obra de quienes se le opusieron desde el 10 de marzo de 1952, cuando el golpe de Estado cerró de un “zarpazo” las puertas de la democracia, de un cambio en beneficio popular y de la soberanía de una nación.

Pero se equivocaron. En lugar de temor, aparecieron banderas cubanas y del 26 de Julio, consignas de “Libertad o Muerte” y vivas a la Revolución. Era el reclamo de un pueblo que se negaba a ser doblegado a punta de armas.

Como expresara Fidel al recibir la trágica noticia, “lo cazaron cobardemente (…) valiéndose de todas las ventajas (…) para perseguir a un luchador clandestino”.

Y aunque los esbirros no tenían idea de “la inteligencia, el carácter, y la integridad que asesinaron”, nunca se ahogó el ímpetu del luchador incansable, del paradigma de revolucionario.

Porque cumplió bien en el momento histórico que le correspondió vivir, Frank se ha multiplicado en muchos jóvenes de generaciones sucesivas que se empeñan en transformar su realidad para el progreso común y con el amor a su Patria por encima de todo.

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