La Constitución es un elemento unificador, que nos acerca como sociedad, y ese espíritu inclusivo, de aproximación y diálogo es el que advierten en la nueva Carta Magna varios creyentes de las diferentes religiones cubanas.
Lo hecho en materia de derechos humanos, sea cual sea el contexto, siempre implica un avance, porque las conquistas en este ámbito son para todos sin distinción y su reconocimiento en la Carta Magna supone protección en un plano de igualdad. Los derechos poseen, además, un carácter progresivo, o sea, lo logrado no admite regresión.
Así decía recientemente el doctor Yuri Pérez Martínez, profesor titular de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, al referirse a los derechos humanos y sus garantías en la Constitución cubana. Solo que esta disertación no era, como de costumbre, ante sus alumnos.
En esta ocasión, el auditorio resultaba diferente: la Plataforma Interreligiosa Cubana, en un encuentro que reunía a creyentes de las religiones establecidas en Cuba y a asociaciones fraternales e instituciones religiosas, así como a personas guiadas por la fe.
Y más allá de los derechos, cuya concepción se amplía en el nuevo texto constitucional, Pérez Martínez hablaba sobre los valores que distinguen a la Ley de Leyes que será sometida a Referendo Popular el próximo 24 de febrero.
Hablaba de la dignidad y de su raíz martiana; de solidaridad y libertad. Hablaba de respeto, clave para reconocer los derechos del otro. «El respeto es una invitación al diálogo».
Y esa voluntad de diálogo, de inclusión, «de todos y por el bien de todos», es la que advierte en la nueva Constitución David Prinstein Señorans, vicepresidente primero de la Comunidad Hebrea de Cuba, responsabilidad que ha asumido durante una década.
Este nuevo texto, dice, «es superior al que teníamos, y son visibles los avances en materia de reconocimiento. A partir de ahora muchas de las religiones presentes en Cuba van a poder incluir otros elementos que ayuden a su ejercicio diario. Además, se amplía el acápite de los derechos, lo cual beneficia a todas las personas, no solo a las religiosas.
«Hoy muchos preguntan cómo es posible el diálogo interreligioso en nuestro país. Pero además del diálogo, tenemos la acción interreligiosa, sobre todo por beneficios sociales. Y la base de esta Plataforma es la voluntad que ha tenido el Estado cubano, con sus líderes al frente, de que exista interacción entre los diferentes religiosos de Cuba, sin distinguir a unos entre otros».
Otra de las cuestiones básicas, afirma, es que no hacemos predominar ninguna de nuestras religiones, lo cual se reafirma con la declaración en la Constitución de la laicidad del Estado. «Nos basamos en principios básicos que son comunes en todas las religiones para accionar a favor de la sociedad».
En la Ley de Leyes advierte, además, dos fortalezas: la participación masiva del pueblo en la consulta, lo que dio lugar a cambios en más del 60 % del documento; y la posibilidad de que en el Referendo sea también el pueblo quien tenga la última palabra. «Sin dudas estamos todos incluidos en el futuro del país por muchos años».
También Manuel Delgado Hernández, pastor de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba y coordinador del Consejo de Iglesias en Mayabeque, subraya la importancia del reconocimiento de Cuba como Estado laico. «Eso estaba en el espíritu desde hace tiempo, y significa que no se reconoce a ninguna iglesia por encima de otra y que entre ambas partes, o sea, entre el Estado y las instituciones religiosas debe haber respeto, que trasciende, incluso, la tolerancia».
A su juicio, «ninguna constitución podría satisfacer los intereses particulares de cada una de las personas, más bien se trata de un compromiso con aquello que implique mayor bienestar para todos. Y cada constitución debe significar un avance respecto a la anterior, como sucede en este caso.
«Hay elementos que son trascendentes, y es el respeto a los derechos individuales de las personas y a ser reconocidas, sea cual sea su creencia. En nuestra religión creemos en la libertad de conciencia, porque entendemos que Dios hizo al hombre libre para creer o no creer. Ese espíritu de inclusión y de reconocimiento de todos, ya sea desde la fe o no, lo sentimos en nuestra Constitución».
Para este pastor la consulta popular resultó, de igual modo, valiosa. De ahí surgieron modificaciones en lo que a las iglesias se refiere, como el reconocimiento de sus propiedades, por ejemplo, incluido en el nuevo inciso f del Artículo 22.
En palabras de Manuel Delgado, destacan otros aspectos como la no discriminación por ninguna causa, según versa en el Artículo 42. «Nosotros desde la iglesia acompañamos a todas las personas, independientemente de su condición».
ACERCARNOS COMO SOCIEDAD
«Una Constitución como la que será sometida a ratificación constituye una plataforma ideal de trabajo, pues nuestra Orden se subordina a la legislación del país donde esté presente y participa en el desarrollo de la sociedad. De no existir un ordenamiento jurídico como el que tiene Cuba, no estaría aquí esta fraternidad».
Así, con una definición sencilla y suficientemente clara, señala Esteban Lázaro Aquino Nieto, presidente del Comité Nacional de Coordinación Rosa Cruz Amorc para Cuba, la importancia que, en su opinión, tiene el nuevo texto constitucional.
«Sin particularizar en artículos o contenidos, apruebo totalmente la Carta Magna nuestra. Y si tuviera que resaltar algún valor presente en la Constitución, me inclino por el respeto. Nosotros tenemos como divisa la más amplia tolerancia en la más estricta independencia, pero el respeto abarca un concepto más amplio».
De acuerdo con Aquino Nieto, esta fraternidad, presente en más de cien países, basa sus principios en la paz y en un profundo humanismo, los cuales conducen, invariablemente, al desarrollo del ser humano en todas las esferas. La orden Rosa Cruz es multirreligiosa, multirracial, no existe ningún tipo de discriminación y eso, apunta, es un pronunciamiento de respeto.
Sobre el modo en que la nueva Constitución favorece la unidad y la fraternidad entre todos los cubanos, abunda Josefa Alfonso Sarría, miembro de la Sociedad Sendero de Luz y Amor, perteneciente a la Federación de Espiritistas de La Habana.
«Hay que ser auténticos, es preciso asumirse tal cual somos, porque la aceptación es un principio de felicidad, y esa voluntad de asimilación de lo diverso, trasciende en la Constitución. Se trata de acercarnos como sociedad, creyentes y no creyentes», enfatiza esta siquiatra del Hospital Calixto García.
Y en medio de la heterogeneidad de creencias, fue la Constitución, desde su contenido renovado, un elemento unificador, porque al decir del reverendo Juan Ramón de la Paz Cerezo, representante de la Iglesia Episcopal de Cuba, nuestros actos deben conducirnos hacia «la unidad, la armonía y la paz de nuestra Patria, a la que todos amamos y nos sentimos comprometidos con su progreso».
El constitucionalismo cubano tiene en febrero algunas coincidencias que, ajustadas a sus contextos, configuran una suerte de hilo conductor, siempre ascendente.
Cuando la Revolución triunfante apenas daba sus primeros pasos, el Gobierno decretó, el 7 de febrero de 1959, la Ley Fundamental que habría de guiar los destinos del país. Seis décadas después, y ya sobre las bases sólidas de aquel proyecto de nación, Cuba se apresta a ratificar, en el Referendo del próximo 24 de febrero, una nueva Carta Magna que concilia las voces diversas de un pueblo.
Aquella Ley de 1959 mantuvo entre sus postulados esenciales, según coinciden los especialistas, parte del contenido de la Constitución de 1940, la misma que, pese a su carácter avanzado, poco trascendió en su implementación.
Pero dicha norma no fue, en modo alguno, una copia mecánica, sino atemperada al escenario de las profundas transformaciones económicas, políticas y sociales que suscitaba la Revolución. Se trataba de encauzar el ordenamiento jurídico del país hacia los principales cambios que habrían de emprenderse.
Durante sus años de vigencia, muchas fueron las reformas introducidas, teniendo en cuenta que se gestaba un proceso vivo, cambiante… revolucionario, un proceso que también exigía una Ley de Leyes propia, que sintetizara nuestro devenir histórico y proyectara el porvenir de la Cuba socialista que se estaba construyendo. Y de ahí nació la Constitución del 24 de febrero de 1976, que consagró como ley primera de nuestra República el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.
A juicio de José Luis Toledo Santander, presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Jurídicos de la Asamblea Nacional del Poder Popular, ambos textos (la Ley Fundamental y la Constitución de 1976), contemplados en la etapa revolucionaria socialista que llega hasta nuestros días, fueron en su momento «la expresión del proceso revolucionario y su constante búsqueda de los mayores niveles de justicia social para todo el pueblo, enmarcado en una firme y decidida defensa de la independencia y soberanía de la patria».
La Ley Suprema, que ha de ratificarse por el pueblo, el venidero 24 de febrero, no es menos; es parte de esa línea continua, es la voluntad de ajustar leyes y realidades, de actualizarnos, de andar a favor de los nuevos tiempos de la Revolución.