A Cuba no la tendrán jamás

Palabras del embajador de Cuba en el Perú, Sergio González González, en el homenaje a José Martí por el 124 aniversario de su caída en combate - 19 de mayo de 2019

Compañeras y compañeros:

“Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber- puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo-de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.

Esta fue la última voluntad del ideario martiano plasmada en la carta escrita el 18 de mayo, vísperas de su caída hace 124 años, que ha devenido su testamento político. 72 años antes se había proclamado en Washington la Doctrina Monroe, que planteaba los peligros advertidos por el Apóstol.

Parecía olvidada hasta que el grupo de matones de pistolas humeantes del Lejano Oeste que se ha empoderado en la Casa Blanca la resucitó. Hay una versión actualizada de la doctrina Monroe, una que combina su afán intervencionista con el macartismo, con cruzadas anticomunistas en el siglo XXI.

Los EEUU no son consecuentes siquiera con sus propias doctrinas. Hay dos relevantes ejemplos de total abandono de sus propios postulados. El primero, en 1902 frente a la intervención de Gran Bretaña y Alemania en Venezuela; el segundo, en 1982 durante la Guerra de Las Malvinas que fue testigo del alineamiento de Washington con Gran Bretaña, como potencia extra continental frente al intento de recuperación de la soberanía de Argentina sobre el pequeño archipiélago.

Los gobernantes yanquis invocan hoy el vetusto instrumento teórico, desconectados de las realidades, sin tomar en cuenta que la Revolución Cubana, el proceso bolivariano y otros movimientos revolucionarios han producido una nueva conciencia política en el continente.

Pero persisten en el error. Son obsesivos. Y podría agregarse ahora: son más descarados. En el caso de Cuba, valladar llamado a impedir que “se extiendan por las Antillas y caigan sobre nuestras tierras de América”, retornan a los tiempos de la confrontación directa. Si algo hay que agradecerles es la elocuencia con que ponen en práctica su desfachatez.

Con el pretexto de nuestra colaboración civil con el legítimo gobierno de Venezuela, que encabeza Nicolás Maduro, y su pueblo, han decidido nuevas acciones agresivas contra Cuba. Ya no se trata de desmontar los 23 acuerdos bilaterales logrados bajo el gobierno de Obama; ni siquiera de la destrucción de la Revolución Cubana, sino de la recolonización del país en condiciones tan onerosas y crueles como la que ambicionaba el subsecretario de Estado Breckenridge. Él decía: “es obvio que la anexión inmediata de estos elementos turbulentos en tan grande escala en nuestra federación sería una locura, por lo que tenemos que producir antes una limpieza del país, incluso si eso significa usar los métodos de la Divina Providencia contra Sodoma y Gomorra”. Eso es lo que significa la aplicación de la Ley Helms-Burton, que desde el 2 de mayo se hace íntegramente, Capítulo III incluido, la vuelta a la condición de esclavos que algún momento tuvo nuestro país.

La Revolución Socialista, ratificada por referéndum popular a inicios de este año por más del 80% de la población es un “mal mensaje” para los pueblos latinoamericanos y del III Mundo.

El bloqueo, de todos modos, no se levantaría incluso si destruyen la revolución socialista, sino que permanecería hasta que se haga efectiva la devolución de todas las propiedades de ciudadanos estadounidenses o cubanos que se nacionalizaron en ese país aún después de que sus supuestas propiedades fueran nacionalizadas por Cuba, o se estableciera una compensación económica, estimada en aproximadamente 100,000 millones de dólares.

Es obvio que la iniciativa de hacer entrar en vigor ese capítulo de la Ley Helms-Burton (el Título III) busca eternizar el bloqueo hasta que Washington consiga el fin buscado desde siempre por la clase dirigente estadounidense: devolver a Cuba a la condición neocolonial, apropiarse de sus recursos, terminar con la experiencia socialista y dar un escarmiento suficientemente fuerte como para que nadie más ose ejercer el criterio propio de la independencia.

Pero no será. A Cuba no la tendrán jamás. Cuba seguirá siendo lo que previó Martí: el muro que impedirá que “se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.

Gracias.

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