Martí en Fabricio Ojeda

La historia política de los años sesenta del siglo XX en América Latina espera aún por el análisis de los historiadores. Quizás, siguiendo un viejo apotegma, estos esperan que la distancia les permita una mejor aprehensión de la época. Soy de los que piensa en sentido contrario: el presente y el pasado cercano vivido por el propio historiador se puede y se ha de estudiar, a sabiendas de que muchas de las fuentes para su conocimiento permanecerán inalcanzables hasta momentos futuros.

Pero para la política y los políticos sí es absolutamente incuestionable la permanente necesidad de la reflexión y el análisis de su presente cercano e inmediato. Sin embargo, para la conciencia social latinoamericana los sesenta se han convertido en un extraño limbo. Para unos pocos fue un momento maravilloso porque surgieron los Beatles y la cinematografía tuvo un gran esplendor, con lo que se reduce a acontecimientos artísticos singulares lo que fue una riquísima época de revolución a escala mundial en los más diversos ámbitos de la conciencia y en las luchas por el cambio social. Para otros —lamentablemente la mayoría— no vale la pena recordar el período, y así, de paso, sepultan en el olvido su propia juventud esperanzada y hasta heroica ante la mediocre cotidianidad de sus vidas actuales o la traición franca a sus ideales. Finalmente, están los casos de quiénes sí han ofrecido su visión de aquellos años como Jorge Castañeda y Carlos Alberto Montaner, quienes los presentan en sendos libros como un gran fiasco que no podía dejar de terminar en el fracaso

Estoy convencido que todo ello ha sido parte del proceso de desmontaje ideológico a que la conciencia social latinoamericana ha sido sometida tras el fin de las dictaduras militares y la instauración de los llamados procesos democráticos, que han continuado las prácticas neoliberales instauradas por aquellas en función de la reinserción de la región en los nuevos esquemas dominadores impuestos por el capital transnacional. Al igual que hubo impunidad ante la tortura como política oficial de Estado, se tiende a echar un manto que oculte de la memoria el formidable movimiento revolucionario que galvanizó sobre todo a una nueva generación y que llevó en algunos casos a conquistar el poder del estado, aunque fuera transitoriamente, como sucedió en Chile y en Nicaragua.

Como parte de esa desmemoria, de ese olvido, se desaparecen los héroes y mártires de aquella época. No se habla de ellos, pues dados los tiempos que corren eran locos cuando menos, o fanáticos y hasta subversivos terroristas bien eliminados, como insisten en repetir lo represores de entonces y de ahora.

El examen profundo de este tema y el rescate de esa memoria han de efectuarse y, de hecho, ya algunos lo están haciendo, como el argentino Néstor Kohan.

Estas reflexiones apresuradas me las provoca la presentación por estos días de un libro en el Centro de Estudios dedicado a José Martí en La Habana. Se trata de la primera edición venezolana de Presencia revolucionaria de Martí, de Fabricio Ojeda, un libro que circulaba en Cuba a principios de 1962 con prólogo de René Anillo, destacado combatiente revolucionario cubano que se desempeñara posteriormente en el trabajo internacional.

Los que éramos jóvenes en los años sesenta del siglo pasado creo que recordaremos siempre a Fabricio Ojeda, aquel venezolano que habló en la Plaza de la Revolución el 26 de julio de 1960, en una de las primeras grandes concentraciones de masas que desde entonces han caracterizado a la Revolución cubana. Aquel día inolvidable, ante casi un millón de cubanos en la Plaza, Ojeda nos habló a los presentes con entonación andina, con su fogosidad y con su entusiasmo. Tenía entonces 31 años de edad, era diputado por Caracas a la Asamblea Nacional venezolana y para los cubanos de entonces venía prestigiado además por su destacadísima presencia en la Junta Patriótica cuya ejecutoria culminó en la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958.

Eran aquellos tiempos de euforia revolucionaria. En aquel acto se reunió un numeroso grupo de personalidades del Continente que venían a dar su apoyo a la Revolución cubana, ya asediada por las maniobras yanquis en la OEA para tomar medidas contra la Isla. Fabricio Ojeda, además de periodista ágil y contundente de juicios, era de palabra fácil y de espíritu combativo, y en su discurso atacó el entreguismo del gobierno venezolano de Rómulo Betancourt por prestarse a las maniobras de la diplomacia injerencista que trazaba ya el cerco contra Cuba

Dos años después Ojeda renunciaba a su condición de diputado y se incorporaba a la lucha armada. Apresado al poco tiempo y protagonista de una espectacular fuga de la cárcel en 1963, fue nuevamente detenido el 19 de junio de 1966, y a los tres días apareció ahorcado en su celda. Las autoridades dijeron que se había suicidado. Todo el mundo sabía sin embargo, que fue asesinado por órdenes directas de las más altas jerarquías del gobierno, temerosas de su popularidad y simpatía en la opinión pública del país.

Es, pues, Fabricio Ojeda, un mártir de la revolución latinoamericana intentada a sangre y fuego durante aquellos convulsos años sesenta, que ahora tantos enemigos y traidores presentan como una barbaridad o como un error histórico.

Hombre de ideas, Ojeda dedicó sus años de lucha política al análisis de la realidad venezolana y latinoamericana, bajo la égida de Bolívar. Ese espíritu bolivariano lo llevó también al examen del pensamiento martiano.

Guardo aún en mi biblioteca aquel libro de pequeño formato y modesta edición, que no pretende ser un examen iluminador de nuevos aspectos sobre la obra del Maestro, sino la revisión de su ideario en función de la ola revolucionaria que se iba alzando ya por Latinoamérica y en la que todos esperábamos que Venezuela se incorporara junto a Cuba.

No conozco el resto de la obra escrita por entonces de Ojeda, pero estoy seguro que ese paseo a través de los aspectos esenciales del ideario martiano fue elemento decisivo en el desarrollo de su pensamiento y que ello también influyó en su determinación posterior de incorporarse a la lucha armada en su país.

Ojeda sintetiza los puntos centrales del ideario martiano: su concepto de revolución, su brillante análisis desde la juventud acerca de las relaciones entre la república española y la Revolución cubana, su estrategia y táctica políticas y sus características y condiciones como propagandista revolucionario.

En concordancia con la situación por la que atravesaba Venezuela, recién salida de una tiranía militar, Fabrico Ojeda aprecia que Martí supera “la vigencia actual de la democracia formalista, de esa democracia que se basa exclusivamente en el ejercicio teórico de las libertades”. Palabras esas, por cierto, que parecen escritas hoy día ante la evidente crisis en que se arrastran hace ya algún tiempo las democracias del Continente surgidas tras las dictaduras militares, pero continuadoras de las mismas políticas de exclusión de las mayorías mediante el neoliberalismo, que ha acrecentado la polarización social y la marginación de los sectores populares.

En ese análisis martiano en pro de una verdadera democracia popular, Ojeda sustenta su opinión de cómo la Revolución cubana y los revolucionarios latinoamericanos, con sus proyectos de transformación popular, seguían de hecho a Martí. Por eso, afirma rotundamente, con optimismo que parece de este presente: “A la Revolución latinoamericana nada puede detenerla.”

En varios capítulos se refiere a la sensibilidad social, igualitaria del Maestro y su enemistad con las discriminaciones de todo tipo. Y fija también el venezolano puntos básicos del compromiso martiano con sus pueblos al presentar sus ideas en defensa del indio y del campesino, del desarrollo económico independiente, y de las transformaciones en la educación y la cultura.

Ojeda completa la actualización del pensamiento martiano a la luz de la realidad que se vivía a inicios de aquellos años sesenta. Su vigencia en la lucha por la independencia de Cuba, en el sostenimiento de una América libre y soberana, en el enfrentamiento al imperialismo y a sus aliados internos, en su señalamientos acerca de los peligros para el Continente todo de esa acción imperialista y en la estrecha relación entre los problemas latinoamericanos con la parte del orbe que años después sería llamada el Tercer Mundo. Es decir, que en esos capítulos el autor demuestra el alcance continental y universal del ideario político-revolucionario de Martí.

Se trata, pues, de una lectura en función del momento histórico que se vivía en aquella época el movimiento revolucionario continental y universal, para el cual consideraba el venezolano que resultaba imprescindible tomar como punto de partida el proyecto martiano. Es esa una lectura original, sin ortodoxias ni forzamientos de las ideas martianas, con aquel espíritu por el que había clamado mucho antes el revolucionario cubano Julio Antonio Mella para entender el misterio del programa martiano.

A Fabricio le pasó como a Mella mucho antes: comprendió al leer a Martí que este era imprescindible para entender y transformar su presente. Esa es la mejor muestra de la vigencia martiana. No es el suyo un estudio académico para entender a Martí, sino para entender el presente desde Martí.

Ese es, pues, el aporte del libro de Fabricio Ojeda: incitar a la revolución latinoamericana, al cambio social en función de los intereses populares, desde nuestra óptica propia y desde el pensamiento continental.

Fabricio Ojeda resulta entonces un exponente del verdadero revolucionario, no sólo del que aspira con nobleza a las transformaciones sociales contra la injusticia, sino al que comprende que su labor ha de sostenerse en sus raíces autóctonas y en la historia de las ideas y de la práctica social de nuestra región, y que toda revolución para que sea verdadera y de permanencia en su obra ha de partir de sí, de su historia, de sus tradiciones y de sus condiciones.

Fue Fabricio Ojeda un mártir de la revolución venezolana y continental, cuya presencia acompaña al proceso bolivariano que actualmente vive su patria, el cual —como ha dicho el propio presidente Hugo Chávez Frías— reconoce en el movimiento guerrillero de los sesenta una de sus fuentes. Y por eso resulta este momento oportuno para releer su libro acerca del ideario martiano, que nos lo entrega vivo, actuante, que empuja al combate redentor.

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Solidaridad