Feb
14
2016
Anagó es, para los estudiosos del lenguaje, el vocabulario yoruba que se habla en Cuba en las ceremonias religiosas lucumí. Pero en Europa el significado es distinto: era la expresión utilizada por los antiguos griegos cuando se hacían a la mar. Cinco letras que impulsaban a los navegantes hacia lo desconocido, hacia un mundo nuevo... ¡Partamos! sería su equivalente en el español moderno. Confieso que no conocía esta palabra, por lo que recurrí a esa inmensa y hoy cada vez más imprescindible biblioteca digital que constituye Internet para dar con su acepción. Este propósito indagatorio surgió al recibir la invitación de las mellizas cubanas Mercedes y Miriam Vargas para asistir el sábado 13 de febrero a la representación teatral que bajo este sugerente título presentaba en el Teatro Odeón el grupo Serapions en el que ellas actúan.
“En la obra trabajamos varios cubanos” me refirieron y fue razón suficiente para que mi curiosidad se convirtiera en compromiso para asistir a la función, al que se unieron con entusiasmo mi esposa, Marieta, y nuestra hija Anabel. Mary, Consejera Política de nuestra misión diplomática, tiene entre sus tantas funciones la de atender los asuntos de Cultura, por lo que para ella también, además de una interesante propuesta de esparcimiento, constituía casi un deber profesional.
Lo primero que llamó nuestra atención fue el lugar. Una pequeña sala con capacidad para alrededor de trescientas personas que se acomodan rodeados de columnas griegas con capiteles dóricos que forman un conjunto armónico que recrea la arquitectura clásica de los anfiteatros del mundo antiguo.
Ese día, la función se hizo a teatro lleno. Esta fue la puesta en escena número 107 de Anagó por parte de Serapions desde su estreno en Viena a finales del pasado año.
Al penetrar a la sala no hay telón que cubre el proscenio. Los actores ya están allí y lentamente comienzan a girar y moverse en la penumbra. Luego se suceden unas tras otra inusitadas escenas donde se mezclan la danza, la poesía, las artes plásticas y la música. Ah! la música…mención aparte. La mayor parte del tiempo priman los acordes del Vals No. 2, el séptimo movimiento de la Suite para Orquesta Variada, compuesta en 1956 por Dimitri Schostakovich y que se ha hecho muy popular a partir de que constituyó la banda sonora principal de la película Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick.
El argumento de la obra también comprometía a actores y público: la vida de la artista Ulrike Kaufmann, exDirectora de la propia compañía teatral, fallecida en diciembre de 2014 tras luchar contra el cáncer. Es un homenaje, que la mantiene en la escena.
No soy un crítico de arte, solo un mero espectador abierto a cualquier sensación. No hubo pausa delante de nuestros ojos. Anabel no sintió un solo segundo de aburrimiento. Fueron bellas imágenes de montajes inesperados donde cada uno de sus elementos se conectaron coherentemente. Puro teatro de máscaras apoyado por diversos medios visuales. Los actores cumplieron su rol con soltura y rigor. La obra se me hizo un metafórico espectáculo que rinde tributo a la vida, con todos sus componentes: la creatividad, la risa, el llanto, el triunfo, el fracaso, la búsqueda, la muerte… Una experiencia teatral única e inolvidable.
Al concluir, el público ovacionó por más de quince minutos y los miembros de Serapions tuvieron que salir a escena cinco veces. Justo tributo al desempeño actoral en el que los cubanos ocuparon un lugar protagónico.
No perdimos la ocasión para conversar con ellos. Todavía jadeantes y sudados por el esfuerzo, nos contaron detalles sobre el montaje de la obra y sobre cada uno de ellos. Así, pudimos conocer que Serapions trabaja las producciones con mentalidad de equipo, algo muy difícil de lograr en el mundo de hoy en cualquier esfera de la vida. Cada puesta en escena es elaborada colectivamente, luego de concordar en una idea básica. Carlos Delgado Betancourt, Julio Cesar Manfugás y las mellizas son frutos del desarrollo educacional de nuestra pequeña isla. Han decidido venir a hacer carrera en un país de rica tradición cultural por lo que cada día ellos saben que tienen ante sí a un público conocedor y exigente. Y por lo visto, ponen bien en alto y con dignidad la reputada calidad de nuestra enseñanza artística.
Anagó nos dejó la sensación -como tantas veces- de que hay muchos lugares en este mundo, no importa su tamaño o trascendencia, donde es posible encontrarse a compatriotas que llevan con orgullo la condición de ser cubanos.
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