Hace muchos años se sorprendió cuando llegó la comitiva al establecimiento. El mulato bajito y delgado al que acompañaban sus coterráneos tuneros entró hasta el centro del lugar con agilidad superior a sus canas, saludó y miró como revisando a todas las esquinas del recién estrenado local de limpiabotas.
Con una sonrisa se dirigió a él y le dijo imperativamente: “Súbete” mientras él se acomodó en su sillín. Le puso las polainas y empezó a lustrarle los zapatos. Alguien tiraba fotos. Le dijo: “Deja ver si me acuerdo pues esto hacía de niño para sobrevivir. “ Por los precisos cepillazos se acordaba del oficio.
Desde arriba lo observó y entonces lo reconoció, pero no por las muchas fotos que había visto antes, sino por la estrella que le fulguraba en la frente y las heridas que sabía no le habían destrozado el corazón.
De esa sonrisa alegre se acordaba el limpiabotas en la lenta hilera de cubanos tristes cuando puso como muchos otros una flor ante su retrato mientras tarareaba mentalmente su Lupita en el funeral del comandante limpiabotas que nunca se rindió.
De: Giraldo Mazola
(Embacuba Austria)