Señor presidente,
El año que concluye ha estado marcado por el impacto, sin precedentes, de la pandemia de la COVID-19, que añade nuevos retos y complejiza otros que ya existían para la comunidad internacional.
Con suma elocuencia, la pandemia ha evidenciado la naturaleza injusta del orden internacional en que vivimos, que reproduce los privilegios de los países ricos y perpetúa las carencias de los pobres.
Avanzan la desigualdad, la pobreza y el hambre, en un mundo con todos los recursos, conocimientos y tecnologías para evitarlo, en una paradoja insostenible.
Avanza también el unilateralismo. En medio de la pandemia, lejos de disminuir, se ha fortalecido la aplicación de medidas coercitivas unilaterales, que son contrarias a la Carta de la ONU y el derecho internacional, y que dificultan aún más la capacidad de los países afectados para enfrentar la COVID-19.
Al mismo tiempo, hemos visto cómo el egoísmo ha prevalecido en algunos de los países más ricos, que han desatado una competencia a fin de asegurar para sí los medios y tecnologías que permitan responder a la pandemia, olvidando que vivimos en un mundo interconectado, y que la pandemia es un problema global, que todos debemos resolver. Como siempre, esta competencia sólo perjudicará a los países del Sur.
La pandemia ha sido también el contexto escogido por algunos, como los Estados Unidos, para promover ideas racistas y xenófobas, que solamente generan confrontación; o para retirarse de la Organización Mundial de la Salud.
Salvo la COVID-19, ninguno de estos fenómenos es nuevo. La desigualdad, la exclusión, el unilateralismo y la falta de solidaridad y la intolerancia, son los mismos problemas que impiden un mayor avance en la implementación de la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz.
No puede haber paz sin desarrollo económico y social, justicia y equidad para todos, al interior y entre los países. Tampoco puede haber paz, ni consolidarse una cultura que la propicie, si no se cumplen estrictamente los propósitos y principios de la Carta y el Derecho Internacional, en particular la prohibición del uso y amenaza del uso de la fuerza, la no injerencia en los asuntos internos, el respeto a la soberanía y la autodeterminación.
No puede avanzar la cultura de paz, objetivo que Cuba comparte, mientras continúen promoviéndose ideas supremacistas, racistas y xenófobas, que son científicamente falsas y moralmente inaceptables.
Mientras no se privilegie el multilateralismo y se respeten nuestras legítimas diferencias, un mundo de paz seguirá siendo una utopía.
Señor presidente,
Cuba conoce perfectamente el valor que tiene la paz, y la importancia de promover una cultura y entorno que la propicie.
Hemos tenido que enfrentar, durante 6 décadas, los efectos del criminal bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos, recrudecido en tiempos de COVID-19; así como sus acciones de guerra no convencional y agendas de subversión contra nuestro pueblo.
Sin embargo, como hasta ahora, mantendremos nuestro pleno compromiso con la paz. Continuaremos defendiendo la Declaración y Programa sobre una Cultura de Paz, así como la Declaración de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, adoptada en 2014 en La Habana, en el marco de la II Cumbre de la CELAC.
Sobre la base de este compromiso, Cuba ha decidido sumarse al Grupo de Amigos de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas.
Estamos convencidos de que la promoción de una cultura de paz es el camino hacia un mundo mejor, más justo y sostenible.
Muchas gracias.