Centenario del natalicio de la flor más autóctona de la Revolución Cubana.
Se dice su nombre y llegan, en tropel a la memoria, los epítetos con los que se puede evocar a una de las más entrañables hijas de la Patria, quien talló, desde el sacrificio y el ejemplo personal, cada uno de esos apelativos que la definen hasta hoy.
Algo de impulso, de conspiración extraña, de anuncio estremecedor, dijo del ser especial que había nacido. Media Luna, 1920, batey azucarero y en Oriente bien adentro, cuadro ideal para la superstición. Pero no en la casa de Manuel, el médico generoso, hombre de ciencia, que exploraba los resquicios de las cuevas donde decían que había güijes y, sin dar crédito a los aparecidos, se iba a caballo, de madrugada y lloviendo, por las guardarrayas, al bohío de los enfermos sin centavos.