Fidel Castro, una de las grandes figuras de la Historia

Palabras del Embajador Carlos Miguel Pereira Hernández, en la apertura del Seminario “Fidel en la Política Exterior de la Revolución Cubana: vigencia de su pensamiento”, auspiciado por la Embajada de Cuba en Japón

Salón Latinoamericano, Kowa Bulding, 16 de noviembre del 2017. 

 

Estimados Embajadores, profesores, académicos, invitados todos:

 

Tengo el placer de darles la bienvenida a todos los presentes en este seminario que lleva por título “Fidel en la Política Exterior de la Revolución Cubana: vigencia de su pensamiento”, que celebramos vísperas del primer aniversario de su desaparición física.

Quisiera comenzar mis palabras agradeciendo nuevamente a la Universidad de Kanagawa por la feliz iniciativa de invitar a un grupo de reconocidos académicos cubanos y también la generosidad de tres de ellos: Pedro Monzón Barata, Carlos Alzugaray Treto y Elier Ramírez, que gustosamente accedieron a permanecer con nosotros para la realización de este importante evento.

Como todos conocen, el próximo 25 de noviembre se cumplirá el primer aniversario de la irreparable pérdida física de quien es y será el líder histórico indiscutido de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, Comandante en Jefe y gestor de la verdadera y definitiva independencia cubana, y también un verdadero y entrañable amigo del Japón.

Aquellos fueron días muy tristes, en los que nos llenamos todos de sentimientos muy encontrados. Por un lado, el imperativo de haber tenido que cumplir con nuestras funciones oficiales como si nada hubiera pasado, cuando si nuestro corazón no estuviera en Cuba, acompañando la despedida de nuestro pueblo a quien fuera el orfebre de su unidad y el fundador de su Revolución. Por otro, la enorme satisfacción de haber sido testigo excepcional del homenaje sin precedentes que el pueblo japonés rindió a su figura y a su legado.

Fidel Castro fue, sin dudas, una de las grandes figuras de la Historia. Su impronta de revolucionario consecuente y verdadero ha quedado como un símbolo ante el mundo. Siempre tuvo una confianza absoluta en el triunfo de las ideas, y con ello nos dejó el mejor de sus legados. Es por ello que, al conmemorar el primer aniversario de su partida física, pensamos que la mejor manera de recordarle es rindiendo tributo a su pensamiento y a su impronta en el quehacer teórico y práctico de la política exterior cubana.

Será esta, por tanto, una valiosa oportunidad para ahondar, desde una perspectiva académica, en su pensamiento y en los principios e ideas que han guiado el accionar de la Revolución cubana y de su política exterior.

Resulta imposible no reconocer la talla histórica y mundial de la personalidad de Fidel Castro y esto es válido naturalmente para los que lo admiramos, pero también para personas de cualquier postura política, incluyendo a aquellos que reniegan de sus ideas y hasta quienes lo combatieron infructuosamente en vida.

Tenía una convicción profunda en la unidad y así lo dejó reflejado en su extraordinario concepto de Revolución, sin dudas, el más maduro de su pensamiento político. Nada le preocupaba más que la unidad de los revolucionarios cubanos. Tenía el don de viajar por la historia y volver de ella para recordarnos siempre el peligro de la desunión. Aún recuerdo aquellas antológicas palabras pronunciadas en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, cuando muchos se apresuraron a pronosticar la caída de la Revolución, tras el desplome de la entonces Unión Soviética y del Socialismo en Europa del Este, en la que nos advirtió: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla y sería culpa nuestra”.

Y es que la Cuba revolucionaria, desde el momento de su surgimiento, tuvo una dimensión internacional fundamental y se transformó, de un pequeño país, plagado de males sociales y subordinado políticamente a los Estados Unidos, en un actor pleno de la comunidad internacional, con una diplomacia de principios capaz de hacer oír su voz en cualquier foro internacional. 

Este fenómeno resulta comprensible si se explica la significación geopolítica de nuestra Revolución. La aparición de un país socialista, soberano y antiimperialista en las propias narices de los EEUU, estaba condenado a chocar con la estrategia hegemónica de Washington en el continente americano.

El secuestro de nuestra victoria en las luchas independentistas contra el dominio español y la intervención militar de la isla por Washington, propició que el surgimiento de la República estuviera manchado por un nuevo tipo de coloniaje y que Cuba se convirtiera en un reservorio de recursos naturales y mano de obra barata, a la vez que un paraíso legal para vicios de la sociedad americana, como el juego, la droga y la prostitución.

Es imposible comprender los males que aquejaban a la Cuba republicana, la injusticia social, la extrema polarización de las riquezas con el consecuente saldo de pobreza extrema y violencia estatal contra las capas populares, sin entender el papel que representaba la isla en el diseño hegemónico estadounidense. Una de las grandes virtudes de Fidel fue precisamente la comprensión profunda de esta realidad.

De ahí que, en su pensamiento, el socialismo y el antimperialismo fueran elementos inseparables. En 1958, aun mientras combatía contra la dictadura batistiana, refiriéndose a los Estados Unidos presagió: “Cuando acabe esta guerra, comenzará para mí una guerra más larga y grande, la que voy a echar contra ellos.”

Cuba, desde el mismo triunfo revolucionario en 1959, ha tenido que enfrentar una política hostil y sistemática de Washington, buscando aislarla por todos los medios y destruir la Revolución. En este sentido se pueden citar numerosos ataques terroristas auspiciados por Washington, la invasión de Playa Girón por mercenarios entrenados y apoyados por la CIA, y la imposición de un criminal bloqueo económico, comercial y financiero por más de cinco décadas, entre muchos otros ejemplos.

En este contexto, Fidel condujo certeramente a la Revolución hacia una política exterior capaz de no ceder a las presiones del país más poderoso del mundo ni negociar con principios éticos. La diplomacia revolucionaria tuvo entonces la misión de combatir las campañas de descrédito y deslegitimación, denunciar y contrarrestar las acciones agresivas contra Cuba, y enfrentarse de manera clara a la dominación imperialista en cualquier escenario.

La Revolución no limitó su lucha a la defensa de sus propias causas. Manifestó su coherencia en la solidaridad irrestricta con los desfavorecidos por la injusticia del sistema mundial, pues para Fidel y para Cuba el internacionalismo constituye un deber sagrado.

Se desplegó una activa labor como miembro fundador del Movimiento de Países No Alineados, y se trabajó para lograr la incorporación de Estados latinoamericanos y caribeños bajo el principio de no alineamiento.

Se forjaron estrechos vínculos con organizaciones, partidos y movimientos de liberación nacional, ideológica y políticamente afines a la lucha contra el colonialismo y el imperialismo. 

Se concedió apoyo no solo moral, sino materializado en el envío de numerosos recursos humanos y materiales a diferentes latitudes del Tercer Mundo, de manera gratuita sin importar la difícil condición económica de nuestro país. Se asumió como bandera la idea de Fidel: solidaridad no es dar lo que nos sobra, sino compartir lo que tenemos.

No se podría dejar de mencionar la valiosa contribución de Cuba a la libertad de Angola, mediante el envío de personal militar alistado de manera voluntaria, de los cuales muchos ofrendaron sus vidas. Esta gesta no estuvo motivada por la búsqueda de ninguna concesión económica ni riqueza material, sino por la convicción de Fidel, compartida por nuestro pueblo, de pagar una deuda histórica con el continente africano.

Por ello también la inmensa significación que representó el aporte de Cuba a la derrota de las fuerzas sudafricanas, punta de lanza de las potencias occidentales en Angola y África septentrional, para el fin del oprobioso sistema de discriminación racial conocido por Apartheid en Sudáfrica. De ahí surgió como símbolo indiscutible la entrañable amistad que unió a Fidel Castro y Nelson Mandela.

En el caso cubano, logros como la universalidad y gratuidad de la salud y la educación, fueron concebidos no solo como derechos de nuestro pueblo, sino como una obligación para con el mundo. Hoy en día Cuba tiene desplegados más de 40 000 colaboradores de la salud en 46 países, la mayoría con fórmulas de cooperación que permiten eliminar o reducir el costo de la atención médica a los sectores pobres de los países receptores. La Escuela Latinoamericana de Medicina en La Habana, ha graduado a más de 28 000 médicos de diversos países del mundo, incluso estadounidenses, a cambio, solamente, del compromiso de regresar a sus países y servir a sus pueblos.

Lo mismo se puede decir de la educación, donde Cuba ha contribuido a la formación de técnicos y profesionales de varios campos, ya sea mediante becas en la Isla o colaboración de sus maestros y educadores en otros países. Millones de personas en Latinoamérica y otras regiones se han alfabetizado a partir de un método cubano y del concurso de nuestros especialistas.

Este apoyo, al contrario de lo que suelen argüir los enemigos de la Revolución, se trata de un acto de solidaridad desinteresada y humilde, basada en el respeto soberano de cada pueblo a elegir su propio destino. Nunca, como resaltara el propio Fidel en su discurso con motivo de la celebración en La Habana de la VI conferencia Cumbre del MNOAL, nunca buscó imponer su ideología ni su sistema socialista fuera de sus fronteras. 

La relevancia del líder histórico de la Revolución no descansa solamente en el hecho de haber conducido una política interna y externa afincada en posiciones de principio, aunque esto, de por sí, constituya un gran mérito. Debe hablarse también de sus contribuciones teóricas y labor en el campo de las ideas, por alertar y crear conciencia sobre los problemas globales que aquejan a la humanidad.

Su denuncia al capitalismo mundial, no ya en calidad de sistema injusto, incapaz de sobrevivir sin la pobreza de una parte importante de la población mundial, sino como factor destructor de la propia raza humana, se resume en su famosa frase pronunciada durante la Cumbre de Río en 1992: “Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.” La irresponsabilidad medioambiental de las sociedades de consumo, de la explotación desenfrenada de recursos naturales no renovables y de guerras que solo satisfacen las ambiciones de los complejos industriales y armamentísticos, son temas cardinales en el ideario de Fidel que lamentablemente tienen absoluta vigencia en nuestros días.

Esto también está relacionado íntimamente con su labor en defensa de la paz mundial, no ya como un sueño deseable, sino como una necesidad urgente de la humanidad para su supervivencia. El desarrollo y proliferación absurdas del armamento nuclear, llegando a la creación de arsenales capaces de destruir varias veces el mundo, fue una preocupación que lo acompañó hasta el último momento de su vida. Esto explica el gran interés que siempre mostró por Japón, por el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki, sus dos visitas a este país y los dos intercambios sostenidos con los hibakusha en el contexto de las visitas a Cuba del Peace Boat y las palabras que dedicó en el Museo de la Paz de Hiroshima en su visita del 2003: “Que jamás vuelva a ocurrir semejante barbarie”.

No quisiera terminar mis palabras sin antes expresar mi convicción de que el pensamiento de Fidel tiene una gran capacidad de unir pueblos, sin importar distancias geográficas ni culturales. Creo que el debate profundo y sincero de sus ideas constituye una oportunidad para fortalecer los nexos entre Cuba y Japón, en torno a valores y preocupaciones que, sin dudas, ambos pueblos compartimos. Si este seminario sirve a este propósito, entonces habremos logrado la mejor manera de honrar la memoria del Comandante en Jefe.

 

Muchas Gracias

 

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