Vietnam y Cuba : dos pueblos decididos a vencer

Vietnam y Cuba celebraron el medio siglo de uno de los acontecimientos revolucionarios más descollantes en la lucha de ese pueblo frente a la agresión descomunal del imperialismo norteamericano, hecho que ha pasado a la historia como la Ofensiva del Tet

«...si los hermanos cubanos, que están frente a las narices mismas de los imperialistas norteamericanos, pueden enfrentarse a ellos, cómo nosotros, a miles de millas, no vamos a poder luchar contra los yanquis y vencerlos».
Ho Chi Minh, 1969

Por Marta Rojas Rodríguez

CUBA, 27 de marzo de 2018.- La Fiesta del Tet, que hace pocas semanas se celebró en Vietnam, tuvo su contraparte como se merece en La Habana, en la sede del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP).

Pero en esta ocasión había una razón más singular para festejar con los hermanos vietnamitas: se cumplía medio siglo de uno de los acontecimientos revolucionarios más descollantes en la lucha de ese pueblo frente a la agresión descomunal del imperialismo norteamericano en el sur del Vietnam, hecho que ha pasado a la historia como la Ofensiva del Tet (1968-2018).

Hasta aquel momento los imperialistas querían mostrar la lucha del Frente Nacional de Liberación de Vietnam (FNLV o Viet Cong) como una «guerra local». Pero muy fuerte fue la sorpresa para esos invasores norteamericanos cuando, en pleno festejo de la primavera o del Año Nuevo Lunar, los combatientes del Viet Cong, aparentemente confinados en la selva de Nam Bo o la Conchinchina, irrumpieron fuertemente armados en la ciudad de Saigón y otras urbes importantes como Hue.  

La Ofensiva del Tet estremeció al imperio, y no solo porque a los soldados del FNLV se les unió gran parte del pueblo organizado, sino también porque ocuparon emplazamientos norteamericanos y hasta los jardines del Palacio en Saigón.

Según han expresado los propios vietnamitas, aquel fue un alzamiento sin precedentes, pues mantuvieron las posiciones por varias horas, y en el caso de Hue se prolongó por semanas.

El hecho le dejó a Vietnam muchas lecciones  y experiencias de enorme valor práctico y teórico. En primer lugar, el resto de los países del mundo y sus pueblos supieron que la  lucha de Vietnam no era una «guerra local», como falsamente declaraban las fuerzas yanquis y su Gobierno. En segundo lugar, desató un fuerte movimiento de solidaridad con la nación del sudeste asiático, incluso en los propios Estados Unidos, lo cual resultó alarmante para Washington.

Ya Cuba, cinco años antes, había reconocido en 1963 la gesta de Vietnam por la liberación del Sur y el Comandante en Jefe, Fidel Castro, había abierto las puertas de la Mayor de las Antillas a representantes del Frente de Liberación y a estudiantes vietnamitas.

Además, había fundado el Comité Cubano de Solidaridad con Vietnam del Sur, presidido por la doctora Melba Hernández, heroína del Moncada.  Para más simbolismo, a la luz del presente, el primer orador, en el primer acto de Comité de Solidaridad –celebrado en el teatro de la CTC– resultó ser el Comandante Ernesto Che Guevara.

Casualmente este año se cumplen también 45 años de un suceso que marcó la amistad entre las dos naciones. El hecho ocurrió en septiembre de 1973, de forma sorpresiva, cuando Fidel se convirtió en el primer Jefe de Estado del mundo en visitar las zonas liberadas de Vietnam del Sur, cruzando en plena guerra el Paralelo 17.

Dos años después de ese acontecimiento protagonizado por Fidel, caería Saigón, hoy Ciudad Ho Chi Minh, de manera definitiva y no por horas como ocurrió durante la Ofensiva del Tet.

Desde entonces los nexos entre Hanoi y La Habana son entrañables y forman parte de esas enseñanzas que nos deja la historia de los pueblos decididos a vencer como el vietnamita, el cubano y otros insobornables.

En pocas horas, en plena primavera, llegará a nuestro país, en visita oficial, Nguyen Phu Trong, secretario general del Partido Comunista de Vietnam (PCV), un motivo más para celebrar las contundentes victorias de Vietnam y de Cuba.

EL VIETNAM DE HOY

Más de 50 años después de la gesta del Tet, las noticias que nos llegan de Vietnam, reunificado, son las del progreso extraordinario de un pequeño país que derrotó a un imperio.

Sus éxitos no pasan inadvertidos para aquellos que tuvieron la oportunidad de conocer aquel Vietnam y ven un cambio asombroso. Aquel mismo pueblo que fue víctima de las más horribles torturas, de muertes masivas, incluso de hambre, hoy se erige como una de las economías más firmes en el Sudeste Asiático. En el 2017 experimentó un crecimiento económico del PIB de 6,81%.

Los rostros diferentes de hoy se mezclan en la mente con los de las muchachas de Quang Binh, quienes aprendieron a manejar cañones  pesados y con ellos protegieron las costas e hicieron blanco en 46 barcos de la Séptima Flota.

Precisamente en esa provincia, que en solo cuatro años sufrió 70 000 incursiones aéreas, fueron disparados 20 000 proyectiles de cañones y desde sus costas se produjeron 2 000 ataques aéreos, con proyectiles de 406 milímetros, que ni siquiera fueron utilizados en la II Guerra Mundial.  

En ese entonces, durante cuatro años, el pueblo vivió por el día bajo la tierra y por la noche en el campo. Muchos habitantes recorrieron 2 500 kilómetros de refugios para desplazarse por sendas subterráneas construidas en ese corto tiempo.

No obstante ese grado de genocidio, la gente de Quang Binh se autoabastecía en alimentos vitales. Al finalizar la guerra los viveros florecían porque, aunque rodeados de cráteres, los vietnamitas aprovechaban el nitrato de amonio que expelen las bombas, con lo cual fertilizaban el suelo.

«Mejor hubiera sido que nos lo suministraran en bolsas, pero aquel no lo desperdiciamos», dicen aún hoy los pobladores y descendientes de Quang Binh con esa serenidad desconcertante y firmeza combativa que, tanto en la guerra como en la paz, les ha permitido defenderse y progresar tan rápidamente.

Su divisa era la independencia y soberanía absoluta para que las generaciones futuras no padecieran jamás otros flagelos colonialistas ni imperiales.
Vietnam fue un terreno de ensayo para  Estados Unidos, allí el complejo armamentista estadounidense probó numerosos inventos de la industria con el objetivo de borrar a la nación indochina del mapa.

Pero, hace mucho tiempo que aquel país de paisaje lunar –que puede verse en documentales de nuestro Santiago Álvarez y de los propios norteamericanos– ya no existe. Aunque todavía quedan algunas consecuencias  del Napalm, el Fósforo Vivo o Agente Naranja, las superbombas de los B52, los explosivos de fragmentación regados en la tierra, uno de las cuales estalló cerca del paso de Fidel por Quag Tri e hirió gravemente a una niña.

Hace tres años durante una visita a Vietnam, los compañeros me llevaron a una gran carpintería ubicada en Ciudad Ho Chi Minh (antigua Saigón), en la cual solo se trabajaba con maderas preciosas.

En aquel momento habían  terminado, entre otros muebles de extraordinaria belleza, una gran mesa de madera preciosa que el Gobierno de Vietnam regalaría a un Jefe de Estado.

Al verla con mucha curiosidad, observé en una de las patas de la mesa una mancha oscura y atrevidamente se la indiqué a mis anfitriones: «tiene una mancha aquí», dije sin imaginar el bochorno que experimentaría cuando los artesanos que la tallaron excepcionalmente respondieron: «no, no es una mancha, es la marca del Napalm que regaron los aviones norteamericanos sobre la selva».

«El árbol tenía varios siglos, nosotros los vietnamitas no hubiéramos tumbado ese árbol jamás. Pero cuando pasen los años y los expertos quieran saber qué es eso que a ti te parece una mancha, se darán cuenta de que son las manchas del Napalm».
(Cubaminrex-Granma)

 

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