Por Lázaro Barredo Medina
6 de diciembre de 2016
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es, sin lugar a dudas, un documento de alcance universal, fruto del pensamiento más progresista y altruista de su época, culminación internacional de determinadas tendencias y valores definidos por los horrores vividos en la segunda guerra mundial, aun cuando fuera adoptada en 1948 por 48 estados, en su inmensa mayoría países del Norte, y ocho abstenciones, por lo que más de 100 países en desarrollo, entonces colonias, quedaron marginados del proceso.
El tema de los derechos humanos se ha convertido en un instrumento de manipulación y de geopolítica y en vez de mejorar la convivencia del género humano se esgrime como pretexto legalizar el derecho arbitrario de un grupo de países a imponer valores y patrones sobre el resto de la comunidad internacional.
Las exigencias de estas naciones sobre derechos humanos son diferentes e incluso contradictorias. Les preocupa más la formalidad de determinados derechos políticos y civiles que el principal fundamento humanista del derecho democrático, que es la vida misma, haciendo caso omiso a la realidad de que al menos la mitad de la población mundial se ve privada total o parcialmente de sus derechos fundamentales.
¿Cómo puede ignorarse que son precisamente estas naciones las que promueven el intercambio desigual, el proteccionismo; las que obligan a instrumentar forzosamente diversos programas de ajuste que fuerzan a desproteger los derechos sociales elementales, provocan un alarmante crecimiento de la miseria en el mundo y la marginación en el disfrute pleno de los principales derechos políticos de las mayorías, y son las que más obstaculizan las posibilidades de buscar un nuevo orden internacional que privilegie el derecho al desarrollo?
Son tantos los eufemismos recalcados para justificar el menosprecio hacia graves fenómenos humanitarios, que bastaría mencionar uno solo: el término de niños de la calle que los gobiernos, políticos y medios de comunicación acuñan para disfrazar los derechos de la infancia. No existen niños de la calle, sino niños fuera de la escuela, de la familia y de la comunidad.
Estados Unidos y sus aliados, además, acuden a dobles raseros para “justificar” graves violaciones de derechos humanos, amparados en la lucha contra el terrorismo y más recientemente en los fenómenos migratorios. Mientras, manipulan el tema y lo convierten en un instrumento de represión contra los que disienten o se resisten a seguir sus dictados imperiales.
Los cubanos asociamos derechos humanos con toda la actividad humana, convencidos de que su universalidad solo puede alcanzarse si se respetan las diferencias y particularidades de cada pueblo.
Cuba es Estado Parte en 42 tratados internacionales de derechos humanos y cumple con sus disposiciones, a la vez que mantiene un alto nivel de cooperación e interacción con los procedimientos y mecanismos de Naciones Unidas. De esto es ejemplo la presentación que hizo en el año 2013 de su segundo Informe periódico al Examen Periódico Universal del Consejo de Derechos Humanos, donde fueron positivos la inmensa mayoría de los planteamientos realizados al respecto por la comunidad internacional.
Sin embargo, desde los tiempos de la espuria maniobra anticubana orquestada por Estados Unidos en el marco de la extinta y desacreditada Comisión de Derechos Humanos, se ataca a nuestra nación por las acciones mercenarias de un grupo de personas financiadas abiertamente por el gobierno de Estados Unidos con el declarado propósito de alcanzar la subversión del orden interno constitucional cubano.
Esa ignominia se estrella contra la verdad. En nuestro país no hay un solo hecho registrado de que la policía salga a las calles a disparar contra la gente, lanzarle gases lacrimógenos o balas de goma, golpearla a caballo o movilizar a las fuerzas armadas para reprimirla. No hay un solo caso de tortura física, de asesinato o desaparición política, no existen bandas paramilitares o escuadrones de la muerte. Se lucha enconadamente porque ningún ciudadano sea maltratado o discriminado por ninguna razón y se sostiene vigilancia y actuación muy severa contra la impunidad.
Hace 70 años, al adoptarse la Carta de Naciones Unidas, se reafirmó en el Preámbulo “la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres”.
Hace falta que ante las apremiantes necesidades de este nuevo Milenio esos postulados dejen de ser una fábula. (Cubaminrex-Bohemia).