ANIVERSARIO 40 DE LA MASACRE DE CASSINGA

En el contexto de la masacre de Cassinga, la contribución de Cuba no solo fue militar, consistió en la asistencia humanitaria a las víctimas de esa barbarie. Cuba ratifica su invariable amistad, solidaridad con África y su decisión de continuar librando la batalla por un mundo mejor

Los rostros de la guerra sucia

Tras la histórica victoria del 27 de marzo de 1976 cuando el ejército racista sudafricano se vio obligado a retirar sus últimos efectivos de Angola ante el empuje arrollador de las FAPLA y las tropas internacionalistas cubanas, parecía que al fin ese joven estado, cuya independencia había sido proclamada el 11 de noviembre de 1975, gozaría de la paz necesaria para reconstruir el país.
Ante la nueva situación creada en favor de la estabilidad de la República Popular de Angola, las tropas de la mayor de las Antillas, que por aquel entonces sumaban alrededor de 36 000 hombres, se reagrupaban en nuevas posiciones alejadas de la frontera sur, y se comenzaba a ejecutar un plan para la retirada gradual de dicho contingente en tres años.
Los objetivos de la permanencia de las tropas cubanas después de la expulsión de los sudafricanos estarían básicamente dirigidos a preservar la integridad territorial de Angola ante una agresión del exterior, e instruir y preparar a las FAPLA.
Pronto el régimen del apartheid, apoyado por el imperialismo norteamericano, y utilizando como punta de lanza a las bandas contrarrevolucionarias de la UNITA, impuso al pueblo angolano una prolongada guerra de desgaste no declarada por más de diez años.
Tampoco los racistas sudafricanos renunciaban al sueño nunca logrado de ocupar de manera permanente el sur del país, para defender sus intereses geopolíticos, dirigidos en lo fundamental a mantener el propio régimen segregacionista y la ocupación de Namibia.
Cuando se pasa revista a los actos genocidas cometidos en el sur de África siempre habrá que hablar de lo sucedido en la localidad angolana de Cassinga el 4 de febrero de 1978, sitio donde radicaba un campamento de refugiados namibios ubicado a 250 kilómetros de la frontera internacional.
En la mañana de ese día y en el momento en que sus pobladores se disponían a iniciar sus actividades cotidianas, un inesperado alud de bombas de fragmentación, fuego y metralla, sembró la destrucción y la muerte en el pacífico lugar.
Testigos de la pérfida agresión relataron cómo los aviones sudafricanos bombardeaban y disparaban sin piedad a indefensos civiles, preparando el escenario para que poco después más de 500 paracaidistas lanzados desde naves del tipo Hércules C-130, de fabricación norteamericana, dieran comienzo a una gigantesca cacería humana a fin de exterminar todo vestigio de vida.
Los primeros comandos bloquearon las entradas y salidas de Cassinga, mientras el resto de la tropa ejecutaba su macabra misión. Casi trescientos de los seiscientos niños de edad escolar que vivían allí fueron masacrados por las bombas, y otras decenas más perseguidos con saña y cazados como animales.
Durante la criminal acción, las tropas del régimen de Pretoria utilizaron, incluso, gases tóxicos que paralizan el sistema nervioso, violando las prohibiciones internacionales establecidas al respecto.
Cassinga fue una de las acciones más salvajes y crueles emprendidas por Sudáfrica en el marco de su política encaminada a desestabilizar a la revolución angolana, presionar para que cesara su solidaridad con los patriotas del África austral y quebrar la resistencia namibia.
Unos 600 refugiados perdieron la vida y otros 350 quedaron con heridas graves, la mayor parte de ellos ancianos, mujeres y niños inocentes.

 

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