Celia, presencia viva

Centenario del natalicio de la flor más autóctona de la Revolución Cubana. 

Se dice su nombre y llegan, en tropel a la memoria, los epítetos con los que se puede evocar a una de las más entrañables hijas de la Patria, quien talló, desde el sacrificio y el ejemplo personal, cada uno de esos apelativos que la definen hasta hoy.

Por ello, aunque aquel 9 de mayo de 1920 sus padres la bautizaran como Celia Esther de los Desamparados, andando el tiempo, en Cuba se le comenzaría a llamar madrina, ternura, sencillez, flor autóctona, guerrillera incansable, o simplemente Celia, que es lo mismo que decir parte esencial del «alma» de la Revolución hecha mujer.

Y es que, junto a la grandeza histórica que forjó desde su estreno en la lucha clandestina hasta su último aliento el 11 de enero de 1980, conviven también, cientos de anécdotas, pequeños detalles y gestos reveladores, que nos traen al presente al ser humano excepcional que fue Celia, más allá de la heroína.

Recuerdos que nos devuelven a la niña traviesa de Media Luna, pueblo costero que la vio nacer; o a la joven osada de Manzanillo, tierra donde fraguó su espíritu rebelde; o a la combatiente de Pilón y la Sierra Maestra, donde anduvo con la carabina m-1 al hombro.

De cada una de esas etapas y de las que vendrían después, existen valiosos relatos que legitiman el por qué, a cien años de su natalicio, permanece «latiendo» en el corazón de un pueblo entero.

Fue en la propia infancia donde comenzaría a despuntar el carácter humanista y de líder que la distinguiría siempre. Un hecho acecido con la joven maestra Adolfina Cossío «Chucha», al cursar el 4to. grado, lo confirma.

Bastó que la inexperta profesora les dijera a sus alumnos que no fueran más a clases como regaño por su falta de interés hacia los estudios, para descubrir el liderazgo natural de la pequeña Sánchez Manduley, quien se había encargado de visitar a sus compañeros para cumplir la «orden», la cual cambiaría solo al ver en su hogar anegada en lágrimas a Chucha. Convencidos nuevamente por Celia a la próxima lección no faltaría ni un solo estudiante.

Muchos años después Adolfina Cossío expresaría: «Era una niña muy calladita y lucía frágil. Si alguien me hubiera preguntado entonces, cuál entre mis criaturitas podía llegar a ser revolucionario, por su timidez y fragilidad nunca la hubiera escogido».

Sin embargo, en sus más de cinco décadas de magisterio fue ella la única discípula que intentó hacerle una huelga. Al recordarlo le reprocharía con afecto: «¡qué zorrita resultaste!; y pensar que ya a los diez años eras rebelde y audaz».

Volcán y ternura

Detrás de una apariencia frágil y una figura menuda, que nunca rebasó las 120 libras, en Celia armonizaban, de manera singular y casi inexplicable, la muchacha temeraria que tantos dolores de cabeza le ocasionó a la tiranía antes de convertirse en la primera guerrillera del Ejército Rebelde, y la mujer, que incluso en la Sierra, convertida ya en un soldado más, siguió siendo toda ternura.

Cuenta en uno de sus libros Adelaida Béquer, quien la conoció personalmente, que nunca descuidó su apariencia. Le gustaba adornar su cabello con una flor, de preferencia una mariposa. «Esa era una de sus pasiones. Decía que las plantas sabían quién las cuidaba y que, al regarlas, era necesario hablarles».

Una manifestación de esa profunda sensibilidad se produjo al retornar a Media Luna de un viaje a la capital y ver cómo le habían cortado las ramas a un flamboyán del patio de la casa. «Sus lamentos fueron tantos, que parecía habérsele muerto un ser muy querido», relató Béquer.

Tan delicada como tenaz, de su rol en la guerrilla, donde resistió a la par de los rebeldes las penurias de la vida en campaña, Raúl resaltaría en 1957: «Tú te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato y por eso todo el peso recae sobre ti; te vamos a tener que nombrar madrina oficial del destacamento».

Y si gran parte de la memoria escrita de aquella gesta se conserva hasta hoy en la Oficina de Asuntos Históricos, es gracias a ese empeño suyo de recopilar minuciosamente toda la información posible, donde otros solo vieron un simple «papelito».

«Luz» imprescindible de la Revolución

Martiana por herencia, mano derecha de Fidel desde los días de la Sierra y dirigente imprescindible, tras el triunfo revolucionario de 1959, Celia apenas pellizcaba la comida, muchas veces de pie, enfrascada en cada problema del país, artífice de soluciones.

Teté Puebla, integrante del pelotón de Las Marianas, obra también de quien siempre andaba fundando desde la sensibilidad y el amor, describiría esa necesidad suya de ser constantemente útil.

«Al triunfar la Revolución durante el recorrido de la Caravana de la Libertad hacia La Habana recuerdo que Celia –al igual que en la Sierra–, apenas descansaba para estar siempre pendiente de todo. Ella era así. Estaba al tanto de lo que necesitábamos Las Marianas, los soldados del Ejército Rebelde, los niños que encontraba y, sobre todo, de lo que necesitaba Fidel».

Otras responsabilidades asumidas luego, como la de Secretaria del Consejo de Estado, diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y de la Dirección Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, tampoco la alejaron del pueblo, ni le quitaron ese halo maternal que habitaba a nuestra «flor más cubana». De ello dio fe Eugenia Palomares Ferrales, autora del libro Celia mi mejor regalo, quien fuera, como muchos otros niños humildes o huérfanos, acogida por la heroína.

Eugenia Palomares asegura que, en los 14 años que vivió con ella, nunca actuó como si fuera alguien importante. «A veces hacía reuniones y se acostaba a las cinco de la madrugada, pero antes colgaba un cartel en la puerta con el siguiente mensaje: levántenme a las 9».

Por eso no fue casual que se popularizara la frase «si tienes un problema escríbela a Celia», quien atendía a todos sin etiquetas. Deslumbrado con esa modestia sin par, quedó el Doctor Eusebio Leal Spengler, historiador de la Ciudad de La Habana, al visitarla por vez primera en su apartamento de la calle 11 del Vedado. «(…) la impresión que me causó fue de sorpresa, por su sencillez, su marcado acento oriental y por todas sus costumbres (…). Su carácter y sus posibilidades excepcionales de decir sí cuando otras personas habían dicho no, o no se puede, ella podía».

Aunque dueña de un sentido del deber intachable no renunció nunca a su espíritu jovial y ocurrencias, con los que se ganó, sin proponérselo, el cariño de la gente. De esas historias, destaca la primera graduación de médicos en la Sierra Maestra, donde se prepararon algunas sorpresas con su sello personal. Entre ellas, la de hacer llegar, desde la capital, helado Coppelia al intrincado paraje.

El día del acto Celia, junto a Fidel, se trasladaba continuamente hasta la tarima, donde una tela blanca anunciaba: «Soda-Init La Plata. Helados 20 centavos». Querían disfrutar de la reacción de los que iban llegando. Algunos no tenían dinero y, cuando se iban a retirar decepcionados, les decían: «por esta vez puedes adquirirlo “fiao”». Y las risas de todos alegraban la montaña.

Fumadora empedernida y amante del café, no permitió siquiera que los augurios de una muerte inminente aquietaran sus obligaciones.

«Al saber de su enfermedad se sometió al tratamiento que incluyó la intervención quirúrgica, pero no al reposo y a la vida limitada que debe llevar un paciente con neoplasia pulmonar, por el contrario: se entregó en cuerpo y alma, como siempre lo hizo, al trabajo», comentaría en una entrevista Maritza Acuña  Núñez, acuciosa investigadora de la vida de la heroína.

Un suceso ocurrido durante una visita a Camagüey, unas semanas antes de su partida física, así lo corrobora. En esa ciudad la invitaron a conocer un edificio de 12 plantas que se construía y el restaurante estaba instalado en el último piso. Al llegar al lugar los ascensores todavía no estaban funcionando.

–«Jefa, no suba, total, es un restaurante como otro cualquiera»–,  le dijo alguien, y la respuesta fue rápida.–«Tú ves, chico, eso que tú dices es una descortesía, porque esa gente está haciendo un esfuerzo y si yo ahora por no subir 12 pisos, no llego a verlos, se van a sentir muy desalentados».

Así era Celia, única, humilde, extraordinaria. Y ese es el recuerdo que perdura de la Heroína de la Sierra y el Llano. Ese es el mejor retrato de Celia, quien nos sigue regalando su presencia viva, tornada luz, aire, flor, esencia misma de la nación cubana.

Fuentes:

Celia: La flor más autóctona de la Revolución, de Adelaida Béquer, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1985.

Celia, ensayo para una biografía, de Pedro Álvarez Tabío, 2003.

Revista Moncada, edición del 1ro. de mayo de 1990, p. 13.

Periódico Juventud Rebelde, edición del 9 de mayo de 2007.

(Tomado de Granma)

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