Por Marcel Garcés Muñoz , Director de Crónica Digital-Chile
Santiago de Chile La realización en La Habana, Cuba, del 15 al 17 de julio, de una nueva versión del Foro de Sao Paulo, es una oportunidad indispensable y responsable para un análisis, sereno y profundo y con una perspectiva de futuro. Pero también asumiendo un sentido autocrítico, del escenario político social de nuestra región y de la nueva épica indispensable, que conjugue proyectos y realismo con nuevos protagonismos y tradiciones que permanecen en nuestra cultura, historia, la cambiante realidad y el futuro.
Al mismo tiempo deberá ser escenario de reflexiones sobre la responsabilidad de los sectores democráticos y progresistas, y de los nuevos actores sociales emergentes tanto como los que asumen ser herederos de las viejas tradiciones, proletarias, insurgentes, reformadoras, en el camino que hay que construir o reconstruir, y que aparece obstaculizado por las políticas cavernarias de la Casa Blanca, administrado por Donald Trump y sus aliados en la región.
Los peligros para la democracia, la paz, el respeto por los derechos humanos, sociales, económicos, medioambientales, étnicos, para la convivencia, el progreso, la seguridad social, la salud, la educación, generados por un modelo neoliberal y una política neocolonial, amenazan la democracia, la seguridad internacional, la convivencia social y el porvenir de las nuevas y viejas generaciones. No es casual que desde Washington se revelen planes de intervención militar para ahogar en sangre el proceso venezolano, aprobado por su pueblo y ratificado por decisiones político-electorales democráticas. Si tenemos una OEA que busca -tras años de conspiraciones-, dar una plataforma jurídica a una intervención armada a tropas de EE.UU. o de una 'coalición' de gobiernos y Fuerzas Armadas subordinadas, en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Brasil o Colombia, los sectores democráticos de la región no pueden quedarse impávidos frente a la agresión.
Esto no es ciencia ficción. En agosto del año pasado en la Casa Blanca el presidente Donald Trump planteó a sus asesores más cercanos la posibilidad de una invasión militar contra Venezuela para derrocar a su gobierno legítimo, según reveló la agencia The Associated Press hace pocos días.
La 'opción militar' fue planteada luego, el 11 de agosto de 2017 en una cena privada con el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, idea que reiteró en septiembre del año pasado durante la Asamblea General de la ONU, ante Santos y otros aliados latinoamericanos, según la revista por internet 'Político', en febrero pasado.
Además los planes de intervención militar en la región fueron la hipótesis de guerra de la reciente Operación Unitas Lix.
Lo estableció el jefe del Comando Sur de EE.UU., almirante Kurt W. Tidd en un texto publicado bajo el título de 'Golpe Maestro; un plan para derrocar la dictadura en Venezuela'.
Considera que ha llegado el momento de intervenir militarmente en Venezuela, denunció la periodista argentina e investigadora Stella Calloni.
No se trata de bravatas castrenses, sino que es un tema que se está discutiendo al máximo nivel de la Casa Blanca y frente a lo que nadie puede permanecer indiferente.
Se busca elaborar una estrategia de confrontación bélica a nivel global, contra pueblos y gobiernos soberanos, en África, Oriente Medio.
Asimismo, la ofensiva tiene como blancos estratégicos a China, Rusia y otros lugares que Trump, el Pentágono, el Complejo Militar Industrial y las empresas multinacionales consideren su 'Teatro de Operaciones'.
Por otro lado, la reunión de destacados líderes de fuerzas políticas y sociales democráticas se desarrolla cuando parece venir de vuelta una etapa de reveses políticos y electorales de las izquierdas, y resurgen algunos signos esperanzadores en el horizonte latinoamericano.
El triunfo abrumador del líder popular mexicano, Andrés Manuel López Obrador y su partido, el Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, en los comicios presidenciales del presente julio, con un 53.17 por ciento, significó una derrota contundente de la derecha local y sus aliados internacionales.
Pero lo más importante es la clave de este éxito: la conexión del candidato con la ciudadanía, la empatía lograda por su discurso y el hacerse cargo de las demandas populares, además de la superación de la aparente contradicción entre la retórica política y los problemas reales o aspiraciones de los ciudadanos.
Ello explica, en contraste con la situación que afecta en general a los procesos electorales en la región, una alta abstención y rechazo progresivo a los cenáculos partidistas y desencanto hasta por la institucionalidad democrática.
Porque en los comicios mexicanos se registró un significativo bajo porcentaje de abstención, del 37.56 por ciento.
Ello es una enseñanza al mismo tiempo que un compromiso a no olvidar por la izquierda latinoamericana y de Chile en particular, castigada por los resultados de los comicios municipales de 2016 y presidencial y parlamentario de 2017.
Y sobre todo, porque ello constata una recuperación de la confianza ciudadana en una propuesta política progresista, democrática, latinoamericana con la que los ciudadanos se identificaron.
Este valor de la confianza y la adhesión es un atributo de la política y debe estar en la orden del día de los partidos y movimientos de la Izquierda y se debe pensar creadoramente en lograr este vínculo lenguaje-acción para los combates futuros.
Además, claro, de la unidad y coherencia política, y sobre todo la responsabilidad patriótica y popular, en cada escenario nacional, y de una línea estratégica a nivel regional.
De ello depende la claridad de objetivos, el sentido de futuro de las estrategias y tácticas del acontecer político, en fin de las libertades y la profundización de la democracia. En fin de la felicidad de los pueblos.
América Latina está dejando de ser un campo de experimentación y despojo del neoliberalismo, del intervencionismo económico, financiero y militar y algunos de sus presidentes, al mismo tiempo destacados empresarios, prohombres y del modelo económico neoliberal han debido dejar el poder o permanecen en él, con los más bajos niveles de adhesión ciudadana, acusados de corrupción, sobornos, nepotismo.
Ahí están los ejemplos del peruano Pedro Pablo Kuczynski, que alcanzó a gobernar 20 meses y se vio forzado a renunciar al cargo; de Michel Temer, con un rechazo del 90 por ciento de los brasileños; del argentino Mauricio Macri que ha bajado a un 35 de aprobación y una desaprobación de 54 por ciento, y con una movilización opositora de magnitud.
Es evidente que tenemos la obligación de dar respuestas. Y mucha voluntad dispuesta a hacer su aporte a las transformaciones necesarias.
El protagonismo popular, la sintonía entre el clamor del electorado y el discurso y acciones de los políticos es una experiencia y una tradición que no se puede volver a olvidar en nuestra izquierda latinoamericana y que estuvo, por ejemplo, presente en la derrota electoral de la izquierda progresista chilena.
Obviamente, no esperamos que el evento en La Habana sea una simple reflexión autocritica, o se quede en un mero ejercicio de retórica autoflagelante o un ajuste de cuentas sectario e inconducente, sino que abra una perspectiva de futuro, el germen de un proceso de reagrupamiento de fuerzas, de voluntades, de sueños y la generación de una plataforma movilizadora.
Tenemos sin duda, los sectores progresistas, un conglomerado que abarca a muchas visiones, demandas, experiencias, grandes tareas políticas y sociales.
Hay muchos sectores, sensibilidades, que esperan su lugar en la construcción de una sociedad que los incluya, y los reciba y acoja como hermanos, camaradas, correligionarios, compas.
En cada rincón del continente hay muchos que confían en las deliberaciones del Foro de Sao Paulo y en sus conclusiones.