La política de los Estados Unidos hacia Cuba, posterior a 1959, ha sido agresiva y con pretensión de ahogar el proceso revolucionario que inició en aquel año.
Para tales fines, fueron planificados atentados a los principales dirigentes del país, a los renglones pilares de la economía; el apoyo y financiamiento a grupos mercenarios contrarios al gobierno cubano; la organización de la Invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1969 y una variedad de acciones, todas encaminadas al desmoronamiento de la Revolución.
El bloqueo económico, comercial y financiero es, desde el 3 de febrero de1962, uno de los principales recursos que ha utilizado la Casa Blanca para tal motivo.
En el marco de la jornada “Tenemos Memoria. Solidaridad contra el Bloqueo y el Terrorismo”, que se celebra desde el pasado 4 de septiembre hasta el próximo 27 de octubre -fecha en la que Cuba llevará la discusión a la Asamblea General de las Naciones Unidas por vigésima quinta ocasión- es preciso no olvidar la repercusión que ello trae para el pueblo cubano.
Cuando Cuba se presente nuevamente, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el venidero octubre llega en un contexto diferente frente a los Estados Unidos.
Si bien el acercamiento entre ambos países es evidente, aún dentro de la política norteamericana persisten posturas reaccionarias, sin fundamento alguno que tratan de obstaculizar las relaciones bilaterales.
Los argumentos alegados que justifican las leyes rectoras del embargo norteamericano hacia la isla, tales como la Ley de Comercio con el Enemigo, carecen de todo fundamento pues Cuba no representa un peligro para los Estados Unidos.
El bloqueo es un instrumento de la guerra fría, totalmente fuera de época y contexto. Las relaciones entre ambos países son una realidad y han de fructificar, siempre y cuando, como ha dicho el Presidente Raúl Castro, se desarrollen en un clima de respeto e igualdad.