Con el antimperialismo de Fidel, para resistir y vencer
Fidel, entre sus muchas virtudes, se convirtió en un experto en el razonamiento del modus operandi del imperialismo norteamericano, al cual combatió con cada fibra de su ser por haber aniquilado a millones de personas, despojado de recursos a continentes enteros, eliminado a líderes de vanguardia del Tercer Mundo, torpedeado la integración de los pueblos e impuesto a Cuba una despiadada e ininterrumpida guerra comercial, financiera, biológica, ideológica y cultural
Autor: Julio Martínez Molina
Supo, como Martí, «desde la nube hasta el microbio». Cada concepto existente en los saberes de los hombres es aplicable en el pensamiento y la acción de Fidel. Por tanto, hablar del Comandante de manera general corre el riesgo de agotar todos los espacios. Prefiero centrarme aquí en uno de los perfiles más importantes del Jefe: su antimperialismo.
Profundo conocedor de la historia, analizó como pocos la sicología predatoria de los imperios. Estudió a los 12 Césares; a los reinos de España, Holanda, Portugal e Inglaterra; a Alejandro, Gengis Khan y, de forma especial, a Estados Unidos desde su formación como Estado, su proyecto político y los postulados de sus líderes: ya a partir de la misma protohistoria del país del norte.
Intuyó sus apetitos de expansión, la necesidad biológica de sus congresistas, senadores y presidentes de abarcar patológicamente mayores y progresivas extensiones geográficas.
Habló en no pocas ocasiones de cómo, no contentos con haberles arrebatado sus espacios naturales a los nativos del continente, compraron o invadieron territorios de México, España y Francia.
Pero la voracidad de Washington –tantas veces denunciada por Fidel en artículos, discursos y comparecencias– sobrepasaba la plataforma continental; iba más lejos. Estaba allí, debajo de ellos en la latitud del mapamundi, la estrella del Caribe, la Joya del Golfo, la Llave de las Américas; y, raudos, intentaron apoderarse de ella. Al fin lo lograron, mediante el autosabotaje del acorazado Maine, el Tratado de París y la Guerra Hispano-Cubano-Americana. También tomaron otros territorios como Puerto Rico, las Filipinas…
Fidel, entre sus muchas virtudes, se convirtió en un experto en el razonamiento del modus operandi del imperialismo norteamericano, al cual combatió con cada fibra de su ser por haber aniquilado a millones de personas, despojado de recursos a continentes enteros, eliminado a líderes de vanguardia del Tercer Mundo, torpedeado la integración de los pueblos e impuesto a Cuba una despiadada e ininterrumpida guerra comercial, financiera, biológica, ideológica y cultural.
Aunque a ciencia cierta no resultó el primer gran pensador en vaticinar el fin de la especie, sí fue el primero que la relacionó con la incidencia del imperialismo norteamericano en los planos bélicos (su poder nuclear fue muy fustigado por él), medioambiental (advirtió de los peligros de la naturaleza hiperconsumista de esa nación) y social.
Como líder preocupado a cada instante de su existencia por el cuidado y la supervivencia de su pueblo trazó estrategias y urdió salidas para impedir la confrontación bélica directa con la principal potencia militar del planeta; así como para estrechar acercamientos que desembocaron en el arranque del proceso de normalización de las relaciones en diciembre de 2014.
Sin embargo, nunca confió (ni incluso después de este paso) en nada proveniente de los círculos de poder yanquis; no así de su pueblo, al cual siempre amó y respetó, además de apreciar sobremanera el reservorio cultural de ese país y el extraordinario aporte afroamericano.
Las reflexiones posteriores de Fidel hablan por sí solas. En la escrita el 12 de agosto, a un día de su cumpleaños 90, planteaba en torno a la visita a Japón de Obama, a quien no recibió durante su estancia en La Habana: «Considero que le faltó altura (…), y le faltaron palabras para excusarse por la matanza de cientos de miles de personas en Hiroshima... Fue igualmente criminal el ataque a Nagasaki, ciudad que los dueños de la vida escogieron al azar. Es por eso que hay que martillar sobre la necesidad de preservar la paz, y que ninguna potencia se tome el derecho de matar a millones de seres humanos».
Tras la muerte del Comandante, los apátridas profirieron improperios e ignominias en el Versalles, la Calle 8, Hialeah: ese Miami del exilio cuya línea dura tanto pavor e inquina siempre le tuvo y ahora pide la intervención militar en Cuba.
Las palabras (sórdidas, indignas, inicuas, pérfidas) del expresidente Donald Trump a raíz de la muerte de Fidel el 25 de noviembre de 2016 –igual las de otros altos cargos políticos yanquis–, ilustraron la visión primitiva imperial del Estados Unidos político más cavernícola hacia Cuba.
En cualquier caso representaron otra muestra de que Fidel, como Martí, nunca se equivocó: el norte brutal nos desprecia y jamás cejará en su empeño de apoderarse de nosotros.
Solo la resistencia, la dignidad y el antimperialismo propugnados por el Comandante nos harán resistir y vencer.
Todos y uno Fidel
«Fidel es Fidel», dijo Raúl en su día, y lo será. El de la rara facultad, avizorada por el amigo argelino, de viajar al futuro, para luego regresar a contarlo
Autor: Pedro de la Hoz
A los 19 años de edad, con el título de Bachiller en sus manos, en el anuario de los egresados del Colegio de Belén apareció una mención singular, diríase una premonición: «Ha sabido ganarse la admiración y el cariño de todos. Cursará la carrera de Derecho y no dudamos que llenará con páginas brillantes el libro de su vida. Fidel tiene madera y no faltará el artista».
El artista no faltó y, a la vuelta de unos pocos años, Fidel Alejandro Castro Ruz se hizo Fidel. El revolucionario, el político, el combatiente, el intelectual, el heredero de Martí, el militante comunista, el internacionalista, el defensor de toda justa causa, el ser humano más extraordinario nacido en Cuba en el siglo XX.
Fidel es y está. Lo supo y lo saben millones de compatriotas y personas a lo largo y ancho del mundo, y hasta el propio enemigo tuvo que reconocerlo. «Debemos estar seguros de un hecho: Fidel Castro posee esas cualidades indefinibles que le permiten ser un líder de hombres. Independientemente de lo que pensemos de él, será un factor clave en el desarrollo de Cuba. Tiene la potestad del liderazgo».
Esto lo escribió el político estadounidense Richard Nixon, a la sazón vicepresidente, en un informe remitido al entonces mandatario Dwight Eisenhower, en 1959, mientras incubaban los planes de agresión y bloqueo más pérfidos y persistentes que conozca la historia moderna.
Cada contemporáneo suyo tuvo un Fidel para sí: el Comandante, el Uno, el Jefe, el Gigante, el Iluminado, epítetos prodigados en el tiempo.
En la anticipación poética del Che Guevara, al partir juntos en el yate Granma, cuando lo llamó «profeta de la aurora».
En los versos del argentino Juan Gelman: «Dirán exactamente de Fidel / gran conductor el que incendió la historia etcétera / pero el pueblo lo llama el Caballo y es cierto / Fidel montó sobre Fidel un día / se lanzó de cabeza contra el dolor, contra la muerte».
En la sustancia épica del chileno Pablo Neruda: «Fidel, Fidel, los pueblos te agradecen / palabras en acción y hechos que cantan…».
En el son intrépido de Nicolás Guillén: «El pueblo canta, cantó / cantando está el pueblo así / vino Fidel y cumplió / lo que prometió Martí».
Jóvenes que no lo conocieron de modo directo se acercaron luego a él con una frase: Yo soy Fidel. No es consigna que revele pleitesía circunstancial, sino proyección requerida de impulso y fertilización.
«Fidel es Fidel», dijo Raúl en su día, y lo será. El de la rara facultad, avizorada por el amigo argelino, de viajar al futuro, para luego regresar a contarlo. Muchos y uno. Todos y uno. Un pueblo, un país, un camino, una vocación.
Fidel, o convertir los reveses en victoria
El plan elaborado silenciosamente no pudo concretarse el 26 de julio; pero Fidel usó su magia: convertir el revés en victoria. De acusado se convirtió en acusador
Autor: Marta Rojas
¿Quién era aquel joven tan formalmente vestido, atlético y de elocuente y firme palabra, que conversaba amigablemente con los demás estudiantes, tan campante, recién llegado a la Universidad de La Habana procedente de la escuela religiosa más importante de Cuba: el famoso Colegio de Belén, donde el clericalismo era tan significativo, y al cual solo familias pudientes enviaban a sus hijos?
¿Cómo era posible que, en pocos días, ese joven llamara por el nombre a cada condiscípulo del primer año de la carrera de Derecho, y charlara con ellos en la Plaza Cadenas?
Era una figura inusitada (ocurría en 1945) e incluso un joven miembro activo del Frente Nacional Antifascista, y además, comunista, como lo era el también estudiante –aunque de la carrera de Letras– Alfredo Guevara, quien quería saber más de él. «Me sentía asustado. Ahí estaba el tal Castro, enfundado en su traje negro azul, de gala, muy seguro de sí mismo, agresivo, un líder a todas luces, y yo lo veía como una amenaza política. Creía que él, amenazante espectro del clericalismo, sobrevolaba la Universidad, y yo creía que Castro iba a volverla su instrumento…».
Pero Alfredo se convertiría pronto en uno de los primeros amigos y colaboradores de Fidel Castro en las lides estudiantiles, y luego en la lucha revolucionaria, hasta su muerte. Él escribió eso, y lo conversó con muchas personas. Escuché decírselo más de una vez. «Fue una cruzada, para mí», decía Guevara.
¿Cómo se aprendió los nombres de los compañeros?, se preguntaban los estudiantes.
Un joven estudiante de Derecho, un oriental vecino de Fidel, lo contó. El caso es que Fidel conocía a muy pocas personas, quizá a tres o cuatro en la Universidad, pero se brindó para pasarle lista al alumnado del profesor de Antropología –contaba Baudilio Castellanos, Bilito–, porque esa asignatura requería un carné, y la foto de los alumnos era obligatoria.
De ese modo el joven estudiante se aprendió los nombres y los coligó con las fotos, y pocos días después podía identificar a todos sus compañeros de aula. Había convertido aquel revés del desconocimiento en una victoria. Pronto, en las elecciones estudiantiles, sería el delegado de la Asociación de Alumnos de la Escuela de Derecho, y Baudilio Castellanos, el presidente de dicha Asociación.
Muy poco tiempo transcurrió para que el liderazgo de Fidel se afirmara.
Lo que Guevara no supuso entonces es que el estudiante privilegiado de la Escuela de Belén, hijo de don Ángel Castro, propietario de tierras, ganado y caña en la provincia de Oriente, conocía más que él –hijo de un ferroviario–, sobre la realidad de Cuba, porque su educación no fue esquemática. La niñez y la adolescencia de Fidel transcurrieron en Birán, la hacienda de Ángel Castro, entre las plantaciones, los campesinos pobres, los inmigrantes haitianos y jamaicanos, los braceros menesterosos.
Su padre, sí, era rico, pero de primera generación. Así lo aclararía el propio
Fidel en una carta fechada en 1965, que forma parte del libro de Robert Merle, Primer combate de Fidel Castro, publicado en 1965, en Francia:
«Mis compañeros de clase, hijos de humildes campesinos, solían acudir a la escuela descalzos y cubiertos de harapos. Eran sumamente pobres. Aprendían poco y mal, y no tardaban en dejar la escuela, incluso cuando su inteligencia era superior al promedio. Caían entonces en el mar sin fondo y sin esperanza de la ignorancia y la penuria, sin que jamás ninguno de ellos consiguiera escapar al inevitable naufragio. Hoy en día, sus hijos les siguen los pasos, aplastados bajo la losa del fatalismo social».
La exhaustiva mención de Fidel en el Manifiesto del Moncada a la nación, en sus respuestas al fiscal y a los magistrados del Tribunal durante el juicio del Moncada, describen la situación de Cuba y el estado de penuria en que se encontraba la mayoría de las familias campesinas. También la describen sus respuestas a preguntas puntuales de los magistrados.
Cierto que la Universidad fue un escenario adecuado para Fidel, y desde allí libró campañas cívicas y revolucionarias excepcionales, hasta el fenómeno
preorganizativo de una masa de combatientes clandestinos –organizada en células– dispuestos a dar la vida por la Revolución: con la Marcha de las Antorchas, el 28 de enero de 1953, en la cual marchó con sus compañeros. Fidel puso a prueba el silencio, la discreción de su plan para revertir el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, y echar a andar la Revolución.
El plan elaborado silenciosamente no pudo concretarse el 26 de julio; pero Fidel usó su magia: convertir el revés en victoria. De acusado se convirtió en acusador.
En La Historia me absolverá, en el Granma, en la Sierra Maestra, en la Revolución victoriosa: esa fue siempre la divisa principal del Comandante en Jefe, hasta su muerte.
Para Fidel, que todavía sostiene el futuro de Cuba (+Video)
La Cuba que queremos no tarda en fortalecerse, y mientras lo hace, sabemos que su hombro sigue ahí firme, para continuar sosteniendo el futuro que soñó hasta que estemos listos para alcanzarlo
Autor: Gladys Leidys Ramos López
Cuando llega una fecha como este 13 de agosto, sobre la que ya todos los que saben y sienten mejor han escrito, cantado y hablado, me pregunto qué queda por expresarle, Fidel. Entonces, pienso que es importante comentarle sobre este otro año de su natalicio, cuando los retos para Cuba se acrecientan.
Tengo que decirle que desde fuera, e incluso adentro, han agredido y calumniado el país que usted ideó, más que en cualquier otro momento de la historia. Andan intentando manipular a su gente, a la que siempre quiso proteger, por la que creó una Cuba distinta, consciente de que ello traería incomprensiones, desacuerdos e impaciencia.
Pero como sabía que no estaba equivocado en construirla para todos, es un deber nuestro retribuírselo, por eso aprovecho y le comento que el futuro de hombres y mujeres de ciencia, en el que siempre confió, es un presente irrefutable.
Son ellos, juntos a los de batas blancas y a la gente común, que apoya incondicionalmente, los que se han crecido durante estos meses tristes de pandemia y muerte, para devolver la vida y la alegría a las calles.
En todo este tiempo, su legado ha estado por allí, a veces sin que nadie sospeche. El muchacho que ya casi se gradúa de Ingeniería Eléctrica ha estado lo mismo en zona roja, que ayudando en la agricultura. Los vecinos saludables han hecho turnos para comprarle los alimentos al señor diabético de los bajos del edificio.
¿Que de dónde son esos vecinos y ese joven? De cualquier lugar del país Comandante, porque aquí todos hemos aprendido de usted que «quien no sea capaz de luchar por los otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo».
Ni hablar de los Juegos Olímpicos, ¡si los hubiera visto, Jefe! Al medallero de Cuba no le cabe un metal más. Los Mijaín, los Julio César La Cruz, los y las de tanto espíritu y coraje en la lona, el cuadrilátero, en el salto con vallas, y hasta en el canotaje, se lucieron.
Mientras, sus espectadores desde esta orilla en El Caribe estaban desvelados, orgullosos y con el grito ahogado en el pecho, casi sin poder evitar sacarlo en plena madrugada, cuando la bandera cubana ondeaba serena y segura de la victoria, a través de la pantalla del televisor.
Le cuento, por último, que las tantas naciones hermanas a las que les tendió su mano amiga, sin más interés que el de la solidaridad, hoy le retribuyen con ayuda para su pueblo. El bloqueo no ha podido contra ellas, Comandante, porque son unas cuantas y la intención es pura.
Ah… le alerto, podríamos estar aquí contando mucho más, pero todavía cometemos errores, los obstáculos son miles y a todos no les hemos encontrado la mejor solución. Mas, no se preocupe, la Cuba que queremos no tarda en fortalecerse, y mientras lo hace, sabemos que su hombro sigue ahí firme, para continuar sosteniendo el futuro que soñó hasta que estemos listos para alcanzarlo.
Fidel, un amigo inolvidable
Lo que primero llamaba la atención al toparse con Fidel era su porte imponente. Parecía más grande de lo que era, y el uniforme lo revestía de un simbolismo que transmitía autoridad y decisión. Cuando entraba en un recinto era como si su aura ocupara todo el espacio
Autor: Frei Betto
No sabría decir cuántas conversaciones privadas sostuve con Fidel desde que lo conocí en 1980. Después de nuestro primer encuentro, en Managua, viajé a Cuba innumerables veces, y creo que, a partir de 1985, en casi todos mis viajes surgió la oportunidad de encontrarme con él.
Pero nunca tuve acceso directo a Fidel. Se engañaban quienes me llamaban para pedirme que le llevara una carta o un pedido. No era alguien a quien podía llamar por teléfono, aunque él me telefoneó algunas veces. Una de ellas fue en 2010, poco antes de las elecciones presidenciales que le darían la victoria a Dilma Rousseff. Me encontraba en São Paulo, en Esch Café, en compañía –por pura coincidencia– del embajador cubano en Brasil y el cónsul de la Isla en São Paulo. Fidel quería saber las probabilidades con que contaba Dilma, la candidata por el PT y sucesora de Lula, de resultar electa presidenta de la República. Los dos diplomáticos, sorprendidos, deben haber imaginado que esas llamadas eran frecuentes...
Creo que, como yo, Fidel detestaba hablar por teléfono. Las pocas veces que lo vi hacerlo –una, en su despacho, para felicitar a Carlos Rafael Rodríguez por su cumpleaños, y otra, cierta noche en La Habana, en casa del embajador de Brasil, Ítalo Zappa, para cancelar un compromiso– fue tan sucinto que parecía el reverso del hombre que era capaz de captar el interés de una multitud durante varias horas desde una tribuna.
El 19 de febrero de 2016 me encontraba en La Habana. Era mi último día en la ciudad y tenía las maletas listas para regresar a Brasil esa tarde. Fui por la mañana a la Casa de las Américas –la institución cultural más importante de la América Latina– para asistir a la proyección del filme Bautismo de sangre, basado en mi libro homónimo. Había quedado en almorzar con Homero Acosta y, a continuación, poner rumbo al aeropuerto.
Para mi sorpresa, Homero llegó mucho antes de lo previsto y me sacó del salón en el que se exhibía el filme. Dalia Soto del Valle, la esposa de Fidel, lo había llamado para decirle que el Comandante tenía interés en hablar conmigo por teléfono. Por razones de seguridad, la llamada no podía ser por celular. Teníamos que regresar al hotel para usar el teléfono fijo de la habitación en la que me hospedaba.
Pero ya habían cerrado mi cuenta. Aun así, Homero insistió en que volviéramos al hotel. Por suerte, la habitación seguía vacía. Homero marcó el número y me pasó el aparato. Dalia me dijo que, lamentablemente, «el Jefe» no había podido reunirse conmigo en esos días, pero que al menos quería saludarme por teléfono antes de que me fuera. Fidel, siempre atento conmigo, me preguntó si tenía que regresar a Brasil esa tarde o si podía quedarme unos días más. Le expliqué mis dificultades.
–Pero, ¿por lo menos puedes venir a tomarte un café?–, me invitó.
Le respondí que sí. Ya en el carro de Homero, él no sabía dónde quedaba la casa de Fidel. Era un secreto guardado celosamente por razones de seguridad. No obstante, yo ya había estado allí varias veces y conocía bien el trayecto. De modo que se creó una situación inusitada: un brasileño le indicaba a un alto funcionario del Consejo de Estado el camino hacia la residencia del Comandante. Además, era la primera vez que Homero estaba personalmente con él, lo que se repitió en mis visitas posteriores a Cuba, incluso el día en que cumplió 90 años.
Lo que primero llamaba la atención al toparse con Fidel era su porte imponente. Parecía más grande de lo que era, y el uniforme lo revestía de un simbolismo que transmitía autoridad y decisión. Cuando entraba en un recinto era como si su aura ocupara todo el espacio. Los que estaban a su alrededor se callaban, atentos a sus gestos y palabras. Los primeros instantes solían ser difíciles, porque todos esperaban a que él tomara la iniciativa, eligiera el tema, hiciera una propuesta o lanzara una idea, mientras que él conservaba la ilusión de que su presencia era una más y de que le dispensarían un trato amigable, sin ceremonias ni reverencias. Como en la canción de Cole Porter, debía preguntarse si no habría sido más feliz de ser un simple hombre del campo, sin la fama que lo revestía.
Dice la leyenda que acostumbraba a manejar su jeep por las calles de La Habana a altas horas de la madrugada, de incógnito. Sé que tenía el hábito de aparecer inesperadamente en casa de sus amigos si veía una luz encendida, y aunque alegara que permanecería solo cinco minutos, no era sorprendente que se quedara hasta que los primeros rayos del sol anunciaban la aurora.
Otro detalle que sorprendía de Fidel era el timbre de su voz. El tono en falsete contrastaba con su corpulencia. A veces hablaba tan bajito que sus interlocutores aguzaban los oídos, como quien escucha secretos y revelaciones inéditas. Y, cuando hablaba, no le gustaba que lo interrumpieran. Magnánimo, pasaba de la coyuntura internacional a una receta de espaguetis, de la zafra azucarera a los recuerdos de juventud.
Pero no hay que pensar que fuera un monopolizador de la palabra. Nunca he conocido a nadie a quien le gustara conversar tanto como a él. Por eso no concedía audiencias. Le disgustaban los encuentros protocolares, en los que las mentiras diplomáticas resuenan como verdades definitivas. Fidel no sabía recibir a una persona por diez o 20 minutos. Cuando se reunía con alguien, se quedaba en la reunión al menos una hora. Con frecuencia toda la noche, hasta que se daba cuenta de que era hora de irse a casa, darse un baño, comer algo y acostarse a dormir.
En la conversación personal, el líder cubano procuraba extraer el máximo de su interlocutor. Cuando se entusiasmaba con un tema quería conocer todos sus aspectos. Indagaba sobre todas las cosas: el clima de una ciudad, el corte de una ropa, el tipo de cuero de un portafolio o los aviones militares de un país. Si el interlocutor no dominaba los detalles del tema que Fidel traía a colación, lo mejor era cambiar de asunto.
Aunque iniciara el diálogo cómodamente sentado, poco después daba la impresión de que todo asiento era demasiado estrecho para su corpachón. Electrizado por la excitación de sus propias ideas, Fidel se levantaba, andaba de un lado a otro, se paraba en medio de la habitación con los pies juntos, el tronco inclinado hacia atrás, la cabeza echada sobre la nuca y el dedo en ristre; se bebía una dosis cowboy de un drink, probaba un canapé, se inclinaba sobre su interlocutor, le tocaba el hombro con las puntas de los dedos índice y medio; le susurraba al oído, apuntaba incisivo con el índice derecho, gesticulaba con vehemencia, erguía el rostro ceñido por la barba y abría la boca exhibiendo los dientes cortos y blancos, como si el impacto de una idea le exigiera reabastecer los pulmones; miraba fijamente al interlocutor con sus ojitos pequeños y brillantes, como quien quiere absorber toda la información transmitida.
Se necesitaba mucha agilidad para seguir sus razonamientos. A su prodigiosa memoria se sumaba una envidiable capacidad para realizar complicadas operaciones matemáticas en la mente, como si accionara una computadora en el cerebro. Le gustaba que le contaran anécdotas e historias, le describieran procesos productivos, le trazaran el perfil de políticos extranjeros. Pero no admitía que invadieran su privacidad, guardada bajo siete candados. A menos que el interés estuviera relacionado con su única pasión: la Revolución Cubana.
Siempre rodeado por atentos miembros de su seguridad personal, Fidel sabía que no solo era blanco de las atenciones de sus admiradores. Durante 12 años, entre 1960 y 1972, mafiosos como Johnny Roselli y Sam Giancana, interesados en recuperar sus casinos expropiados por la Revolución, intentaron asesinarlo en connivencia con la CIA.
A pesar de todo, sobrevivió. Y falleció a los 90 años, serenamente, en su cama, rodeado por su familia.
En cada latido del país
Ahora, cuando cumple 95 años, en un 2021 lleno de retos, pandemia y bloqueo criminal, el Comandante en Jefe vuelve «al pie del cañón», en esta gran batalla por la vida, lo mismo guiando a la generación de la continuidad, que corrigiendo los rumbos de la obra que construimos
Autor: Elson Concepción Pérez
Siempre ha estado presente con su ejemplo, con sus ideas y acciones, en cada latido del país. En las adversidades y en los triunfos.
Ahora, cuando cumple 95 años, en un 2021 lleno de retos, pandemia y bloqueo criminal, el Comandante en Jefe vuelve «al pie del cañón», en esta gran batalla por la vida, lo mismo guiando a la generación de la continuidad, que corrigiendo los rumbos de la obra que construimos.
Desde la sagrada roca acompaña a sus hermanos de batalla, de la Sierra y del llano, y a sus continuadores más jóvenes, que aplican sus enseñanzas y, en primer lugar, su ejemplo de estar siempre junto al pueblo, oyéndolo, convocándolo, compartiendo toda la verdad, multiplicando la confianza en la victoria.
Comandante de ideas y de acciones es el Fidel que conocemos los cubanos, reconocido y respetado en todo el mundo.
Ha querido el destino que sus 95 coincidan con la más terrible de las pandemias de los últimos siglos. En esta travesía difícil para Cuba, Fidel, como siempre, ha estado, cada día, cada hora, como una luz.
A estos tiempos Fidel se había adelantado, artífice de una infraestructura científica que hoy da respuesta urgente. Cuba, sin la más mínima retórica triunfalista, es el único país del llamado tercer mundo que ha sido capaz de concebir y desarrollar cinco candidatos vacunales –uno de ellos ya es vacuna– para inmunizar a todo el país este mismo año, y compartir con los pueblos necesitados.
Su presencia es fuerza viva en cada testimonio de cubano agradecido, lo mismo en el campesino de la Sierra Maestra, vacunado con Abdala muy cerca de su conuco, y que exclamó ante la televisión un ¡Gracias a Fidel!, como en las palabras similares de los padres de una niña camagüeyana, de las primeras en recibir la dosis del inmunógeno como parte del ensayo en edades pediátricas, un estudio todavía pendiente en casi todos los países que producen sus vacunas.
Fidel conoció, como pocos, el intríngulis de cómo un país pobre, bloqueado y con escaso desarrollo industrial, herencia de rezagos coloniales, sería capaz de emprender una de sus más colosales batallas: hacer a Cuba un país de ciencias.
No solo interiorizó e hizo comprender que era prioridad formar a los hombres y mujeres que, quizá analfabetos en 1959, podían ser la semilla, irrigada con la Campaña de Alfabetización, para que sus hijos y nietos, con nuevas escuelas y fabulosos maestros, aprendieran que solo con educación la nación cubana llegaría a ser la concebida en el Programa del Moncada.
Cuando aseguró que «lo primero que tenemos que salvar es la cultura», sintetizaba en esa expresión cuánto de cultura tienen la educación, la ciencia, el humanismo, la solidaridad.
Una vez formados los primeros científicos, el Comandante fue por más: construir polos para desarrollar las ciencias, con instalaciones modernas y tecnología de punta, en cuyos laboratorios y eslabones productivos se concibieran fármacos, vacunas y hasta equipos solo fabricados en el llamado primer mundo, negados para Cuba por orden del imperialismo.
Continuadores de esta obra, los cientos y miles de egresados de nuestras universidades, cuando aún la pandemia no era tal en el archipiélago, fueron los que concibieron planes y protocolos para enfrentarla, sin abandonar las demás batallas propias de una nación que se empeña –por mandato del propio Fidel– en «cambiar todo lo que tenga que ser cambiado», a fin de ser mejores.
Varios testimonios de esa gratitud se escucharon también, recientemente, desde el otro lado del mundo, cuando en la lejana Tokio los campeones de la Patria dedicaron sus medallas a la memoria del Comandante, reconociendo en él al artífice del desarrollo deportivo actual. Se le recordó, eufórico y orgulloso, cuando, tras cada victoria olímpica, el Primer Secretario del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, incluso de madrugada, llamó personalmente a los vencedores, y los felicitó, en nombre de su pueblo, tal cual hacía el líder de la Revolución.
Con ese Fidel de siempre no habrá otro compromiso que defender y perfeccionar la obra grande que nos legó.
Por muy difícil que sea, este 2021 seguirá siendo un año con Fidel, un año de resistencia y victoria. Su ejemplo, hoy y siempre, permanece y convoca.
Poderosas trincheras
El reinado del pensamiento martiano en la sociedad cubana, al ser reverenciado por el legado de un estadista de la magnitud de Fidel Castro, está defendido desde poderosas trincheras de justicia, honor y dignidad
Autor: Guille Vilar
Una invitación a reflexionar es el saldo que nos deja el hecho de conocer recientes declaraciones del actor norteamericano Keanu Reeves, acerca de la sociedad en que vive. En opinión de Reeves, somos testigos de la degradación de conceptos relativos a la dignidad, así como el del honor, al ser estos lentamente olvidados por el desmedido apego a bienes materiales en detrimento de las esencias de la personalidad.
Al respecto, confiesa públicamente que no quiere ser parte de ese contexto social. También nos pone a pensar lo que sucede con el actor y director de cine Mel Gibson, quien en septiembre comienza a rodar una película donde critica al llamado Nuevo Orden Mundial, pero en específico a Rothschild, una dinastía de banqueros corruptos que han endeudado a medio mundo, y tanto la mencionada familia como los medios de comunicación ya han desatado una guerra contra el director, además de que quieren detener la filmación.
Las situaciones expuestas, tanto la de Reeves como la de Gibson, nos conducen hacia una realidad diferente debido a la certeza de contar nosotros con un David adulto que, sabemos, solo puede venir de alguien que, desde muy joven tenía en el corazón las doctrinas del que se ha ido convirtiendo en un gigante moral, que no lanza piedras con su honda sino ejemplos, mensajes e ideas frente a las cuales el gran Goliat de las finanzas, las riquezas colosales, las armas nucleares, la más sofisticada tecnología y un poder político mundial que se sustenta en el egoísmo, la demagogia, la hipocresía y la mentira, está indefenso.
Quizá para quien no sea cubano, semejante afirmación le resulte sumamente insólita por la audacia del planteamiento maestro. En tal sentido, los elevados principios éticos y morales de Fidel Castro permanecen incólumes porque ha bebido directamente de ese manantial de dignidad que implica la prédica martiana.
La conjunción del ideario humanista de estas insignes personalidades en nuestra historia, constituye una auténtica reserva de valores con que contamos los cubanos para afrontar cualquier tiempo difícil por venir.
Al igual que el Apóstol, Fidel tiene una fe ilimitada en el pueblo de esta tierra y por eso comparte el optimismo martiano de que las ideas del presente se podrán convertir en realidades del mañana. Desde antes del triunfo de la Revolución, ya tiene la previsión de que cuando se terminara la lucha armada, estaríamos volcados a crear un destino mejor de oportunidades para los cubanos que queremos el bienestar de todos, logros que, al cabo de más de seis décadas, hoy día los vemos como lo más normal del mundo, pero no puede olvidarse que antes de 1959 eran solamente sueños.
Y para los que todavía buscan solo el confort de unos cuantos, valga la observación de que aún no había pronunciado su emblemática frase de Patria o Muerte, cuando en una ocasión, al recordar la aseveración martiana de que «más vale morir de pie que vivir de rodillas», Fidel la reinterpreta con una lucidez impresionante para los que pretenden tergiversar dicho concepto: «Mientras vivamos de pie, bien. Y si morimos de pie, bien, pero de rodillas, no viviremos nunca», pertinente reiteración de que jamás renunciaremos a la independencia y al amor por la Patria.
La coincidencia histórica significa que el reinado del pensamiento martiano en la sociedad cubana, al ser reverenciado por el legado de un estadista de la magnitud de Fidel Castro, está defendido desde poderosas trincheras de justicia, honor y dignidad.
Un libro fiel a Fidel
El pensamiento estratégico de Fidel Castro Ruz: valor y vigencia, una compilación de autores a cargo de Rafael Hidalgo Fernández, fue presentado hoy en la Casa del Alba Cultural
Autor: Madeleine Sautié
Como un libro fiel a Fidel, que siempre creyó en los esfuerzos urgentes para salir al ruedo en las luchas sociales –tal como ha sido la preparación de esta entrega– calificó la periodista e investigadora Katiuska Blanco el título El pensamiento estratégico de Fidel Castro Ruz: valor y vigencia, compilación a cargo del sociólogo Rafael Hidalgo Fernández y con sello de la Editora Historia, del Instituto de Historia de Cuba, presentado esta mañana en la capitalina Casa del Alba Cultural.
El libro, en el que aparecen artículos de 14 destacados investigadores e intelectuales cubanos, se acerca a la personalidad y la obra fecunda de Fidel, desde las más diversas miradas, de modo que en sus páginas aflora, entre otras dimensiones, el humanista, el ecologista, el pedagogo, el estratega militar.
Katiuska Blanco, investigadora del Centro Fidel Castro Ruz, refirió que, cuando veía el libro pensaba en Fidel, defensor de que la Historia no se conozca de memoria para que no se quede en frases vacías, por lo que el estudio y la investigación exhaustiva de los hechos le resultaba tan significativo; y reconoció la valentía, audacia y creatividad de los trabajos que lo conforman. «Una postura militante es tener presente las urgencias de la sociedad», comentó.
Recordó la exhortación que hiciera Fidel a seguir investigando al contemplar el libro La victoria estratégica, una indagación de 20 años, en su afán de ser fiel a la veracidad de los hechos. «En el libro está la manera de Fidel de asumir el conocimiento…, la preguntas, la búsqueda de la verdad y la manera de mirar al momento y al futuro», subrayó.
Para concluir, consideró el texto un homenaje «como el que Fidel se merece en su renacer en estos días».
Rafael Hidalgo Fernández, Investigador Agregado del Instituto de Historia de Cuba y compilador del título, disertó sobre cada uno de los artículos del libro y agradeció la existencia de esta publicación primeramente a Fidel «porque nos coloca ante un cuerpo de ideas y de comportamientos con una determinante ética para poder decir hacia dónde va el socialismo y sus modalidades especificas cubanas».
Durante la presentación, el doctor Yoel Cordoví, presidente del Instituto de Historia de Cuba, expresó que la presentación de un libro de Fidel no requiere de una fecha fija y afirmó que conocer la obra de Fidel no es sencillo, no es repetir frases, es ver la lógica del pensamiento de un hombre profundamente creador, que supo aprehender lo mejor de la tradición del pensamiento cubano y aplicarlo a escenarios muy complejos. Tampoco es terea de uno, sino de muchos, recalcó.
A la presentación asistieron el General de División Ulises Rosales del Toro y Rogelio Polanco, Jefe del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido.