Señor Presidente:
Lejos de incentivar la construcción de un mundo más solidario y cooperativo, se multiplican las desigualdades, la pobreza, el hambre y la exclusión. Una exigua minoría disfruta el incremento exponencial de su riqueza, mientras las amplias mayorías luchan por la supervivencia.
Los actuales patrones de producción y consumo son irracionales e insostenibles y amenazan la existencia de la especie humana.
Es indispensable luchar por un orden internacional justo, democrático y equitativo centrado en el ser humano, en los pueblos del mundo.
La promoción y protección de los derechos humanos es un ideal común. Ningún país está exento de retos, y ninguno tiene autoridad para considerarse un paradigma en la materia, juzgar a los demás, y mucho menos, para politizar y utilizarlos para estigmatizar Estados soberanos y proyectos económico-sociales que no se ajusten a los designios de los amos de las finanzas, los mercados y las armas.
Los intentos imperialistas de convertir este Consejo de Derechos Humanos en un tribunal contra países que no se subordinan a los intereses geopolíticos de gobiernos poderosos, erosionan la credibilidad de este órgano y parecerían intentar retrotraerlo a los derroteros de la extinta Comisión de Derechos Humanos, que implosionó precisamente por esas prácticas.