Cuentan que, a los tres años de edad, cuando aún vivía en la casa pastoral, Frank País miraba desde una escalera al patio de la escuela José Martí, para escuchar a los niños cantar el himno nacional y verlos saludar la bandera. Así podría empezar a comprenderse ese innato espíritu de justicia que entra en ebullición ante las desigualdades de la época, y que estalla tras el artero golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.
Convertido prematuramente en hombre más de acción que de palabras, se empeñó en nuclear a lo mejor de los estudiantes. Una vez graduado de maestro y a falta de organizaciones despojadas de vicios tradicionales, con solo 18 años sueña crear la que responda a sus planes conspirativos, cuando en la madrugada del 26 de julio de 1953 lo despierta el tiroteo desde el cuartel Moncada.
Como refirió el General de Ejército Raúl Castro Ruz: «Después de aquella acción y la matanza que le siguió, Frank agrupó a lo mejor de la juventud santiaguera… Él quiso continuar la lucha en cuyo inicio no había participado, y cuando se crearon las condiciones con la mayor naturalidad (…) puso a sus combatientes y se puso él mismo bajo las órdenes de Fidel…».
Prueba contundente del alto sentido de la responsabilidad y su liderazgo en la lucha clandestina, fue el cumplimiento, el 30 de noviembre de 1956, de la misión de levantar en armas a Santiago de Cuba, para apoyar el desembarco del yate Granma. En los ocho meses que seguirían, hasta el instante de su asesinato, Frank fue un huracán indetenible en la reorganización de las fuerzas, la ampliación de la lucha y el cumplimiento del compromiso con Fidel de enviar refuerzos en hombres y armas a la Sierra Maestra.
Había dicho una vez: «el día que quede un solo cubano que crea en esta Revolución, ese cubano seré yo», y en el cabal cumplimiento de aquel principio viril que forjó para sí mismo, ofrendó la vida suya.
Testigos de la detención, junto al fiel Raúl Pujol, afirman que nunca vieron un rostro más sereno ni tanta valentía como en aquel joven de 22 años que encaró a sus asesinos. Al preparar el cuerpo del hijo, la estoica madre dijo contar hasta 32 disparos, que no siguió porque sentía que le dolían.
Al escalar la noticia los picos de la Sierra, unos trazos de tinta rasgaban el papel enviado a Celia: «¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado. No sospecha siquiera el pueblo de Cuba quién era Frank País, lo que había en él de grande y prometedor».
Cuba sabría más después; pero Santiago, en un cortejo jamás visto allí, lo había llevado al reposo en sus hombros. ¿Por qué aquel mar en la espontánea despedida? Raúl lo sintetizó después: «…era el tipo de hombres que penetran hondo y definitivamente en el corazón del pueblo».
Por debajo de la conocida explosión externa del santiaguero hay una espiritualidad presente en miles de detalles que hay que descubrir…
Subversivos, conspiradores y clandestinos
Fue avisado del cerco, y esta vez no pudo sortear la cacería. Ya en la calle caminaba con Raúl Pujol, pero el delator cumple el macabro encargo... La noticia vuela por aquellas calles y en la Sierra Fidel anticipa: «No saben lo que han hecho». No podían imaginar que les esperaba. Frank solo, sin armas, sin decir nada, levantó a una ciudad completa. Estalla, junto con el dolor, una multitud desafiante en un entierro que recorre toda la ciudad y enseguida la resistencia inesperada: una huelga espontánea. Frank, también Cristian, Salvador o David, él solo es capaz de levantar otra vez a esta ciudad. Ese 30 de julio es una pista, una clave entre otras muchas, que permiten acercarse, tratar de entender este enclave, más espiritual que geográfico, que es Santiago Cuba.
No sé si responsabilizar a la patrona de Cuba, la virgen mambisa o sencillamente la Virgen del Cobre, por hacer coincidir tantos elementos esenciales para Cuba en Santiago. Tal vez sea el azar. Tal vez el calor. Quizá, lo más probable, es la sabia combinación de ingredientes, mescolanzas (como el pru) que solo esta ciudad es capaz de crear… «¡No es suerte!», desafía Fátima Patterson, «las hemos luchado», y con ella estoy oyendo a la ciudad repetirlo. Todos estamos atrapados por «sentir la pasión por Santiago» que cantaba Matamoros.
Por debajo de la conocida explosión externa del santiaguero hay una espiritualidad presente en miles de detalles que hay que descubrir… Acta bautismal de Paul Lafargue en la Iglesia de Santa Lucía, adivinar a Heredia en su casita que dice poco de ese poeta. Ahí están las huellas de Francisco Prats; ilustres refugiados de la guerra civil española, sobre todo catalanes, se asientan en Santiago. Otro republicano: Arturo Campanal, que acoge y protege en Siboney a Ciro Redondo y a Marcos Martí, los dos jóvenes y asaltantes del Moncada.
Historias o pasajes de la vida de alguien en la lucha clandestina y Santiago. Hay tanta fuerza y tan diversos conflictos que sería una verdadera pérdida no conocerlos y desatar nudos. Es entonces que nace o sale una fuerza que habita en cada uno de nosotros cuando se vive en medio de ese terremoto que es una revolución y uno está en el epicentro. ¿Qué se sabe, qué pasaba en la casa de Ramona y María?, las Ruíz Bravo. ¿Y de la calle San Gerónimo? Se alberga en cada casa un nido más conspirativo. María Antonia Figueroa. Asociamos este nombre nada más con el M-26-7, y olvidamos su magisterio en la escuela pública Spencer. ¿Quién es Cayita Araujo? Llena de gracia, picardía y de vivencias es fijada por Felipito Bernaza para siempre en su filme…, todos ellos atrapados por «sentir la pasión por Santiago» que cantaba Matamoros.
Nadie tiene una predilección por la violencia, no entre los que conocí en mi adolescencia. Uno se ve empujado a ella y eso te marca, deja huellas. Hubo en Santiago esbirros para quienes el terror era un gozo, un ejercicio de poder, uno en particular, y cada vez que asesinaba a un joven iba a comerse una ración de pollo frito, podía ser más de una, dependía de cuántos había asesinado, le decían pikinchiking.
A medio camino de la Granjita Siboney y del Cuartel Moncada, en la Loma de San Juan, hay tres Monumentos: al soldado español, al soldado estadounidense desconocido y al mambí victorioso; pero es este último quien marca la vida del futuro escultor Alberto Lescay, que con sus dos piezas sintetiza ese estado mental y permanente de la ciudad. Creo que los machetes al viento, desafiantes, de la Plaza de la Revolución santiaguera, y en El Cobre la presencia intensa y monumental del
Cimarrón, se consagra y atestigua en una gran «nganga», la mezcla que somos y seguiremos siendo los santiagueros, los nacidos y los adoptados.
Esta ciudad seduce a sus creadores, los posee para que se expresen, lo que sea, lo que toque en cada momento, que cante y baile. ¿Cómo explicarse la urgencia que siente José Soler Puig por contar enseguida, en ese año 59, el horror y martirio de los jóvenes luchando en sus calles? Santiago quiere que nada se olvide, pero nada. La carga de intensidad de aquellos meses es lo que nos atrapa y sorprende en Bertillón 166. Se revive la angustia, el dolor, el miedo y la resistencia.
Pirandello decía que la realidad puede permitirse ser inverosímil, pero el arte no. Ser clandestino, vivir como clandestino, implica no solo tener otros nombres, es forjarse otras identidades, y pienso que es lo que más se acerca al cine, al crear otra realidad desde la realidad que es el arte; una realidad invadiendo las pantallas, aun aquella que no se ve, pero sentimos.
Las imágenes no mienten. La violencia extrema que envuelve e involucra a toda la cuidad y no hace distinciones. Las imágenes no mienten. El rostro duro, acusador, de un grupo de mujeres sostiene una tela: «Cese el asesinato de nuestros hijos». Veo a Cira Ferrer, a Herminia Gray, la madre de William, negros y blancos, pobres y ricos, en la acera Vilma es testigo… La policía no se atreve. Hay otra. Dos asesinos: Masacre y Salas Cañizares arrastran a Gloria Cuadras por el parque Céspedes. Gritamos: «¡Asesinos, suéltala!». Siguen y se la llevan presa.
1959. Acaba de nacer el cine cubano, que germina impactado por esa conmoción de la lucha armada. Meses después se rueda en la cuidad Los novios, del director Jomi García Ascot. El Icaic buscaba en Santiago una historia y me interrogan, me entrevistan porque yo –me argumentaban– era una adolescente respondona del m-26-7, y porque se quería contar una historia de amor posible entre dos jóvenes clandestinos. Después fue David, de Enrique Pineda Barnet. Está fresca la memoria, se siente todavía la atmósfera cargada de esa tarde del 30 de julio y del día siguiente. El director consigue atrapar, en el escenario de la ciudad, en una sucesión de testimonios, revelarnos quién es Frank. Me explico aquella explosión rebelde de aquella ciudad que lo intuía…. Veían a David, la película, la imagen de su héroe.
El Santiago que yo viví estaba lleno de misterios, de callejones y escaleras, y es la Placita de Santo Tomás, mi calle San Bartolomé y el horror de amanecer un día, muchos días, con la noticia de que tus vecinos han sido asesinados, como Frank, a quien veía pasar siempre. El joven revolucionario de mi película Ciudad en Rojo no es Frank y es Frank. No fue concebido así por Soler, sino por mí, y la frase de Unamuno: «La fe que no duda es fe muerta», es clave, y creo que podía ser compartida por él. Es una aspiración que arropará a toda la película.
Épica revolucionaria y música. Los Hoyos y la conga que añora Micaela. Tal vez ya tiene lo que fue a buscar a otro lugar, pero le falta la música, arrollar por las calles como nos cuenta y canta Ricardo Leyva. Iré a Santiago, reverencia Federico García Lorca, atrapado por santiagueros y santiagueras viviendo, es una atmósfera real que Sara Gómez quiere que esté en su documental. Para unos es Los Hoyos, para otros la Placita, o la Kimona, barrios como Chicharrones, Mejiquito y Vista Alegre, Trocha y Martí, el Parque Céspedes y Bacardí, el intelectual y el ron, nostalgia espiritual donde fluye la vida cotidiana de la cultura, y la vida subversiva, clandestina, pero real.
Fragmentos del discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro, en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba, el 30 de julio de 1959
«Por eso los días como hoy venimos a hablar de los caídos, de los que lo dieron todo, de los que no recibieron otro premio que el premio a que aspiraban: a la felicidad de su pueblo, premio que todos tenemos hoy.
«Un día como hoy no venimos sino a hablar bien de nuestros caídos y a recordar el deber a los que no cayeron. A esta generación hay que pedirle el máximo. Esta ha sido la generación más afortunada de nuestra historia. Debe, por tanto, aspirar a ser la más preparada y la más virtuosa (…).
«Aquí, en esta tierra, en la entraña de esta tierra, están enterrados los restos de nuestros muertos. Y si les arrancaron a ellos la vida, y si el precio del triunfo fue las vidas que les arrancaron, las vidas podían arrancárselas, ¡pero las ideas y el ideal por el cual cayeron no podrán arrancarlos! ¡El recuerdo no podrán arrancarlo!
(Fragmentos del discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro, en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba, el 30 de julio de 1959)
