Sin bajar la bandera

Sin bajar la bandera

Los planes desestabilizadores contra Cuba contemplan una carga de odios y violencia tan elevados, que imaginar contextos suaves o blandos es un imposible, por más que algunos lobos con piel de oveja se empeñan en convencernos de esa ficción política.

Conociendo a los cubanos, su estirpe y voluntad de no rendirse, pocos se atreverían a imaginar una transición de terciopelo o pasacalles triunfales para los enemigos de la Revolución.

Los que tanto hemos defendido este proyecto, que es atacado con saña, no acudiremos nunca, como simples espectadores, a la hecatombe política y cultural que equivaldría al quiebre de las instituciones, la estabilidad y la soberanía de nuestro país.

Sería a todas luces un retroceso hasta los peores años de la Enmienda Platt, a los tristes días en que a los mambises no los dejaron entrar a Santiago de Cuba.

Nuestra afinada cultura política permite un equilibrio entre las críticas y opiniones que vertimos sobre nuestros propios problemas, y la voluntad de no admitir soluciones mercenarias para ellos.

La confrontación, el oportunismo o el resentimiento vacío de los que preconizan un escenario de marcados matices anexionistas, en nada ayudará a mejorar la situación del país.

Ofrecernos el capitalismo puro y duro, ese que ya tuvimos hasta 1959, y pretender que asumamos como panacea las recetas que ya una vez desechamos, cuando se hizo impostergable una revolución, es apostar por una desmemoria que significa renunciar a tantos años de resistencia y dignidad.

Sobran las evidencias de que no es el bienestar del pueblo el motivo de llamamientos al desorden o a la desobediencia. Un interés real por aliviar las carencias que sufren las familias cubanas debería empezar por reclamar el fin del bloqueo económico e influir, por todas las vías, en el mejoramiento de las relaciones entre la Isla y su poderoso vecino del norte.

Cualquier actitud alejada de esa ética, y movida por el triste afán de enriquecerse a costa de la paz y el bienestar de la nación, merece y tiene la condena permanente de la inmensa mayoría de los cubanos.

 

(Tomado de Granma)

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