Martí, el Apóstol de América

Por Gustavo Espinoza M.

Suele decirse que José Martí es el Apóstol de Cuba. La realidad lo legitima, como un Apóstol de América. Su figura, alcanza las mismas dimensiones que la de San Martín y la de Bolívar, y se proyecta en el continente porque vivió América de un extremo al otro con inteligencia y pasión.

José Martí nació en La Habana hace 169 años, un 28 de enero de 1853, Su vida corta –murió combatiendo por la Independencia de su país el 19 de mayo de 1895 con apenas 42 años cumplidos- fue manantial cristalino; y sus ideas y acciones alentaron la vida de los pueblos de esta región en una etapa gloriosa, que cerró el primer ciclo de la independencia de América, cuando estas tierras dieron al traste con el yugo español y abrieron cauce a un nuevo escenario de lucha, que hoy perdura.

Tenía apenas 16 años cuando fue encarcelado y sometido a seis años de prisión y de trabajos forzados. En 1869 ya andaba con grilletes en los tobillos, pagando tributo por una causa que concibió como suya desde que vio la luz. Desterrado a España con tan solo 19 años, no asumió nunca el espíritu de los opresores, sino que afirmó más bien en su alma la vigorosa llama de la libertad

Primero en México y después en Nueva York, no perdió nunca sus raíces. Explicándolo con bellas palabras su idea de Patria, le diría a Leonor Pérez Cabrera, su madre, que el amor a la Patria, “no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; Es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”.

A partir de esa concepción, Martí marcó su derrotero en la misma ruta de los Libertadores, asumiendo la idea que la Patria no era una pequeña isla perdida en el Caribe, sino América entera, por la que luchar en fila cerrada.

Fue en ese espíritu que fundó su primera herramienta de acción, el Partido Revolucionario Cubano, surgido en 1892, y que diera inicio a la gesta armada que sellaría poco después, la Independencia de la Mayor de las Antillas. 

Al tiempo que combatía infatigablemente, José Martí –ensayista, periodista y filósofo, además de político y poeta- escribió libros que dejaron huella indeleble en la conciencia de millones. “Nuestra América”, fue uno de ellos, y “La Edad de oro”, otro. En el primero diseñó con asombrosa claridad el escenario que confrontaba. Dijo así: “Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.

Y en el segundo, integrado por cuatro por cuatro números de la revista del mismo nombre publicados en Nueva York entre julio y octubre de 1889, rindió un homenaje prístino a los libertadores: Bolívar, de Venezuela; San Martin, de Río de la Plata; Hidalgo de México; “tres hombres sagrados”.

Aludiendo al deber de estos hombres, a su aporte creador y a sus acciones no exentas de errores, Martí dijo: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos, hablan de la luz”.

Han pasado años de aquellos fulgurantes episodios de la historia. Y es que hoy “Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.

Eso explica el avance de los pueblos de nuestro continente. Así se resume lo que ahora mismo ocurre en este continente en el que se juega la suerte del universo todo.  La llama de los Libertadores, todavía está encendida y alumbra el camino por el que discurre nuestro tiempo. Y Martí –que vivió en las entrañas del monstruo y que lo conoció por dentro- dejó de ser tan sólo una figura de Cuba y se convirtió en el Apóstol de América.

Por eso se impone su voz desde el sur del río Bravo hasta la Patagonia. En cada país, a su estilo, los pueblos, comparten la esencia de su mensaje y están crecientemente convencidos que “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como hay cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Estos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres, van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”

Si miramos   cada país, y   analizamos cada experiencia vivida por los pueblos de nuestro continente; veremos que, en efecto, América es una sola, y que hoy puede hablarse de Nuestra América en el mismo espíritu con el que se hablaba en los años de Martí o de Mariátegui; porque la lucha sigue siendo la misma y la voluntad humana se nutre de la misma historia.

El Proceso Emancipador Latinoamericano crece en el corazón de cada ciudadano y habrá de florecer en cada recodo del camino en el que se encuentre una idea extraída del pensamiento martiano, o un concepto mariateguista que señale el derrotero de los pueblos.

Hablar de esto, no es aludir a un personaje ajeno, ni a una figura extraña.  El también encarna la voluntad de los peruanos, inmersos en una lucha en la que otra vez asoman los criollos que vivieron a la sombra del Poder tradicional, y los libertadores que se desplazan con las ideas de San Martín, Bolívar y Martí, agitando la conciencia de las multitudes y abriendo cauce a la modernización de nuestras sociedades.

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