Adelante, 10 de Mayo 2020.- No, tampoco podrá robarnos la alegría de mañana. Cierto, este año será diferente. Una de mis amigas no podrá apretar a su hermana en “su” primer segundo domingo de mayo. Otra llenará de flores la casa ante el cierre temporal del camposanto donde conversa con la abuela que la nombra. Aquella bailará sola, o con pocos, porque la rumba “grande” la harán no saben cuándo, cualquier día de cualquier mes en que hayamos vencido juntos esta nueva adversidad.
Será un domingo diferente y, en cambio, uno como tantos. Muchas madres celebrarán, otra vez, lejos de los suyos, entregadas a los otros “suyos”: en el Hogar que ahuyenta el desamparo, en el hospital que salva, en la frontera que resguarda. Ante sus sacrificios cotidianos, ante hijos que cotidianamente las esperan, se empequeñece la distancia que nos imponemos todos ahora como única salvación.
Y no faltará el cariño. Abrazos virtuales y besos telefónicos y postales digitales… será una celebración distinta, pero un amor igual, ese que se cultiva y se da todos los días, y que en estas jornadas se resume en cuidarnos, desde lejos, o en la visita semanal para pertrechar provisiones a los ancianos de la familia, o en las horas que en la vida “normal” no nos alcanzan y ahora podemos dedicarnos, madres e hijos, madres y padres, tías y sobrinos, abuelas y nietos. Que también eso podemos aprenderlo, que todos los días pueden ser mayo.