La extraordinaria sencillez del Ministro de Industrias

Muchas anécdotas se han escrito o contado acerca del Che, que  reflejan los valores de un hombre excepcional, quien siempre predicó con el ejemplo y las muchas virtudes de que era portador.

Sin embargo, basta conversar con personas que tuvieron el privilegio de compartir con él durante la lucha guerrillera, las misiones internacionalistas o recorrieron los lugares que él frecuentó como Presidente del Banco o Ministro de Industrias, para que afloren nuevas vivencias de uno de los seres humanos más cabales que ha parido la historia.

En la fábrica de torcido Eliope Paz, de Camajuaní, aún están frescas las huellas del paso de Ernesto Guevara por ese sitio, a pesar de haber transcurrido más de 50 años de aquel memorable encuentro, y que muchos de sus protagonistas ya estén fallecidos o jubilados.

Francisco Aguilera Díaz, director de la unidad, señala que allí, desde las personas de mayor edad hasta las más jóvenes, conocen al dedillo los sucesos de la jornada, que permanecen guardados en la memoria como algo muy de ellos, que nadie puede quitarles, porque es su patrimonio.

Refiere que aquella mañana del 18 de julio de 1961, bien temprano se aparecieron en la fábrica el Che, en su condición de ministro de Industrias, y el Comandante Juan Almeida, jefe del Ejército Rebelde y presidente de la Junta de Coordinación, Ejecución e Inspección (Jucei) en Las Villas, quienes realizaban uno de sus frecuentes recorridos por varios establecimientos de la provincia.

Al llegar al lugar, el Che se para en la puerta de la fábrica y dos mujeres que estaban de guardia le detuvieron el paso. Una de ellas era María Eugenia López Roque, despalilladora. Entonces el Ministro se presentó de manera correcta y solicitó autorización para entrar, expone Aguilera, quien añade que según cuentan los trabajadores más viejos, Almeida se reía y decía: «oigan, este es el Comandante Che Guevara, déjenlo pasar».

Una vez dentro de la instalación, el torcedor Antonio Acosta dio la bienvenida a la comitiva, ante cuya presencia comenzaron a hacer sonar las chavetas en las tablas de rolar tabaco, y a gritar «cuchillo, cuchara, que viva el Che Guevara», recapitula el directivo.

Dicen que el héroe hizo un gesto con las manos e invitó a que dejaran de tocar y dar vivas al Che Guevara para que pudieran continuar haciendo tabacos, que era lo más productivo, a lo cual siguió un recorrido por varias de las mesas y talleres donde se realizaba el torcido, explica Aguilera Díaz.

Merlin Padrón Padrón, una trabajadora con casi 30 años en la fábrica, cuenta otras anécdotas escuchadas por ella sobre la presencia del líder guerrillero en su entidad.

En el transcurso de la visita saludó, entre otros, a Felipe Gómez Gutiérrez, conocido por Pipe, y a Aniceto Borrell, además de otros trabajadores, interesándose por la calidad de la comida, la superación técnica, el salario percibido y otros detalles de la vida interna allí, recuerda Merlin.

«Para mí lo más admirable de esa visita resultó el gesto del Che cuando el administrador le trajo una caja de tabacos para obsequiársela, y él preguntó si aquello era suyo como para estar regalándolo», narra Merlin, quien cuenta cómo el hombre no acertó a dar respuesta alguna y solo atinó a tomar su maletín y perderse del lugar.

Al respecto, Aguilera Díaz señala que si bien no aceptó aquella prebenda del director de la unidad, sí fue capaz de tomar un tabaco de rabito que le cedió el tabaquero Francisco González Hernández.

«Cuando el Comandante se acercó a su mesa de trabajo y lo saludó, vio que tenía algunos tabaquitos finos de rabito para la fuma diaria, el obrero le brindó uno, que el Che tomó; al tratar de encenderlo no pudo, porque el fósforo no prendió, y ante ese percance soltó tremenda carcajada», refleja el Director de la Eliope Paz.

Al despedirse, el Che declaró a los trabajadores que no era necesario estar contentos con su presencia, pues lo importante para ellos era sentirse satisfechos y darlo todo por la Revolución. Aquella visita fue una prueba de sencillez extraordinaria y una lección para todos, refiere Francisco Aguilera.

CHE, DEFENSOR DE LA CALIDAD

Las páginas del periódico Vanguardia de agosto de 1963 recogen otros testimonios que evidencian el nivel de exigencia del Ministro de Industrias hacia sus subordinados, en aras de garantizar la máxima calidad de las producciones.

Así fue, por ejemplo, en la fábrica de calzado Ignacio Rolando Abreu (Dinamo), radicada en Alemán entre Nazareno y San Miguel, en Santa Clara, entidad que había sido concebida para eliminar las pequeñas talabarterías que existían en el territorio, además de garantizar fuentes de empleo y el calzado a los movilizados en las diferentes tareas de la Revolución.

Durante una de sus visitas a la referida tenería santaclareña, el Comandante Guevara dejó otra lección. José Vargas, el administrador, dio una explicación pormenorizada del trabajo voluntario, y al tratar de encender un cigarro, el fósforo también falló.

Al ver el detalle, el Che aprovechó para apuntar: «Ya ustedes ven lo que digo, la cuestión de la calidad es un problema colectivo. Ese es un ejemplo de mala calidad. Si ustedes no fabrican buenas pieles, luego los zapatos se rompen; no sirven. Y el que compra los zapatos se cree con el derecho también de ponerse bravo».

Así era el Ministro de Industrias, un ejemplo de cuadro preocupado por promover la calidad y el control económico en todas las instalaciones bajo su responsabilidad.

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