Sr. Presidente:
Hace 30 años dimos un importante paso al considerar el desarrollo no sólo como una meta, sino como un derecho de todos. Reconocimos entonces que este derecho es aplicable con independencia del lugar en que nos hubiese tocado nacer, nuestra condición social, color de la piel o pertenencia a un grupo social.
Sin embargo, las realidades del mundo de hoy demuestran que su disfrute es una quimera para la mayor parte de la población del mundo, y así seguirá siendo mientras que los 836 millones de personas que viven aún en la pobreza extrema, los 795 millones de personas que no disponen de alimentos suficientes para una vida saludable, los 103 millones de jóvenes que no tienen un nivel mínimo de alfabetización, o los 663 millones de personas que no tienen acceso al agua potable, sigan siendo estadísticas que no movilizan una decisiva acción internacional.
Las soluciones no se pueden postergar. Es un problema que atañe a todos y no sólo a los países en desarrollo. Se requiere la voluntad política real de los gobiernos del mundo industrializado.
No requerimos de paternalismos, sino de formación de capital humano y acceso a los mercados y a las tecnologías. No necesitamos imposición de recetas, culturas o modelos foráneos para favorecer nuestro desarrollo, sino cambiar las reglas de las relaciones económicas internacionales y propiciar un orden económico internacional justo, equitativo y no excluyente para que nuestros pueblos puedan ejercer su derecho a definir modelos propios, y políticas acordes a sus realidades.
Para ello se requieren, ciertamente, políticas eficaces en el plano nacional, pero sobre todo la cooperación internacional y un entorno favorable a escala planetaria.
Sr. Presidente:
No puede seguirse negando el derecho al desarrollo dentro de la familia de los derechos humanos ni restándole su verdadera prioridad. Tampoco pueden seguirse usando tecnicismos para obstaculizar la elaboración de una Convención sobre el Derecho al Desarrollo, que abra el camino a su materialización.
Es preciso, asimismo, acabar con la irracionalidad e insostenibilidad de los patrones de producción y consumo que sustentan el desarrollo desigual, la contracción en términos reales de la asistencia oficial al desarrollo, la limitada y condicionada transferencia de tecnología, las restricciones de los mercados de las economías más avanzadas a las exportaciones de los países pobres y el crecimiento exponencial y leonino de la deuda externa, pese que ya se ha pagado varias veces.
Para que el derecho al desarrollo pueda hacerse realidad, es también imprescindible que se transforme radicalmente el orden político internacional y cesen el privilegio a los recursos para la guerra en detrimento de los recursos para el desarrollo, las amenazas y agresiones contra la soberanía y la libre determinación de los pueblos y la imposición de medidas coercitivas unilaterales que asfixian a los pueblos y obstaculizan el ejercicio de sus derechos.
Sr. Presidente:
Cuba, que ha soportado por más de 50 años un bloqueo económico, comercial y financiero que vulnera de manera masiva, flagrante y sistemática los derechos humanos de todo un pueblo, en particular el derecho al desarrollo, continuará luchando por vencer los obstáculos que enfrenta y contribuyendo, en la medida de sus modestas posibilidades, a la solución de los problemas más acuciantes de otros pueblos.
Lo hacemos, con el convencimiento expresado hace 37 años en este plenario por el líder histórico de la Revolución cubana, Comandante en Jefe Fidel Castro al decir: “Es la hora de que todos nos unamos en la tarea de sacar a pueblos enteros y a cientos de millones de seres humanos del retraso, la miseria, la desnutrición, la enfermedad, el analfabetismo, que les hace imposible disfrutar a plenitud de la dignidad y el orgullo de llamarse hombres.”
Muchas gracias