La firmeza de Cuba frente a los señores de la guerra

Hace treinta años, me preguntaba yo, a propósito de la actitud del gobierno de los Estados Unidos, que prohibía que sus ciudadanos viajaran libremente a Cuba: «Si esta Isla es, como dicen, el infierno, ¿por qué los Estados Unidos no organizan excursiones para que sus ciudadanos la conozcan y se desengañen?».

Ahora, me lo sigo preguntando.

Hace diez años, formulaba otra pregunta sobre la infiernización de Cuba: «¿Por qué voy a confundirla, ahora, con el infierno, si yo nunca la he confundido con el Paraíso?».

Y ahora, me lo sigo preguntando.

Ni infierno, ni Paraíso: la Revolución, obra de este mundo, está sucia de barro humano, y justamente por eso, y no a pesar de eso, sigue siendo contagiosa.

No son muy honrosos, que digamos, estos tiempos que estamos viviendo. Pareciera que se está disputando la Copa Mundial del Felpudo. Uno tiene la impresión, y ojalá sea una impresión equivocada, de que los gobiernos compiten entre sí a ver quién se arrastra mejor por los suelos y quién se deja pisar con mayor entusiasmo. La competencia venía de antes, pero a partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre, hay una casi unanimidad en la obsecuencia oficial ante los mandones del mundo.

Casi unanimidad, digo. Y digo que hoy me siento orgulloso de recibir esta distinción en el país que más claramente ha puesto los puntos sobre las íes diciendo no a la impunidad de los poderosos, el país que con más firmeza y lucidez se ha negado a aceptar esta suerte de salvoconducto universal otorgado a los señores de la guerra, que en nombre de la lucha contra el terrorismo pueden practicar a su antojo todo el terrorismo que se les ocurra, bombardeando a quien quieran y matando cuando quieran y a cuantos quieran. En un mundo donde el servilismo es alta virtud; en un mundo donde quien no se vende, se alquila, resulta raro escuchar la voz de la dignidad. Cuba está siendo, una vez más, boca de esa voz.

Esta Revolución, castigada, bloqueada, calumniada, ha hecho bastante menos que lo que quería pero ha hecho mucho más que lo que podía. Y en eso está. Ella sigue cometiendo la peligrosa locura de creer que los seres humanos no estamos condenados a la humillación.
 
*Fragmentos de la Intervención de Eduardo Galeano en su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de La Habana en diciembre del 2001.

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