No pueden los fenómenos atmosféricos detener a Cuba, no puede Cuba darse el lujo de permitirlo. Ante la adversidad y el asedio que la multiplica, está la resiliencia a la que el amor y el compromiso le ponen cimientos. Y todo ello con una alegría y un empuje que desconcierta a quienes desconocen el alma cubana, su transparencia y sus fortalezas.
Amaneció después de la tormenta. Siempre amanece. El sol calentó, primero tímido, y luego con toda la fuerza de agosto, y poco a poco desaparecieron los rastros de humedad que en aceras y calles delataban la lluvia caída.
Laura era pasado, y los arcoíris estaban ahí para confirmarlo, pero no vino la calma. Mujeres y hombres, miles, se levantaron a curar las heridas, pocas, pero siempre dolorosas y sentidas para una Isla obligada a reinventarse cada día, que dejaron las ráfagas de viento.
Techar, alzar postes, cosechar... no son los únicos retos y preocupaciones en el centro del devenir cubano. Antes de que el parte meteorológico sembrara desasosiegos, el camino estaba lleno de heroicidades, para ponerle freno a una pandemia mortal y cuyo fin aún no se avizora.
Mientras Laura se hacía sentir, el personal médico luchaba por restarle víctimas a la COVID-19, en los laboratorios se seguía analizando muestras, otros producían el alimento imprescindible… y, soberanamente, la Soberana, el candidato vacunal cubano contra la desconcertante enfermedad, entraba a los cuerpos de los voluntarios, o deberíamos decir, de los patriotas.
En las casas, luego de barrer hojas, recolocar antenas y abrir ventanas, volvieron los nasobucos a las tendederas, y los padres y madres a entretener a los hijos en el encierro que salva vidas. Otra vez, se escuchó con interés y preocupaciones el parte de Salud Pública, y se miró con aprehensión a los violadores del aislamiento.
La convergencia en los titulares de los doctores José Rubiera y Francisco Durán tensó los ánimos, claro está, en un 2020 particularmente desafiante. Sin embargo, ni en la calurosa noche sin fluido eléctrico y con viento aullador desapareció la confianza en el día en que el país derrote el virus, y vuelvan las manos a estrecharse, y las sonrisas a conquistar descubiertas.
No pueden los fenómenos atmosféricos detener a Cuba, no puede Cuba darse el lujo de permitirlo. Ante la adversidad y el asedio que la multiplica, está la resiliencia a la que el amor y el compromiso le ponen cimientos. Y todo ello con una alegría y un empuje que desconcierta a quienes desconocen el alma cubana, su transparencia y sus fortalezas.