Hablar de Cuba es hablar de alma, de ritmo y de raíces profundas. Es hablar de una tierra que canta incluso en el silencio, que baila incluso en la tristeza, y que nunca olvida de dónde viene.
Nuestra cultura es un mosaico de colores, sonidos y tradiciones que se entrelazan como las hebras de una palma bajo el sol del Caribe.
Del encuentro de pueblos y caminos nacieron nuestras raíces: el latido africano, el alma española, la huella taína y el espíritu mestizo que nos define. De ese crisol surgió el son cubano, ese ritmo sabio y contagioso que no solo se baila, sino que se siente en la piel y en el corazón.
Es el toque de los tambores el que despierta el alma del barrio, el que llama a la rumba, el que hace que los pies se muevan sin permiso y que la sonrisa aparezca sin razón.
Y es el sazón de la mulata cubana, con su gracia natural y su alegría desbordante, el que da vida al baile, al canto y a la historia viva de nuestro pueblo.
Y junto al son, otras dos columnas sostienen nuestro orgullo: el tabaco y la caña.
El tabaco, símbolo de elegancia y tradición, aroma que ha llevado el nombre de Cuba a cada rincón del mundo. La caña, raíz dulce y amarga, testigo de trabajo, de historia, de sacrificio y de esperanza. Entre sus surcos creció también nuestra identidad.
Hablar de Cuba también es hablar de arte y grandeza, de la tierra del genio musical y del danzón, del verso de Martí y del paso eterno de Alicia Alonso, la bailarina inmortal que convirtió el ballet en poesía, llevando a Cuba sobre sus puntas al escenario del mundo.
Cuba es sabor y poesía, es un pueblo que se levanta cada día con la fuerza del sol y la sonrisa en los labios. Somos herederos de una historia valiente, guardianes de una cultura que no se apaga, porque vive en la música, en la danza, en la palabra y en el corazón de cada cubano, esté donde esté.
Pero también somos patria, somos la tierra que inspiró a hombres y mujeres a luchar por su libertad, a levantar la bandera con orgullo y defenderla con el alma.
Nuestro Himno Nacional nos recuerda que morir por la patria es vivir, que el honor no se entrega y la dignidad no se vende.
Nuestro Escudo, con su palma real firme y erguida, es símbolo de paz, de fortaleza y de esperanza.
Y nuestros campos cubanos, verdes y fecundos, son el reflejo de nuestra abundancia espiritual, donde florecen la caña, el tabaco, el café y también los sueños del campesino que labra la tierra con amor.
Cuba es ritmo, es alma, es raíz.
Es tambor y son, es tabaco y caña, es bandera y corazón.
Y en su esencia late, firme y eterna, la voz de un pueblo que nunca se rinde, que baila con alegría, que canta con orgullo y que proclama al mundo entero:
¡Yo soy cubano, y llevo a mi patria en el corazón!
