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Todo parecía perdido. Todo parecía hundirse y que diez años de lucha, repletos de sacrificios terribles, se convertirían al final en un impulso sin sentido. Semanas antes de aquel marzo de 1878 se había firmado la capitulación, suavizada con el nombre de pacto, en una finca del Camagüey llamada Zanjón.

Pareciera una broma de mal gusto, aunque sin dudar se trata de otro ataque a nuestras esencias y símbolos; olvidan el ideal de lucha por el que tanta sangre hemos derramado y apuntan, como dijera un periodista cubano, al corazón mismo de nuestra juventud.

No son los primeros, ni serán los últimos en hacer trueques con los enemigos. Les haría bien mirarse en el espejo de aquellos que se quedaron esperando el día, que según ellos venía llegando.