Un escaño en el Parlamento cubano es un sitio en la trinchera de ideas.
Cualquier extranjero que llegue por primera vez a Cuba en período electoral, se asombrará de no encontrar pasquines con los rostros de los candidatos, ni en postes ni en paredes, ni en anuncios de televisión pagados.
No hay propaganda electoral individual. No hay promesas de soluciones milagrosas. No hay debates televisados, donde los contendientes compiten por el favor de las audiencias, atacándose mutuamente en un show de boxeo verbal.
Lo que es tan común en otros países, aquí son prácticas que desaparecieron al mismo tiempo que el pluripartidismo.