De Irak, como de Afganistán, Libia y Siria, habrá mucho que hablar y escribir mientras en este mundo exista un imperio, y tras él personajes de la talla de George W. Bush, Tony Blair, José María Aznar o Donald Trump
Hace apenas dos semanas, el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, junto a los mandatarios de Francia y Gran Bretaña, decidió –a espaldas de la ONU y de la comunidad internacional– lanzar más de cien misiles contra Siria.
La acción me hace recordar otras en las que el personaje central –a la hora de hacer la guerra– es un presidente estadounidense.
De esa forma extraigo de mis archivos la mayor cantidad de información posible sobre lo ocurrido en Irak hace exactamente 15 años. Es entonces que me decido a hacer este comentario.
Era el 16 de marzo del 2003, cuando en la isla portuguesa de Azores se produjo una vergonzosa Cumbre en la que tres siniestros personajes: George W. Bush, entonces presidente de Estados Unidos, Tony Blair, primer ministro británico, y José María Aznar, presidente del gobierno español, decidieron, de espaldas a la ONU y a la comunidad internacional, atacar a Irak, lo que ocurrió cuatro días después.
Cada uno ocupó un lugar en la farsa montada. Se trataba, en mi opinión, de una de las acciones más criminales y a la vez ilegales que hubiera cometido gobierno alguno contra una nación soberana. Las explicaciones, en todos los casos, fueron cínicas, y la decisión fue inconsulta ante los gobiernos y parlamentos de los tres países y el Consejo de Seguridad de la ONU.
Aznar, por ejemplo, aludió a que la intervención respondía a la convicción de que el gobierno de Irak constituía una amenaza para los países occidentales.
Entre los mandatarios del «trío», Aznar fue capaz de asegurar que «volvería a las Azores una y mil veces». Hizo oídos sordos a los sondeos que mostraban que más de un 90 % de la población española estaba en contra de esa guerra.
Solo la frase de «volver a Azores una y mil veces», caracteriza a este personaje que aún hoy arremete con mentiras de todo tipo contra países como Venezuela y Cuba, quizá buscando otra «Azores», sin querer darse cuenta de que, aunque el peligro continúa, los tiempos son otros y ya él no debe mandar ni en su propia casa.
El jefe del trío y genocida mayor, George W. Bush, afirmó por su parte que «fue una decisión correcta (…) No estoy arrepentido ni tampoco tengo remordimientos por haber ordenado las invasiones a Afganistán e Irak», aseguró el inventor de la «existencia de armas de exterminio masivo» en aquel país.
Tony Blair, entonces primer ministro de Gran Bretaña, apoyó a Bush a la usanza de cuando Irak era una colonia británica, que gobernaban y saqueaban.
La forma como Blair tomó la decisión fue sumamente disputada, incluida la interrogación sobre si había engañado al país al presentar su caso para involucrar a los militares británicos.
Hoy, cuando en la Casa Blanca hay otro personaje de horror, Tony Blair parece involucrado en una propuesta para formar parte del equipo de Donald Trump, según el periódico The Daily Mail.
El citado medio de prensa ha informado que Blair podría haber recibido un ofrecimiento para unirse al equipo de Donald Trump tras una reunión de tres horas con su yerno, Jared Kushner, en la casa de gobierno estadounidense.
El diario ha recordado que Blair no puede trabajar oficialmente para EE. UU. porque es ciudadano del Reino Unido, pero sí podría aceptar un empleo como consejero.
«Blair ha trabajado mucho para obtener ese puesto» y el equipo de Trump «lo está tomando muy en serio», comentó una fuente «fiable» del rotativo.
Respecto al entonces jefe del Gobierno español, vale recordar lo dicho por el embajador británico en Washington, Cristopher Meyer, quien aseguró que José María Aznar «presionó» a Estados Unidos para que llevase a cabo la intervención en Irak, una vez que no se pudo conseguir que saliera adelante una resolución de Naciones Unidas.
En la demencial arremetida bélica contra Irak en el 2003, Estados Unidos y la cofradía que lo acompañó, con el nombre de OTAN o a título de servidumbre imperial, lanzó lo más moderno de sus armas, como si fueran las arenas de la nación árabe un polígono de pruebas para mostrar que tres hombres fueron capaces de emprender una guerra que dejó casi un millón de muertos y heridos en la población iraquí, y que más de 4 500 soldados estadounidenses hayan muerto y unos 30 000 fueran heridos.
Contra Irak se lanzaron 265 000 soldados, de ellos 192 000 estadounidenses y el resto de los llamados aliados como Reino Unido, Australia y Polonia, así como fuerzas paramilitares y mercenarias en número superior a los 70 000.
Aviones, tanques, misiles desde barcos, bombas con uranio empobrecido –prohibidas por las convenciones internacionales, pero usadas una y otra vez por el Pentágono– y muchos de los más modernos medios de guerra y muerte abrieron en Irak la más terrible herida, aún sin curar.
La invasión y ocupación de Irak fue tan burda y asesina que recibió el rechazo de muchos gobiernos, instituciones internacionales y de poblaciones enteras.
En la nación árabe, donde el próximo 12 de mayo se celebrarán elecciones, las propias autoridades consideran a los terroristas, nacidos del desastre dejado por la intervención militar foránea, como sus enemigos mayores.
A propósito, tanto medios de prensa estadounidenses como de la región del Oriente Medio, refieren que la existencia del grupo terrorista Estado Islámico es una consecuencia directa de la ocupación y la destrucción de ese país por las bombas y los cohetes lanzados por aviones de Estados Unidos.
Se puede asegurar que en Irak la paz total está pendiente de alcanzarse; igual que las heridas provocadas por la invasión, aún están por sanar.
Son miles los edificios que fueron blanco de las bombas y todavía están sin reconstruir, mientras que lugares que fueron Patrimonio de la Humanidad siguen convertidos en escombros, primero por lo hecho por las tropas de Estados Unidos y luego por la barbarie personificada por el llamado Estado Islámico.
De Irak, como de Afganistán, Libia y Siria, habrá mucho que hablar y escribir mientras en este mundo exista un imperio, y tras él personaj