El legado de Fidel, nosotros mismos

Por Liurka Rodrìguez Barrios, Embajadora de Cuba en el Reino de Cambodia

Yo vi a Fidel por primera vez en los padres de mis padres, que me contaron sobre sus esperanzas en aquel joven barbudo que bajó de la montaña mayor con promesas de escuelas, hospitales, tierras y más de mucho que los viejos no creían posible: inclusión de su negra raza en el destino promisorio de una nación. Y en consecuencia, agradecidos, los abuelos dieron sus hijos a esa causa. Algunos volvieron maestros, otros se fueron a Angola y regresaron sin más preseas que sus medallas de combatiente.
 
Después me tocó ver a Fidel en los demás, en la profesora que habló de su obra, de su sacrificio ilimitado junto a su Ejército Rebelde, hasta que pude verlo, por fin,  en sus frases, en su voz y su imagen de verde olivo que marcó el color de mi infancia, y en aquella estrofa de pioneros, como regalo de su cumpleaños 60: “...no quisiera tener un modelo mejor, que el que usted con razón, Comandante, ha sembrado en nuestro corazón”.

Con los años seguí viendo a Fidel en la mocha de los millonarios azucareros, en el surco de los campesinos, en las medallas de los deportistas, en el casco de los constructores, en el lápiz de los estudiantes, en la boina de los soldados, en los proyectos de los científicos, en altares de creyentes, en el escaño de los diplomáticos, en la rima de los poetas, en las cuerdas de una guitarra…
 
Pero lo vi más cuando se rompieron aquellos muros de los 90, y tuvimos que asegurar los nuestros frente a las más angostas tempestades, sin más aliento que el de Fidel y sus fieles compañeros de lucha, al amparo de nosotros mismos, su legado.

Puedo seguir relatando todas las veces que volví a ver a Fidel porque su presencia es sempiterna, pero me detengo en una de las visiones mayores que he tenido de su estampa, en Vietnam, y más profundamente, en el corazón de ese pueblo por quien aprendimos —nacidos o por nacer— a dar hasta nuestra sangre.

Y vi también a Fidel en la inspiración de un centenar de médicos, enfermeras, y otros profesionales de la Salud que integraron la brigada médica cubana del Contingente Henry Reeve, y cuya asistencia, entre otras tantas, a las víctimas de un terremoto en la isla de Java, Indonesia, quedó incrustada entre sus templos milenarios. Por estos días también amanece su rostro en los cientos que han marchado a reducir los embates de una nueva epidemia.

Vi a Fidel en los haitianos, hoy con menos dolor por la mano tendida desde Cuba para las curas del cuerpo y del alma.

Y ahora veo a Fidel en Cambodia, en el recuerdo de la amistad infinita con sus líderes histórico, en el agradecimiento de una generación de camboyanos, que valora su aporte a la revitalización del sistema de salud, tras superar momentos terribles de la historia de este reino asiático, entre otras contribuciones. Lo veo en las autoridades, aún en ejercicio, que lo conocieron y expresaron personalmente el eterno agradecimiento. Lo veo en los jóvenes que regresan cada año de las universidades cubanas, y que aseguran volver distintos.

Aun cuando han pasado cuatro años de su partida física, he visto a Fidel en los hombres y mujeres que han estampado su compromiso, de seguir siendo files a su legado, que significa, otra vez, ser fieles a nosotros mismos. Veo a Fidel en el grito irredento de Hasta la Victoria Siempre, continúa anclado en las sienes de la Patria, imbatible.

(texto esctrito en 2016 y actualizado en 2020)

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Solidaridad
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