«La poesía de Guillén siempre lo entusiasmó; por ello no resulta casual que en los primeros meses del triunfo de la Revolución Cubana, desde su cargo de Comandante de la fortaleza militar de La Cabaña, Guevara haya invitado al poeta, recién llegado del exilio, para ofrecer un recital de poemas a su tropa formada en gran parte por campesinos analfabetos. Según testimonio del propio Guillén “era la primera vez que la poesía entraba en un cuartel”».
De datos tan sugestivos como el que acabamos de leer, en torno a la figura del Comandante Ernesto Che Guevara y su relación con las bellas letras está lleno el ensayo Che entre la literatura y la vida, notas para el corazón y la memoria, del escritor espirituano Julio M. Llanes, a quien mucho se le agradece la feliz iniciativa de investigar sobre el notable vínculo que estableció con los libros desde muy pequeño este hombre de estatura universal.
Como bien apunta el ensayista e investigador Fernando Martínez Heredia, fallecido hace apenas dos días, quien asegura no conocer otro libro que aborde el tema, no abundan en la amplia bibliografía sobre el Che las alusiones profundas al asunto, si bien en ella se mencionan pasajes donde sale a la luz su condición de lector en muchas facetas de su vida. El texto, que rubrica ahora la Editora Política, viene a saldar esta deuda con el lector cubano, pues sellos de editoriales extranjeras habían acuñado antes la propuesta temática. Se trata de un libro que apasiona, de esos que cuesta no leer de una buena vez.
Tal vez algunos pocos, poniendo en duda la marcha unida que pueden emprender los versos y las voluntades férreas, no conciban al Guerrillero Heroico, al Héroe de Santa Clara, en un acto de ternura como lo es embeberse de poesía leyendo un libro; pero por suerte la mayoría no desdeñará la total complicidad de la que gozan los ideales de justicia y la belleza.
Cuatro bloques de contenidos agrupan la relación del Che con los libros atendiendo a las lecturas que realizara; el vínculo de las lecturas con los viajes que emprendió; la escritura, que le resultó determinante en los momentos más intensos que protagonizara, y las acotaciones al margen, un espacio que aludiendo a los especiales apuntes que el joven Guevara refiriera en sus Notas de viaje, recoge en el presente trabajo determinados esbozos sobre intereses personales, valores, así como la imagen y permanencia del Che, algo en lo que se supone, no pensó nunca el Guerrillero.
Muy claro estuvo el poeta Pablo Neruda cuando no consiguió jamás dejar de ver en el Che, al hombre meditativo que reservó al lado de «sus batallas heroicas» un «sitio para la poesía». Significativo resulta, al hablar del tema, citar aquel fragmento de una carta de despedida que le escribiera a su esposa Aleida March, donde se junta con magnífica coherencia la irrestricta decisión de continuar su rumbo quijotesco con el vibrante lirismo de su escritura.
«Se acabaron los cantos de sirena y los combates interiores; se levanta la cinta para mi última carrera. La velocidad será tanta que huirá todo grito. Se acabó el pasado; soy un futuro en camino. No me llames, no te oiría; solo puedo rumiarte en los días de sol, bajo la renovada caricia de las balas (…) Lanzaré una mirada en espiral, como la postrera vuelta del perro al descansar, y los tocaré con la vista, uno a uno y todos juntos. Si sientes algún día la violencia impositiva de una mirada, no te vuelvas, no rompas el conjuro, continúa colando mi café y déjame vivirte para siempre en el perenne instante».
Claro que resulta estremecedor contemplar desde esta óptica al Guerrillero, avanzando por llanos y montañas, con el verso al hombro y el fusil justiciero y necesario en el corazón, solo para deshacer tristes entuertos. De esto va el libro.
Leerlo es ver al Che galopando bajo el manto bienhechor de la poesía, cobija de cada uno de sus actos.
Tomado de Granma