Guatemala, (Prensa Latina) Agradecimiento y amor fueron dos de los más puros sentimientos que despertó Guatemala en el Héroe Nacional Cubano, José Martí, cuando con solo 24 años de edad arribó al puerto de Livingston, a finales de marzo de 1877.
Venía de México -otro país que también le acogió-, y su entrada por la costa guatemalteca del Mar Caribe hasta su llegada en mula a esta capital, probablemente el 2 de abril, le hizo definir más tarde a esta nación como 'una tierra hospitalaria, rica y franca'.
Su estancia fue breve e intensa, como su vida, pero su experiencia aquí mostró al poeta asombrado por la naturaleza, su gente y costumbres; querido como en ninguna parte; ávido de beber de la experiencia de la Revolución Liberal de Justo Rufino Barrios, y encontrar rumbo a sus aspiraciones literarias y libertarias.
No más poner pie en la ciudad, se presentó ante José María Izaguirre, compatriota que dirigía la Escuela Normal, quien lo hospedó y le dio empleo como profesor de los cursos de Literatura e interinamente de los ejercicios de composición.
Historias contadas por 'el abuelo del abuelo' recuerdan a Martí dando clases, pues le abrieron las puertas del aula de par en par.
Ya a finales de mayo es nombrado Profesor de Literatura francesa, inglesa, italiana y alemana, y de Historia de la Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de San Carlos, donde hace más de un año se fundó una Cátedra para difundir su pensamiento de vanguardia.
También por esos días frecuentaba la Sociedad Literaria El Porvenir, de la cual se dice fue admitido como vicepresidente, aunque no aparece evidencia del hecho en la prensa especializada.
A lo largo de 1877, desarrolla una actividad febril. Presentado por Izaguirre y otro querido cubano para los guatemaltecos, José Joaquín Palma, entró en los círculos de la intelectualidad de la época y probó con éxito su encanto seductor y su verbo (aquí surge el mote de 'Doctor Torrente').
La casa de la 12 calle y 4ta avenida de la zona 1, donde vivía el expresidente Miguel García Granados y que aún se conserva, era visitada frecuentemente por Palma e Izaguirre y un buen día apareció el joven defensor de las ideas liberales.
Impresionó al patriarca de la familia su intelecto, las historias de viaje que contaba y encontrar un recio oponente en el tablero de ajedrez, según testimonios de allegados.
También conocería allí a María García Granados y viviría un gran idilio imposible, tan profundo y sincero, que en 1891 confesaría al mundo que fue la frente que más amó en su vida, cuando vio la luz su hoy famoso poema IX de sus Versos Sencillos, dedicado 'a la niña que murió de amor'.
Cuenta Ana Cintrón de Méndez (tataranieta de Palma) que la noticia de la muerte de María le toma por sorpresa a Martí en el colegio y el día de su entierro, acompañado por José Joaquín, se queda sentado junto a su tumba, inmóvil, hasta que el sepulturero les pide que salgan, pues debían cerrar.
A finales de noviembre había regresado a México a casarse con quien estaba comprometido, la cubana Carmen Zayas Bazán, y a su vuelta todo se precipita al no poder corresponder a los reclamos de quien le firmaba en sus notas como 'Tu niña'.
Es así que esa historia romántica y triste se convierte en leyenda y sobrevive como fuerte lazo de unión entre cubanos y guatemaltecos.
Admirado por la cultura de la tierra del Quetzal escribe la obra teatral Patria y Libertad sobre el drama del indio, proyecta la Revista Guatemalteca y emplea por primera vez en sus escritos una expresión que definiría a futuro su ideal latinoamericanista y antimperialista.
'Les hablo de lo que hablo siempre: de este gigante desconocido, de estas tierras que balbucean, de nuestra América fabulosa', así la definió tempranamente en carta a Valero Pujol, director de El Progreso, 27 de noviembre de 1877.
Desde los inicios de 1878, las cosas comienzan a cambiar para Martí y el medio año que transcurre está lleno de contratiempos, según recoge el estudioso cubano Pedro Pablo Rodríguez en la edición crítica del libro Guatemala, que a 140 años de la edición príncipe se imprimió en la tierra del Quetzal.
Ya sin empleo, pues renuncia en la Escuela Normal en solidaridad con Izaguirre, quien había sido despedido por el propio presidente Barrios, y decepcionado de su gobierno -convertido en tirano-, comienza a padecer estrecheces económicas y aparecen enemistades en círculos oficiales.
Además, las presiones de su esposa Carmen Zayas Bazán y de su propia familia, le hacen emprender viaje a Cuba, vía Honduras, en los últimos días de julio o principios de agosto de 1878.
Sin embargo, como hombre agradecido, todo el cariño y crecimiento espiritual que encontró en el país de la eterna primavera lo plasmó, en reciprocidad, en su ensayo Guatemala, el cual vio la luz en el periódico mexicano El Siglo XIX en forma de folletín encuadernable, en febrero del mismo año.
Desde sus primeras páginas, cuándo se pregunta por qué escribe ese libro, adelanta la respuesta:
'Cuando nací, la naturaleza me dijo: áama! Y mi corazón dijo: áagradece! Y desde entonces, yo amo al bueno y al malo, hago religión de la lealtad, y abrazo a cuantos me hacen bien'.
Y continúa: 'Yo llegué meses hace, a un pueblo hermoso: llegué pobre, desconocido, fiero y triste. Sin perturbar mi decoro, sin doblegar mi fiereza el pueblo aquel, sincero y generoso, ha dado abrigo al peregrino humilde. Lo hizo maestro, que es hacerlo creador. Me ha tendido la mano y yo la estrecho'.
Agradecimiento y amor, un lazo indestructible que el más universal de los cubanos dejó para siempre en la que llamó tierra hospitalaria, rica y franca de Guatemala.