América Latina y el Caribe: oportunidades y desafíos en tiempos de crisis

Palabras del Embajador Carlos Miguel Pereira Hernández en el Simposio “América Latina y el Caribe: oportunidades y desafíos en tiempos de crisis”, organizado por el Comité de Solidaridad con Asia, África y América Latina (AALA), capítulo de Osaka.

Osaka, 24 de febrero del 2018

 

Estimado presidente de AALA Osaka, amigos todos:

 

Quisiera comenzar mis palabras agradeciendo a los organizadores de este encuentro por brindarnos al Embajador de la hermana República Bolivariana de Venezuela, Seiko Ishikawa y al que les habla, esta valiosa oportunidad para dirigirnos a ustedes y exponerles algunas ideas sobre un tema que sabemos genera gran interés en todos ustedes.

Con nosotros se encuentra también omnipresente nuestro colega y hermano Saúl Arana, con quien concebimos desde el inicio este esfuerzo conjunto, y al que sólo razones de fuerza mayor le impidieron estar hoy aquí físicamente con todos ustedes.

Baste recordar aquella larga noche neoliberal de los años 90 –como solía llamarle el Presidente Rafael Correa, que quebró a no pocas naciones latinoamericanas, sobre todo a partir de 1998 cuando Hugo Chávez ganó la presidencia en Venezuela, cuando los gobiernos derechistas y entreguistas del continente comenzaron a desmoronarse como castillos de naipes.

En su apogeo en el 2009, de 10 países en América del Sur, 8 tenían gobiernos de izquierda. En América Central y el Caribe, gobernaba el FMLN en El Salvador, en la hermana Nicaragua el sandinismo; Álvaro Colom en Guatemala, Manuel Zelaya en Honduras y Leonel Fernández en República Dominicana. En países como Guatemala y Paraguay, en este último con Fernando Lugo, por vez primera la izquierda llegaba al gobierno, rompiendo así siglos de tradición bipartidista.

El nacimiento de la CELAC en el 2010 representa de esos momentos culminantes, cuando 14 de sus 20 países latinoamericanos miembros estaban encabezados por gobiernos de izquierda, es decir, el 70 %. La región no vivió un cambio de época, sino una verdadera y pujante época de cambios que redefinió sustancialmente el mapa geopolítico regional.

Sin embargo, la coyuntura política latinoamericana al comenzar este año 2018 muestra cambios significativos respecto a años anteriores, con la acentuación de la correlación de fuerzas favorable a la derecha, lo que ha llevado a muchos a hablar del llamado “fin del ciclo progresista” en la región, intentando explicar de ese modo los triunfos de la derecha en Argentina, Perú, Colombia, Chile, Paraguay, México, Costa Rica, Honduras, Guatemala y el ascenso de un gobierno de centro-derecha en Brasil tras la amañada destitución de su presidenta.

Aprovechando la añoranza por aquellos años en los que presidentes de la talla de Fidel Castro, Hugo Chávez, Nestor Kirchner, Lula Da Silva, Rafael Correa, Daniel Ortega y Evo Morales, se reunían para articular y definir políticas de cooperación y diálogo regional, así como cierto reflujo en los procesos de cambio en el continente, los agoreros de la derecha se empeñan en fabricar un discurso que pretende deslegitimar la década ganada para las mayorías sociales y populares.

Algunas voces desde la izquierda han esbozado también la tesis del fin del ciclo, complementando de esa manera el discurso de la derecha contra los gobiernos de izquierda y nacional-populares. Para dichos sectores, no ha habido tal “giro a la derecha” sino más bien un colapso de la izquierda, en tanto ésta ha dejado de representar en algunos casos las aspiraciones de quienes le votaban.

Esta mirada crítica al quehacer de la izquierda latinoamericana, aunque pudiera ser válida, no toma en cuenta, sin embargo, las limitaciones de carácter estructural e internacional que estos procesos han tenido que enfrentar, a lo que se une la agravante de tener que actuar en los marcos de un sistema político diseñado para prolongar los privilegios de las oligarquías subordinadas al imperialismo y no precisamente para acometer profundos cambios sociales.

Las teorías antes mencionadas coinciden con el discurso de la derecha y el enfoque imperialista sobre lo efímero de las experiencias de cambios en América Latina y el Caribe, afirmaciones éstas que niegan la dialéctica de la política y la capacidad histórica de recuperación de las fuerzas y movimientos sociales proclives a dichos cambios.

Dos interrogantes saltan a la vista: ¿Es que pudiera afirmarse con certeza que las causas sociales generadoras de los movimientos de izquierda han desaparecido? ¿Es que acaso los gobiernos de derecha que han llegado al poder en los últimos tiempos han tenido éxito en la implementación de sus programas neoliberales?

Las respuestas son harto conocidas. Lejos de desaparecer, las causas generadoras de los procesos de cambio se han agudizado en la misma medida que se acrecienta la contracción económica, se deteriora la situación social y surgen sin cesar nuevas y cada vez más profundas crisis de gobernabilidad. Las calamidades del neoliberalismo, que favorecieron el ascenso de los gobiernos de izquierda, no sólo se mantienen, sino que amenazan ahora con resurgir y hacerse más agudas.

Según CEPAL, sólo por mencionar un ejemplo, la pobreza, la vulnerabilidad y la desigualdad siguen constituyendo problemas estructurales en nuestra región.  

Retrocesos, potencialidades y perspectivas:

La llamada “restauración conservadora” aunque ya había mostrado su cara en el 2002 con el fallido golpe de Estado contra el Presidente Chávez, pudiera ser ubicada temporalmente a partir del 2008, cuando comenzaron a intensificarse los intentos no democráticos de acabar con los gobiernos progresistas. A partir de ese año, surgieron 4 intentos desestabilizadores en Bolivia (2008), Honduras (2009), Ecuador (2010) y Paraguay (2012), de los cuales dos de ellos concluyeron exitosamente.

A partir del 2014, aprovechando el cambio de ciclo económico, dichos esfuerzos comenzaron a consolidarse, definiendo una suerte de tendencia conservadora con la formación de coaliciones de derecha nunca antes vistas, con apoyo internacional, ilimitados recursos y financiamiento externo, que ha hecho que la derecha reaccione perdiendo límites y escrúpulos.

Los reveses electorales de la izquierda en algunos países de la región han propiciado que las oligarquías locales recuperen importantes espacios institucionales, además de sus efectos negativos en el orden ideológico y simbólico. Como resultado de ello, muchas de las políticas sociales han sido sustituidas por políticas de austeridad, además de la ralentización de las políticas sociales implementadas por los gobiernos progresistas como resultado de la aguda crisis económica que afecta a la región.

La dimensión cultural de esta confrontación alcanza, por tanto, niveles inéditos. Muchos de esos gobiernos de derecha que han apelado a la estafa de las voluntades electorales mediante el acoso mediático, la distorsión de la verdad y el virtual chantaje a los ciudadanos, han contado, desde luego, con el apoyo decidido de EEUU, bajo la modalidad de una contraofensiva articulada a nivel internacional.

El acoso y el boicot económico a Venezuela, el golpe parlamentario en Brasil, la “judicialización” del “lawcare” aplicada en los casos de Dilma, Lula, Cristina y Jorge Glass, los intentos de destruir a UNASUR y neutralizar a la CELAC, entre otros, son expresiones de un mismo fenómeno. En lo mediático, esta suerte de cruzada restauradora ha estado basada en dos ejes fundamentales: el supuesto fracaso del modelo económico de izquierda y la pretendida falta de fuerza moral de los gobiernos progresistas.

En rigor, más allá de los errores cometidos, sobre los que cada país y proceso debe sacar las experiencias pertinentes, o de las limitaciones estructurales e internacionales que han debido enfrentar en su desempeño, los gobiernos progresistas y las fuerzas de izquierda en general se enfrentan hoy a desafíos muy poderosos:

1.       Una mayor capacidad de articulación de EEUU y de la UE con la derecha regional, mediante el empleo de fundaciones, ONG´s, tanques pensantes con financiamiento público, privado, local y transnacional, para el asesoramiento, capacitación y formación de nuevas fuerzas y liderazgos políticos contrarias a los gobiernos progresistas.

2.       Un injerencismo estadounidense que no solo se incrementa, sino que adopta pretextos muy diversos que van desde el enfrentamiento al tráfico de drogas y de armas, el tema de la migración, el terrorismo, la violencia social, el reforzamiento de las políticas de securitización y de criminalización de la protesta social, hasta los trillados temas de democracia o derechos humanos.

3.       El uso combinado de todos los instrumentos del poderío nacional estadounidense, con énfasis en los militares, pero también de los económicos y comerciales, político-diplomáticos, ideológicos, mediáticos-informacionales y comunicacionales, en consonancia con la aplicación de la Guerra de Cuarta Generación, y en función de promover el “cambio de régimen” y la reversión de los procesos revolucionarios democráticos, progresistas y liberadores de la región.

4.       El control por parte de la derecha de dos herramientas fundamentales para garantizar el poder: los medios de comunicación y las fuerzas armadas”. En el caso de los medios, estos han sustituido el Estado de Derecho con el Estado de Opinión.

5.       El evidente papel de la Alianza del Pacífico como eje vertebrador de las posiciones de la derecha en América Latina y el Caribe, en detrimento de la CELAC y de otros mecanismos genuinamente latinoamericanos como UNASUR y ALBA/TCP. Aun cuando se afirma que no está dirigida contra otros proyectos de integración, la realidad es que se trata de un proyecto lesivo a la verdadera integración latinoamericana, en tanto entraña la resurrección del ALCA, ya desestimado por América Latina en 2005, en Mar del Plata, Argentina. 

6.       El permanente esfuerzo de la derecha por hacer prevalecer a toda costa a la OEA y al sistema interamericano, a pesar de su colosal falta de prestigio e ineficacia para lidiar con los desafíos de la región.

7.       La pérdida de dinamismo y audacia de la CELAC a la hora de abordar los temas más complejos, debilita su papel como espacio inclusivo para la concertación política regional. Como resultado de ello, no se logra que los pronunciamientos políticos se traduzcan en documentos o acuerdos. Ni siquiera el rechazo que concita la retórica agresiva de Trump hacia la región en varios temas, logra ser canalizado hoy como pronunciamientos políticos de la organización.  

8.       Los cambios en la orientación política de algunos de los miembros de ALBA/TCP tampoco favorece arribar a consensos en los temas más espinosos, a lo que se une la prevalencia de un enfoque pragmático que lleva a algunos a explorar y materializar vías de inserción alternativas ante la pérdida de expectativa sobre las potencialidades de la organización como espacio económico y su capacidad para sostener proyectos de cooperación.

9.       Los gobiernos progresistas y de izquierda no han logrado transformar las reglas de juego de la democracia representativa liberal. Mientras a los gobiernos de derecha se les criticaba por no haber hecho nada, a los de izquierda por no haber hecho todo.

10.  La prevalencia de una desfavorable correlación de fuerzas hacia lo interno en la mayoría de ellos ha impedido construir un modelo de desarrollo económico sostenible y coherente con la diversificación productiva.

11.  El insuficientemente aprovechamiento por parte de la izquierda de los medios de comunicación y de las redes sociales en beneficio propio, mientras la derecha utiliza sus debilidades y vacilaciones para crear matrices de opinión contrarias a la gestión de sus gobiernos.

12.  La deficiente producción intelectual desde la izquierda orgánica ante la necesidad de generar propuestas para los cambios estructurales que requiere la región.

13.  La desfavorable correlación actual de fuerzas en las instituciones multilaterales regionales facilita el acoso diplomático y el establecimiento de iniciativas de carácter injerencista e intervencionista contra los gobiernos progresistas, y en particular contra Venezuela.

14.  Según Frei Beto, “hay una experiencia de gobiernos progresistas con muchos logros, pero también con muchos equívocos”. Desde su punto de vista, uno de esos errores fue haber considerado que solo era necesario llegar al gobierno para encarar las transformaciones necesarias. En sus propias palabras: “En la cabeza de muchos de nosotros, y yo me incluyo, porque he sido parte de todo ese proceso en el gobierno de Lula da Silva, pensábamos equivocadamente que llegar al Gobierno significa llegar al poder y no es verdad”. Y añade: “Hay que tener lucidez (para comprender) de que llegamos al Gobierno, pero no llegamos a controlar el poder”.

15.  La falta de preparación a la población y de promoción de su participación política, más allá del mejoramiento de las condiciones de vida.

16.  Cambios en los liderazgos políticos caribeños hacia mayores niveles de pragmatismo y desideologización.

La izquierda latinoamericana y caribeña actual ya no es aquella testimonial o intelectual que prevaleció en los años 60, 70, 80 o 90. Más de una década de gobiernos progresistas en la región permite mostrar hoy logros concretos como, por ejemplo:

-          Una mejor redistribución de la riqueza y avances importantes en la batalla contra la pobreza extrema, con innegable éxito casi todos los países. Vastos sectores, desde movimientos indígenas a grupos populares urbanos que sufrieron la exclusión por mucho tiempo, lograron alcanzar el protagonismo político.

-        Un redimensionamiento del Estado que ha recuperado para sí determinadas responsabilidades, como por ejemplo la ampliación de los derechos de las ciudadanías, y la recuperación de la soberanía y de la solidaridad política.

-        Una mayor participación política democrática, no ya como un simple factor de suma y resta electoral, sino como un verdadero proceso de ampliación de los espacios democráticos y de participación ciudadana.

-        La puesta en marcha de herramientas fundamentales como el ALBA/TCP, que permitió enterrar definitivamente el ALCA, sin dudas el principal y más peligroso instrumento de dominación imperial estadounidense en la región, así como la cadena TELESUR o la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad.

-        Una nueva institucionalidad, derivada de la aprobación de nuevas cartas magnas mediante referendos en los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, que permitió restaurar el rol regulador del Estado sobre el mercado, y fortalecer los servicios públicos.

-        La importancia de la unidad de la izquierda como garantía del triunfo y para evitar la desmovilización de las fuerzas políticas y movimientos sociales, conscientes de que no hay ni podrá haber nunca una fórmula única, y que existen tantas posibilidades como situaciones políticas y momentos históricos concretos.

Realidades y perspectivas:

Se apresuran quienes afirman que la victoria de Sebastián Piñera en Chile pudiera marcar un giro definitivo hacia la derecha, el fin del ciclo progresista y el retorno a la era neoliberal en la región, si se tiene en cuenta que las últimas elecciones en Honduras, marcadas por las acusaciones de fraude de la oposición y aún sin un resultado definitivo, dieron inicio a un megaciclo electoral de dos años en los que 12 países de América Latina celebrarán elecciones para elegir a sus respectivos presidentes: Costa Rica, Paraguay, Colombia -con las FARC por primera vez compitiendo como partido político-, México, Brasil y Venezuela que convocarán a comicios en la última parte del año; Cuba que realizará elecciones en las que se espera una renovación generacional de su liderazgo; así como Bolivia,  Argentina, Uruguay, El Salvador, Panamá y Guatemala previstas para el 2019.

Más allá de sus particularidades, los casos de Brasil, Venezuela, Colombia y México, colocan en cuestión la continuidad o el cambio de los gobiernos actuales y la correlación de fuerzas entre la izquierda y la derecha en el conjunto del continente. Algunas consideraciones por países:

1.       La situación en el caso de Brasil, por su peso regional y crisis actual hacia lo interno, la elección será decisiva no sólo para el futuro del país, sino también del continente, por lo que deberá marcar una tendencia más definitoria a nivel regional, al tratarse del país más grande de la región, con un accionar determinante en los principales organismos regionales. La crisis política y económica interna, ha puesto en “stand by” la toma de acciones en su política exterior, bloqueando la gestión de organismos regionales en los que el gigante sudamericano ejerce importante protagonismo, junto con Venezuela.

Conscientes de su peso a nivel regional, la derecha brasileña, con fuerte apoyo desde el exterior, se mueve hoy tratando de evitar, por todos los medios posibles, incluyendo la criminalización de Lula y su inhabilitación política, que éste se presente como candidato a las próximas elecciones. Sin embargo, pese a las campañas y a las diversas investigaciones por corrupción, Lula continúa encabezando hoy las encuestas relegando a un segundo plano al candidato de la ultraderecha.

2.       En Colombia, la izquierda y el progresismo tiene ante sí el desafío de validar su capacidad política, tras la conversión de las FARC/EP en una fuerza política y en un contexto de evidente falta de voluntad para implementar los acuerdos de Paz. La prevalencia de la derecha en el gobierno hace que se estrechen las relaciones estratégicas con EEUU y se refuerce su papel de punta de lanza contra Venezuela. Aunque las encuestas hablan de candidatos muy cercanos entre sí, revelan asimismo 2 candidatos progresistas favoritos: Gustavo Petros y Sergio Fajardo. Las elecciones generales en el caso colombiano estarán precedidas de elecciones parlamentarias que serán claves.

3.       México vive inmerso en un escenario dinámico y cambiante, muy marcado por la pérdida de confianza en la clase política, altos niveles de corrupción institucional, de violencia y de ingobernabilidad, y un proceso de renegociación del NAFTA con resultados inciertos, que en su conjunto pudieran generar un escenario de mayor debilidad frente a EEUU. En su caso, la confirmación de los sondeos que señalan como ganador de las próximas elecciones al izquierdista Andrés Manuel López Obrador, supondría para la región mejores posibilidades para recuperar la dinámica progresista regional.  

4.       La llegada de Piñera al gobierno para un segundo mandato, no supone necesariamente un cambio relevante a nivel de organismos regionales como MERCOSUR, UNASUR, OEA o la propia CELAC, pues la política exterior chilena seguirá estando basada, al igual que sucedió con su predecesora, en el libre mercado y la apertura comercial hacia los países asiáticos.

5.       En Argentina, como ya se explicó, el control del gobierno federal por parte de una coalición de partidos conducida por los sectores más derechistas, busca tratar de reinstalar una versión recargada del neoliberalismo de los años 90. Sin embargo, la conflictividad social resultante de las políticas agresivas del Ejecutivo continúa comprometiendo hoy la gobernabilidad del país.

6.       En Uruguay, aun cuando el Frente Amplio se mantiene en el gobierno, este no cuenta con una mayoría absoluta en el parlamento, lo que le ha obligado a un cierto corrimiento hacia el centro.  Las fuerzas de centro derecha dentro del Frente Amplio mantienen su influencia en el gobierno, especialmente en los campos económico y de política exterior. La decisión reciente del gobierno uruguayo de abandonar el Grupo de Lima es una buena señal de los límites que el liderazgo uruguayo no está dispuesto a traspasar.

7.       En Bolivia la situación se presenta mucho más favorable, aunque igualmente con la incógnita sobre la continuidad del proceso. La victoria opositora en el referéndum del 2016 develó claramente que la guerra contra el progresismo y la izquierda es de naturaleza esencialmente política y que no basta sólo con notables avances en el terreno socio económico para su consolidación. Ha aumentado la conflictividad social derivada del enfrentamiento entre los movimientos sociales y el gobierno. Bolivia ha devenido también blanco de la creciente y diversificada actividad subversiva de EEUU.

8.       En Ecuador, el escenario está marcado por la ruptura Lenín – Correa hacia lo interno y hacia Venezuela, lo que genera mucha incertidumbre. El Movimiento Alianza País, aunque se mantiene en el gobierno, se aleja cada vez más de su proyecto fundacional. Los efectos de la crisis económica, la desaceleración en la aplicación de las políticas sociales, junto a otros factores, erosionan la gobernabilidad del país y hacen que se reduzca cada vez más el otrora activismo regional e internacional de Ecuador.

9.       Centroamérica continúa siendo una pieza clave en la estrategia estadounidense hacia la región, fundamentalmente a través del llamado Triángulo Norte Centroamericano. En Guatemala, Honduras, Panamá y Costa Rica las fuerzas de derecha predominan en el gobierno.

10.  En Nicaragua, el gobierno de Frente Sandinista continúa en el gobierno, con importantes logros en cuanto al crecimiento económico del país, aunque enfrenta igualmente un aumento de la conflictividad interna. La Adopción del “Nica Act” contra Nicaragua no refleja sino el claro interés de EEUU y de la derecha regional por afectar y debilitar el avance del proceso.

11.  En el caso de El Salvador, el asedio de la derecha debilita su proyección internacional y regional. El gobierno del FMLN enfrenta una creciente incertidumbre en su capacidad para reelegirse el próximo año, debido a un escenario interno que deviene cada vez más complejo por la agudización de la ingobernabilidad, los elevados índices de criminalidad e inseguridad ciudadana, la guerra económica y las acciones de desestabilización interna.

 

América Latina y EEUU: una relación cada vez más asimétrica

La política exterior estadounidense hacia la región se ha basado en tres pilares fundamentales: libre comercio, democracia y gobernabilidad (soft power) y seguridad. Tanto republicanos como demócratas se han concentrado en estas tres áreas, aunque con enfoques ligeramente distintos. En el caso de Trump, con una actuación global más unilateral y una política exterior y de seguridad más agresiva, la ejecutoría estadounidense ha sufrido ajustes importantes.

1.    Con la llegada de la nueva Administración, la relevancia estratégica de ALC para EEUU continuó debilitándose, acrecentándose también el cuestionamiento a su hegemonía.

2.    La retórica cada vez más agresiva y unilateralista de Trump ha generado más incertidumbre que confianza.

3.    La coexistencia de dos visiones que, si bien parecerían coincidir en lo estratégico, en lo táctico reflejan enfoques diferentes. El caso de Cuba es un buen ejemplo de ello.

4.    La pérdida acelerada de la otrora ventaja económica de EEUU en la región: ya no es ni el gran extractor e importador de materias primas de la región, ni tampoco el gran exportador de maquinaria y tecnología, lo que supone además una pérdida de influencia política, que ha hace que muchos gobiernos, incluso de derecha, opten por buscar soluciones más de acuerdo con sus intereses.

5.    La recurrencia al uso de la fuerza y sobre todo a la amenaza de su uso por parte de EEUU, para tratar de disuadir tanto a enemigos como a aliados, en función de sus objetivos. 

6.     La visión de “América Primero” promovida por Trump hace que temas como el del libre comercio, la democracia y la gobernanza y la seguridad, se transformen y adopten un enfoque más pragmático que favorece los intereses económicos y de seguridad nacional de EEUU, lo que no excluye que se prioricen algunos temas de interés para los legisladores republicanos, a cambio del apoyo de estos a Trump para cumplir con su programa nacional o enfrentar tormentas políticas.

Postura de Cuba en la actual coyuntura:

No es un secreto que los anuncios simultáneos de los presidentes de Cuba y Estados Unidos el 17 de diciembre del 2014 marcaron un punto de inflexión en las relaciones entre los dos países y el inicio de una nueva etapa, tras la adopción de decisiones de gran significación política e histórica para Cuba, entre ellas el reconocimiento de la legitimidad del Gobierno cubano bajo la conducción de la generación histórica encabezada por el Presidente Raúl Castro.

Ello dio lugar a un proceso largo y complejo, cargado de profundos desafíos y oportunidades, hacia la normalización de las relaciones bilaterales, que ha propiciado, entre otros resultados, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, la reapertura de las embajadas y la visita a Cuba del Presidente Obama, primera de su tipo en la historia.

Obama usó de manera positiva pero limitada sus amplias prerrogativas para introducir modificaciones en la aplicación práctica del bloqueo, pero mantuvo inalterable la política de bloqueo y de “cambio de régimen” contra Cuba. Es decir, la llamada política de Obama hacia Cuba no implicó una modificación de sus propósitos y objetivos, sino sólo de sus aspectos tácticos.

Tras su llegada al gobierno, Trump no ocultó su intención de trabajar por revertir la política de su predecesor hacia Cuba, con el claro propósito de intentar contrarrestar el predominio del consenso regional a favor de Cuba dentro de América Latina y el Caribe y a nivel internacional, así como tratar de desmontar a la Revolución y sus instituciones.

Las características más significativas de ese proceso han sido las siguientes:

•        Durante el proceso de revisión de la política que se extendió por más de 5 meses, fueron congelados los intercambios oficiales, excepto en los temas migratorios y el de seguridad de la aviación.

•        La revisión puso de manifiesto las profundas divisiones, expresadas en la contraposición de fuerzas internas y externas. De un lado, las presiones directas del senador Marco Rubio y del representante Mario Díaz-Balart (R-Florida). De otro, la opinión unánime de los departamentos y agencias a favor de preservar la política de Obama.

•        La revisión estuvo acompañada además de un amplio debate público en el que predominaron los sectores a favor de la política de Obama.

•        La decisión final adoptada por Trump bajo fuerte influencia de Rubio y Díaz-Balart, reflejó, por un lado, la coincidencia de intereses en cuanto a desmantelar las políticas de Obama (Rubio) y cumplir promesas electorales (Trump) y por otro el intercambio de apoyos y favores políticos: Apoyo de Rubio en investigación sobre injerencia rusa, a cambio del apoyo de Trump para desmontar la política hacia Cuba.

•        Se puso de manifiesto además el marcado debilitamiento de la influencia política de los sectores anticubanos.

Factores de cambio:

·       Prohibición de transacciones financieras con entidades vinculadas a las FAR y al MININT.

·       Eliminación de los viajes individuales “pueblo a pueblo” y mayor fiscalización de viajeros.

·       Oposición a acciones para levantamiento del bloqueo en ONU y otros foros internacionales.

·       Ampliación de lista de funcionarios cubanos que no pueden recibir visas y remesas.

·       Revisión de todos los programas subversivos contra Cuba para asegurar su efectividad.

·       Derogación de la Directiva Presidencial de Obama de octubre 2016.

Factores de continuidad:

·       Relaciones diplomáticas y embajadas.

·       Acuerdo Migratorio. Resto de acuerdos firmados se mantienen.

·       Cooperación en temas de interés mutuo, en particular, temas de seguridad nacional.

·       Vuelos regulares y cruceros, correo postal.

·       Resto de medidas para modificar la implementación de algunos aspectos del bloqueo.

En resumen:

•        La política de Trump ha implicado un serio retroceso en las relaciones bilaterales. En la práctica, las medidas anunciadas han recrudecido el bloqueo contra Cuba, incluyendo su dimensión extraterritorial.

•        Su retórica ha enrarecido el clima bilateral y aumenta el riesgo de conflictividad en las relaciones, lo que permite estimar además un incremento de las acciones subversivas y de apoyo a la contrarrevolución. Creación del Task Force en Internet para difundir mensajes desestabilizadores contra la isla y agredir la institucionalidad y legitimidad del gobierno cubano.

•        Cuba ha vuelto a usarse en función de intereses de la política interna de EE.UU., aunque intereses de seguridad y de política exterior también influyeron en la decisión final.

•        El senador Marco Rubio acaba de reelegirse y puede seguir presionando si percibe que Trump es vulnerable y lo necesita.

•        El rechazo registrado al anuncio de Trump incrementa el aislamiento de la extrema derecha cubanoamericana.

•        Aún con su retórica de “guerra fría”, Trump tiene una ventana de actuación en el caso de Cuba muy reducida, lo que se refleja en el hecho de que, a pesar de todos sus intentos, en la práctica no logra revertir lo avanzado con Obama, al tiempo que se ha ampliado y diversificado la base social y el consenso bipartidista de apoyo a una política de acercamiento a Cuba.

•        En el plano interno, Cuba seguirá construyendo el socialismo refrendado y apoyado a costa de grandes sacrificios por la inmensa mayoría de su pueblo. Y en los marcos del proceso de relacionamiento con EEUU, continuará dispuesta a enfrentar los desafíos y las oportunidades implícitas, sin negociar jamás su sistema social, la soberanía y la independencia.

Conclusiones:

El desplazamiento hacia la derecha en el escenario político regional hace más complejo el accionar de los gobiernos de izquierda y de su política exterior, pero no impide su actuación coordinada en defensa activa de la Revolución Bolivariana y de los gobiernos progresistas de la región.

Los resultados electorales en Venezuela, Colombia, Brasil y México este año colocan en cuestión la continuidad o el cambio de los gobiernos actuales y la correlación de fuerzas entre la izquierda y la derecha en el conjunto del continente. En ninguno de los cuatro países pudiera hablarse hoy de un resultado seguro, pero hay tendencias probables.

Aunque no pudiera decirse que la derecha esté agotando su ofensiva, lo cierto es que las condiciones de disputa están dadas, la izquierda tiene una nueva posibilidad de conducir procesos de superación del neoliberalismo y de construcción de sociedades más justas y de Estados soberanos. Al final de este año, el mapa latinoamericano y caribeño pudiera ser distinto.

Lo anterior plantea la necesidad imperiosa de propiciar la unidad en torno a un programa y a una práctica política, para enfrentar mejor la ofensiva del imperialismo y de las oligarquías regionales, unidad ésta que deberá estar basada más que nunca en la diversidad.

El Foro de Sao Paulo, reunido el pasado año en Nicaragua, aprobó el documento “El Consenso de Nuestra América” que en uno de sus párrafos señala: “En cualquier caso no es momento de lamentar los reveses sufridos en el plano político y electoral, por ello nuestra propuesta también considera nuestra propia acumulación política y social que construya una correlación de fuerzas a favor del campo democrático-popular para continuar avanzando hacia un horizonte socialista”.

Los gobiernos progresistas de la región deben redoblar sus esfuerzos y coordinaciones para fortalecer la unidad de acción y movilización de las fuerzas de izquierda y de los movimientos sociales, para enfrentar la ofensiva del imperialismo y de las oligarquías regionales.

Se deberá trabajar por preservar en lo posible las relaciones con los gobiernos de derecha y a la vez preservar los intereses comunes con fuerzas de derecha, sobre la base de incentivar la unidad y la continuidad de los procesos de integración regional. La revitalización de la CELAC y UNASUR en torno a una agenda unitaria e inclusiva que atraiga a la derecha constituye una prioridad inaplazable.

Por último, no quisiera concluir estas reflexiones sobre una temática que es inagotable, sin recordar el concepto de la unidad planteado por Fidel en una de sus reflexiones: “Lula” (Primera Parte) dedicada al líder brasileño en ocasión de su visita a Cuba en enero del 2008; “Para mi unidad significa compartir el combate, los riesgos, los sacrificios, los objetivos, las ideas, los conceptos y estrategias a los que se llega mediante debates y análisis”.

Muchas gracias

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Solidaridad