«La paz es la aspiración suprema del hombre que siente la libertad como imperativo de conciencia».
Si las formas democráticas de gobierno vienen sometidas a las más duras pruebas en los últimos tiempos, en ninguna parte se han visto tan ferozmente atacadas y puestas en tan grave quebranto como en nuestra América. De sur a norte, las logias militares, los señores de la tierra, los mercaderes del poder, las oligarquías montaraces y las grandes empresas, en siniestro consorcio, han ido aboliendo, sin que la onu y la oea les diesen el alto, las libertades fundamentales del hombre y del ciudadano. La cínica adulteración de la voluntad popular, o la violenta sustitución de gobiernos constitucionalmente elegidos por autocracias de típico pergeño totalitario, caracterizan este dramático proceso, que amenaza generalizarse a todo el continente.
El quintacolumnismo seudomarxista y la codicia imperialista señorean hoy sobre un haz de naciones invertebradas, a merced de espadones, gamonales, politicastros, banqueros y empresarios sin escrúpulos. Escasos gobiernos de raíz popular, la mayoría minados por la corrupción administrativa, los desajustes sociales, la demagogia electorera y la explotación colonial, completan este cuadro sombrío. No cabe ya duda de que la suerte de la democracia está echada. La inaplazable urgencia de formar un amplio frente de resistencia, a la desmandada agresividad de los enemigos de las libertades populares, salta a la vista.
Es indiscutible que la concepción democrática de la vida, la sociedad y el estado es consustancial al espíritu y al desarrollo histórico de nuestros pueblos; pero, no lo es menos, que esa concepción está actualmente amenazada por las fuerzas más regresivas y rapaces de nuestra época.
La cuestión céntrica a debatir es cómo galvanizar el régimen democrático, hasta el punto de promover, en los pueblos, la apasionada determinación de defenderlo, a precio de vida, en todas las contingencias y avatares. Un régimen democrático sin contenido económico, sin ancha base social y sin activa participación del pueblo en la orientación del poder público, es un trasto inútil en esta coyuntura histórica de transición. Sobre esto no pueden caber circunloquios ni eufemismos.
El problema fundamental que tiene planteado la democracia, en esta hora, es cómo organizar la sociedad sin que la libertad sufra menoscabo alguno. En un plano universal, resulta ya imperativo que la democracia distinga, nítidamente, los derechos subjetivos de los derechos patrimoniales. Las cuestiones que atañen a la persona humana solo pueden resolverse con el «hallazgo y establecimiento de una estructura jurídica más justa, que permita reducir el problema a sus verdaderos términos».
Los derechos patrimoniales únicamente pueden ya existir en función de la sociedad. Ningún interés individual, que pretenda oponerse al interés social, es legítimo. Si aspiramos a que el hombre recobre su «fertilidad perdida» y desarrolle, a plenitud, sus aptitudes y potencias, es indispensable disciplinar socialmente las cosas. Sobremanera compleja es la faena que tiene, por delante, el movimiento democrático.
En el caso particular de nuestra América, hay que contar con lo que nos viene dado por la historia. En el orden material y cultural, se ha progresado mucho en lo que va del siglo. Visto el proceso en perspectiva de conjunto, hay que convenir, sin embargo, en que la estructura económica, social y administrativa de los pueblos hispanoamericanos está urgida de una sustantiva transformación. Esa transformación debe ir conjugada con el respeto a las libertades públicas y con una política internacional de militante repudio a todos los regímenes atentatorios a la dignidad humana.
Se debe insistir en que solo mediante elecciones limpias, honestidad administrativa, libertades públicas, bienestar económico, justicia social, difusión de las luces y consolidación de la soberanía podrán salvarse las instituciones representativas en este hemisferio. La oportunidad es única para dotar de contenido y proyección histórica a la lucha contra las dictaduras americanas.
Los estados americanos han adquirido el compromiso de garantizarle libertad y justicia a los pueblos, al suscribir la Carta de los Derechos Humanos en la onu a la carta de los Derechos y Deberes del Hombre en la ix Conferencia Interamericana de Bogotá.
La paz es la aspiración suprema del hombre que siente la libertad como imperativo de conciencia. El papel que desempeñarán los dirigentes de las fuerzas obreras es de primera línea. Nadie como ellos podrán aportar las fórmulas de mejoramiento social más apremiantes y efectivas para fortalecer el régimen democrático.
No podrá tampoco dejar de controvertirse el problema de la industrialización de nuestra América. Aumentar la potencialidad económica de nuestros pueblos es uno de los medios más efectivos de robustecer y consolidar el régimen democrático y de poner a raya a los imperialistas de todo signo y de toda laya.
La forma, en que los países más desarrollados pueden contribuir a este aumento de nuestro potencial económico, deberá considerarse, a la luz de esta interrogante: ¿podrían situarse, en un pie de igualdad, en cuanto a esta ayuda, los gobiernos representativos y respetuosos de las libertades públicas y los que han nacido de la usurpación de la voluntad popular y niegan a sus gobernados el disfrute de los derechos esenciales del hombre y del ciudadano? Ni podrá soslayarse, la batallona cuestión del reconocimiento de los gobiernos de facto. Sobre esta materia no existen pautas dentro del derecho público interamericano, ni unanimidad de criterio en las cancillerías.
Si la democracia necesita de ambas América para superar la honda crisis que atraviesa, es imprescindible que la política de buena vecindad sea efectivamente restaurada. Después de la muerte de Franklyn Delano Roosevelt, en muchas ocasiones los «buenos hemos sido nosotros y los vecinos ellos». ¡Ojalá que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, deje de ser el gobierno en nombre del pueblo, sin el pueblo y contra el pueblo! ¡Y ojalá que vivan en un pie de igualdad, en paz y en armonía, la América de Juárez y la América de Lincoln!
(Fragmentos tomados de 15 años después, Editorial Librería Selecta, La Habana, 1950).