10 de octubre se cumplen 155 años del inicio de la primera de las luchas independentistas cubanas: la Guerra de los Diez Años.

Foto tomada del sitio Cubadebate

“Al levantarnos armados contra la opresión del tiránico gobierno español, siguiendo la costumbre establecida en todos los países civilizados, manifestamos al mundo las causas que nos han obligado a dar este paso, que en demanda de mayores bienes, siempre produce trastornos inevitables y los principios que queremos cimentar sobre las ruinas de lo presente para felicidad del porvenir.

Nadie ignora que España gobierna la isla de Cuba con un brazo de hierro ensangrentado; no solo no la deja seguridad en sus propiedades, arrogándose la facultad de imponerle tributos y contribuciones a su antojo, sino que teniéndola privada de toda libertad política, civil y religiosa, sus desgraciados hijos se ven expulsados de su suelo a remotos climas o ejecutados sin forma de proceso, por comisiones militares establecidas en plena paz, con mengua del poder civil.

La tiene privada del derecho de reunión, como no sea bajo la presidencia de un jefe militar; no puede pedir el remedio a sus males, sin que se la trate como rebelde, y no se le concede otro recurso que callar y obedecer.

La plaga infinita de empleados hambrientos que de España nos inunda, nos devora el producto de nuestros bienes y de nuestro trabajo; al amparo de la despótica autoridad que el gobierno español pone en sus manos y priva a nuestros mejores compatriotas de los empleos públicos, que requiere un buen gobierno, el arte de conocer cómo se dirigen los destinos de una nación; porque auxiliada del sistema restrictivo de enseñanza que adopta, desea España que seamos tan ignorantes que no conozcamos nuestros sagrados derechos, y que si los conocemos no podamos reclamar su observancia en ningún terreno.

[...] España nos impone en nuestro territorio una fuerza armada que no lleva otro objeto que hacernos doblar el cuello al yugo férreo que nos degrada [...] Así pues, los cubanos no pueden hablar, no pueden escribir, no pueden siquiera pensar [...]

Innumerables han sido las veces que España ha ofrecido respetarle sus derechos; pero hasta ahora no ha visto el cumplimiento de su palabra, a menos que por tal no se tenga la mofa de asomarle un vestigio de representación, para disimular el impuesto único en el nombre y tan crecido que arruina nuestras propiedades al abrigo de todas las demás cargas que le acompañan.

Viéndonos expuestos a perder nuestras haciendas, nuestras vidas y hasta nuestras honras, me obliga a exponer esas mismas adoradas prendas, para reconquistar nuestros derechos de hombres, ya que no podamos con la fuerza de la palabra en la discusión, con la fuerza de nuestros brazos en los campos de batalla.

Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio. El ejemplo de las más grandes naciones autoriza este último recurso. La isla de Cuba no puede estar privada de los derechos que gozan otros pueblos, y no puede consentir que se diga que no sabe más que sufrir.

A los demás pueblos civilizados toca interponer su influencia para sacar de las garras de un bárbaro opresor a un pueblo inocente, ilustrado, sensible y generoso. A ellos apelamos y al Dios de nuestra conciencia, con la mano puesta sobre el corazón. No nos extravían rencores, no nos halagan ambiciones, solo queremos ser libres e iguales, como hizo el Creador a todos los hombres.

Nosotros consagramos estos dos venerables principios: nosotros creemos que, todos los hombres somos iguales, amamos la tolerancia; el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos, aunque sean los mismos españoles, residentes en este territorio; admiramos el sufragio universal que asegura la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación gradual y bajo indemnización, de la esclavitud, el libre cambio con las naciones amigas que usen de reciprocidad, la representación nacional para decretar las leyes e impuestos y, en general, demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescriptibles del hombre, constituyéndonos en nación independiente, porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos, y porque estamos seguros de que bajo el cetro de España nunca gozaremos del franco ejercicio de nuestros derechos.

En vista de nuestra moderación, de nuestra miseria y de la razón que nos asiste, ¿qué pecho noble no habrá que no lata con el deseo de que obtengamos el objeto sacrosanto que nos proponemos? ¿Qué pueblo civilizado no reprobará la conducta de España que se horrorizará a la simple consideración de que para pisotear estos dos derechos de Cuba, a cada momento tiene que derramar la sangre de sus más valientes hijos?

No, ya Cuba no puede pertenecer más a una potencia que, como Caín, mata a sus hermanos, y, como Saturno, devora a sus hijos. Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada, para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos, y si la misma España consiente en dejarla libre y tranquila, la estrechará en su seno como una hija amante de una buena madre; pero si persiste en su sistema de dominación y exterminio segará todos nuestros cuellos, y los cuellos de los que en pos de nosotros vengan, antes de conseguir hacer de Cuba para siempre un vil rebaño de esclavos.”

Por su importancia y valor histórico, he querido comenzar mis palabras recordando la profundidad de estos fragmentos del Llamamiento de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, que es más conocido como La Declaración de IndependenciaEste enjundioso documento, que fue leído por Céspedes, aquel histórico día; explica en detalles las razones que asistieron a los cubanos para marchar a la guerra contra el colonialismo.

Hoy pensamos en Céspedes como el hombre inmortalizado por la historia, pero en los años finales de la década de 1860, era un propietario de tierra y de esclavos que tenía gran ascendiente político en Jiguaní, Bayamo y Manzanillo. No era conocido como figura nacional y ni siquiera gozaba de influencia más allá de estas tres jurisdicciones.

La clara y valiente decisión de comenzar la guerra por la aspiración a una patria independiente y plenamente soberana el 10 de Octubre de 1868, se consideró en los primeros momentos por algunos patriotas como precipitada; sin embargo, ya desde los meses iniciales de aquella epopeya y debido en especial a la fuerza que alcanzó en la zona oriental de Cuba, se comprendió que aquel suceso había sido un extraordinario acontecimiento histórico.

La Isla entera era un hervidero de efervescencia revolucionaria, donde crecía el movimiento conspirativo. La revolución requería de un acto de audacia y Céspedes, el 10 de Octubre de 1868, interpretando las posibilidades revolucionarias, tomó la histórica decisión de desencadenar la lucha armada. Fue precisamente el grito de ¡Viva Cuba Libre!, llamado el Grito de Yara, el que irrumpió con la fuerza necesaria para que la patria cubana dijera ante el mundo: ¡Presente! Ningún hecho anterior alcanzó la significación que tomaron los acontecimientos de La Demajagua.

Céspedes no solo fue el primero de los patriotas en sublevarse, sino que fue el más resuelto de todos. En la reunión celebrada el 3 de agosto de 1868, en la hacienda San Miguel del fundo del Rompe, quedó clara su tajante actitud de iniciar la lucha cuanto antes.

Con posterioridad, el 7 de octubre, en la finca el Rosario, de Jaime Santiesteban, los revolucionarios radicales decidieron adelantar la fecha para el 14 de octubre y nombrar a Carlos Manuel de Céspedes jefe superior de la revolución; pero el 6 de octubre, el telegrafista Ismael de Céspedes, recibió un mensaje en clave con la orden de Lersundi (quien era entonces el Capitán General de la Isla), para el gobernador de Bayamo, de apresar a Céspedes y a los otros revolucionarios.

Céspedes que ya había sido informado del descubrimiento de la conspiración y el peligro inminente de la detención, decidió impedir que lo llevaran a prisión y, al amanecer de aquel glorioso 10 de Octubre de 1868, en su ingenio azucarero La Demajagua, proclamó el rompimiento con la metrópoli por la libertad de Cuba acompañado de 37 hombres. Luego este pequeño número de patriotas mal armados, salió esa misma mañana para Palmas Altas y allí les dio la libertad a sus esclavos; constituyó la dirección suprema del movimiento y lanzó el llamamiento al que ya me he referido.

Aquellos primeros momentos son descritos así por el destacado profesor e investigador José Luciano Franco:

“En marcha Céspedes con el pequeño grupo armado que le había secundado, intentó apoderarse del pueblo de Yara, sufriendo una completa derrota. En la retirada, acompañado de unos cuantos hombres [...] hasta el número de doce, se encontró en la sabana de Cabagán con Luis Marcano, militar dominicano, que acudía en su auxilio con 300 hombres.

Y el día 15 toman, después de un tiroteo nutrido, el caserío de Barrancas. Francisco Vicente Aguilera, Donato del Mármol, Perucho Figueredo, Tomás Estrada Palma, Calixto García, José Joaquín Palma, Félix Figueredo, Francisco Maceo Osorio, Vicente García, Manuel Anastasio Aguilera, Luis Figueredo [...] todo el patriciado criollo de Bayamo, Holguín, Jiguaní, Manzanillo, Las Tunas y los cuadros dirigentes de las logias masónicas secundaron el movimiento.

La falta total de conocimientos militares, y la completa desorganización que les envolvía se resolvió con la presencia en las filas cubanas de los militares dominicanos exilados incorporados al alzamiento: Máximo Gómez, Luis Marcano y Modesto Díaz. Estos fueron maestros de los cubanos en materia castrense, y aplicaron con certero conocimiento las enseñanzas de la guerra dominicana contra España.”

La Asamblea Constituyente de Guáimaro, al elegir a Céspedes como el primer Presidente de la República en Armas, le reconoció el mérito de haber comenzado la lucha armada. Con posterioridad, en un momento de graves confusiones, contradicciones internas, vacilaciones y pasiones personales, la Cámara de Representantes lo destituyó del cargo, el 28 de octubre de 1873 y Céspedes en plena guerra, tuvo que refugiarse en las montañas de la Sierra Maestra, en San Lorenzo —aquella ranchería levantada en el monte y convertida en rincón sagrado de nuestra patria—.

Allí se dedicó a enseñar la cartilla para que aprendieran a leer y a escribir los niños campesinos de la zona. Más tarde sería sorprendido por las tropas españolas, debido a la delación de algún traidor y el abandono de la citada Cámara. En aquel intrincado paraje el héroe murió peleando —en desigual combate— el 27 de febrero de 1874. Pero a pesar del delicado estado de salud que ya tenía en aquellos momentos, logró impedir que los enemigos de los cubanos lo apresaran vivo.

Si analizamos cada una de las jurisdicciones orientales, observamos que las contradicciones sociales eran mucho más agudas en Jiguaní, Bayamo, Manzanillo, Las Tunas y Holguín, que fueron las demarcaciones que llevaron el peso principal de la guerra. No tenían la misma magnitud en Santiago de Cuba, Guantánamo y Baracoa. Pero la situación era más evidente en Jiguaní, Bayamo y Manzanillo, donde Céspedes ejercía su influencia política y que, propiamente, fueron la cuna histórica de la revolución independentista.

Entre 1860 y 1868, estaban creadas las condiciones para un estallido revolucionario en nuestra patria; estas se apreciaron con mayor evidencia durante la crisis económica de 1866, el fracaso de la Junta de Información y cuando se tuvo noticia de que la metrópoli mantendría la esclavitud, y establecería un impuesto del 10% sobre rentas y utilidades, en lugar del 6% que había prometido con anterioridad.

Lo realmente notable estuvo en que la acción de Céspedes aceleró el levantamiento armado de Camagüey, a su vez, extendió la insurrección con gran rapidez y amplitud hacia las jurisdicciones de la parte occidental de Oriente, con lo cual alcanzó una extraordinaria repercusión de carácter nacional. Sus resueltas acciones se extendieron como pólvora en la población.

El movimiento armado iniciado por él, en un momento y lugar geográfico preciso, desencadenó una guerra que, no obstante las divisiones internas de aquellos héroes, mantuvo en jaque al ejército español durante toda una década.

Recordemos que los patriotas del 68, proclamaron ante el mundo la firmeza de sus ideales y la determinación de luchar por ellos para lograr alcanzarlos —si fuera necesario— hasta la muerte. Una prueba de esa determinación fue la toma y el incendio de la ciudad de Bayamo —la que fue capital insurrecta por casi tres meses— antes de que cayera de nuevo en manos de los colonialistas.

Cuando Céspedes se enfrentó a España, tuvo la osadía necesaria para adelantarse a sus compañeros e iniciar la guerra y, sin embargo, cuando en nombre de la patria la Cámara le enjuició y destituyó, tuvo también la humildad indispensable para aceptar aquella decisión. Audacia y humildad eran, en última instancia, hijas de su amor a Cuba y a la Revolución. Al respecto en una carta íntima decía: “En cuanto a mi deposición he hecho lo que debía hacer. Me he inmolado ante el altar de mi patria en el templo de la ley. Por mí no se derramará sangre en Cuba. Mi conciencia está muy tranquila y espera el fallo de la historia”.

Céspedes rondaba ya los cincuenta años cuando comenzó la contienda en 1868; pero para entender cada uno de sus actos, e incluso sus métodos y las formas en que concibió la dirección de la guerra, hay que recordar el hecho de que, en el momento de iniciarla, liberó a sus esclavos, los abrazó como hermanos para con ellos emprender la lucha armada. El Padre de la Patria, paladín sin igual de la epopeya independentista del 68, ocupa un lugar sagrado en la memoria histórica de la nación cubana.

Han transcurrido muchos años de esta historia, de la muerte de Céspedes y Agramonte, pero en este bendito día de la patria, vaya a ellos y a todas las generaciones revolucionarias que le sucedieron, nuestro agradecimiento eterno […]. En esta fecha sagrada, tomando el pensamiento del Apóstol cubano y recordando al propio Martí, a Céspedes y Agramonte, tenemos la dicha infinita de proclamar, se puede vivir en nuestra tierra porque viven en nuestra historia hombres tales.

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