Granma, 14 de Mayo 2020. ¿Cómo se explica que quienes en momentos determinados cantaban al hombre, la Patria o musicalizaban versos progresistas, ahora sucumban ante un enemigo de tan poca monta: el dinero fácil?
La izquierda, en política, tiene muchas implicaciones y retos por parte de quienes con ella se identifican. El arte ha tenido no pocos exponentes de pensamiento firme y convicciones afines y han marcado diferencias con sus homólogos en el bando opuesto. Pero, en la música, han ocurrido algunos fenómenos que han devenido verdaderos oportunismos o, en algunos casos, claudicaciones pírricas en pos del simple mercantilismo. ¿Cómo se explica que quienes en momentos determinados cantaban al hombre, la Patria o musicalizaban versos progresistas, ahora sucumban ante un enemigo de tan poca monta: el dinero fácil?
En la historia reciente cubana –musicalmente hablando–, muchos artistas hispanoamericanos se vincularon con nuestras instituciones y con el torrente artístico, con conciertos, largas temporadas de giras y hasta discografía, que fueron comunes durante muchos años. La razón fundamental –aunque no la única– de esos acercamientos fue que la mayoría de sus países estaban gobernados por sangrientas dictaduras y algunos debieron exiliarse en Cuba o en otros lugares para no ser asesinados o perseguidos: pesaba, y mucho, el recuerdo triste de Víctor Jara y otros asesinados mucho antes del golpe de 1973 en Chile y, siendo justos y revisitando la historia desde la horizontalidad que nos proporciona el presente, muy pocos querían ser mártires. Cuba fue el faro, la madre que acogía con amor, el lugar seguro, el sistema donde el altruismo era posible: Cuba era la casa que no tenían.
Recuerdo personalmente al extraordinario Alberto Cortéz en mi adolescencia, cuando mi madre me llevaba a disfrutarlo en el Karl Marx varias veces al año, y lo sentíamos como uno más. Recuerdo su atuendo negro en cada presentación como protesta y duelo por su país, Argentina. Recuerdo sus lps, sus entrevistas, su amor por Cuba, y sus más hermosas canciones. Pero un buen día dejamos de verlo actuar y su voz dejó de cantarnos, su realidad fue otra y Cuba pasó a ser dictadura en vez de casa. Alberto, y otros de los que a nosotros acudieron siguieron teniendo una ascendente carrera musical, pero cambiaron su discurso político. Algunos de los que denostaban al franquismo, y solo lo combatieron a distancia, perdieron la brújula y Cuba se les convirtió en la herejía. Olvidaron su militancia comunista, se desprendieron del ropaje izquierdista y pidieron fuego inquisidor contra el país que alguna vez les dio seguridad y esperanzas. El hedor del dinero asomaba su visible cara y un guiño fácil del neoliberalismo los sedujo de vuelta a sus países, nada les quedaba de posiciones contrahegemónicas ni críticas. Los hubo que, habiendo vitoreado a Cuba, comenzaron a defenestrarla, los que nunca tuvieron el valor de enfrentarse a cárceles o balas, quienes antes cantaban a Neruda y a Martí. ¿Cómo pudieron defender un discurso nacionalista y luego integrarse a un sistema monárquico? ¿Cómo podían exigir la entrega de tierras a campesinos y después apoyar el latifundio y la propiedad privada a ultranza? El oportunismo, amigos míos, también navega por aguas oscuras y solo el tiempo impone orden y desenmascara a fariseos.