
«Sabía relacionarse con los obreros y parecía uno más entre ellos». Foto: Germán Veloz Placencia
HOLGUÍN.–Aún con la carga del turno de guardia en la enfermería de la hilandería Inejiro Asanuma, muy cerca de la media noche, a Idelisa Verdecia Chávez el Che le pareció apuesto, condición suficiente para que cualquier muchacha veinteañera se fijara en el comandante sin reparar en la leyenda guerrillera que lo acompañaba.
Pero la joven dejó a un lado aquella explicable reacción femenina, al comprender que tenía ante sí al Ministro de industria, el hombre a quien Fidel y la Revolución le habían encomendado hacer avanzar esa rama vital para el país. Acababa de comprobar lo que se hablaba sobre el constante peregrinar del dirigente por los centros de trabajo del país para conocer de primera mano lo que ocurría en ellos.
Tan apasionado comportamiento explicaba el encuentro que les reservó el destino el 2 de marzo de 1962 en la instalación fabril ubicada en la parte más alta del poblado costero de Gibara, en Holguín. Tiempo después, cuando el Che trascendió a su muerte en combate en Bolivia, Idelisa, quien ya tiene cerca de 76 años y jamás ha olvidado la seguridad que transmitía el héroe, comprendió definitivamente que a aquel lo animaba la prisa de crear.
«Claro que siempre recuerdo aquellos momentos ¿Tú sabes lo que es haber sido la guía en su primera visita a la hilandería?», dice en un estallido de alegría que perdurará hasta el final del relato.
«El compañero que estaba de guardia en la puerta era un miliciano… Sí, porque en esa época nos apoyaban mucho los milicianos… Me llamó a la enfermería, porque a esa hora no estaban los principales jefes de la fábrica y entendió que era lógico comunicarme a mí, que también era miliciana, la llegada de tres jeeps y que en uno de ellos venía el Comandante Che Guevara.

Hilandería Inejiro Asanuma. Foto: Archivo
«Le dije que comprobara la identificación y los dejara entrar. Enseguida me puse en marcha para atenderlos. Los carros pasaron. En el segundo venía el Che. Al bajarse se fijó en un cartel que tenía escrito: “Cuba, faro y guía de América”. Cuando me vio, dijo: ¡Qué linda tu fábrica! Hay que cuidarla.
«Yo le respondí: sí, es de todos. Imagínese periodista, la hilandería era la primera gran fuente de trabajo de Gibara».
Así comenzó la conversación que continuó en el interior del centro industrial, recuerda Idelisa, quien seguidamente le enseñó los locales más cercanos, entre ellos las oficinas del personal de contabilidad y de la dirección.
«En el pasillo, al mirar hacia el fondo, preguntó: “¿A dónde lleva esto?” Le respondí: al área de producción. Me dijo: “Quiero entrar”. Le contesté que no podía. “¿Por qué?”, preguntó mirándome fijamente. Y ahí mismo aproveché para aclararle: porque usted ha dicho que en interés de la disciplina laboral a esas áreas no puede entrar personal ajeno. “¿Tú me conoces?”, dijo, a lo que respondí: ¡Sí! En ese momento él se viró hacia los compañeros y les comentó lo bueno que sería si indicaciones de aquel tipo se cumplieran en todos los centros de trabajo.
«Bueno, lo dejé pasar. Recorrimos algunas áreas antes de llegar a las máquinas principales que hacen el hilo. Comprobó que el calor era insoportable. Y ahí mismo, sin vuelta alguna, explicó que traía dos propuestas para que los trabajadores escogiéramos una. La idea era ponernos el aire acondicionado o subir el salario.
«O pone las dos, o no pone ninguna, le dije en un arranque de franqueza que me pidió explicarle. Le conté que la gente no estaba aguantando por lo difícil que resultaba trabajar con tanto calor. Además, el salario era de 19 pesos a la semana. Por esas cosas, cada 15 días nos dejaba un grupo.
«Me miró y me dio tremenda sorpresa. Chica, dijo, como eres tan sincera, te comunico que vamos a aumentar el salario y a poner el aire acondicionado. Al cumplirse eso, había que trabajar con abrigo».
–Usted otras veces ha contado detalles de una observación que el Guerrillero Heroico le hizo con respecto a un compañero que respeta mucho, fundador también de la hilandería.
–Ah, ese es Domingo Ávila Calderón. En un momento del recorrido el Che se fijó en alguien que trabajaba en una de las máquinas y preguntó sobre sus cualidades como persona y trabajador. Le respondí: El morenito ese es el jefe de turno; una persona muy buena, respetuosa y conocedor de lo que hace. Luego conversó con Domingo y un rato después me habló: “Oye, ese compañero que quieres mucho no es un morenito; es negro. En Cuba solo hay negros y blancos con los mismos derechos”.
«Periodista ¿Por qué no tomamos una limonada? Hace calor esta mañana… Y ahora me acuerdo de otro momento curioso de la visita que no conté a los muchachos de la televisión… Mire, pasamos frente a una máquina de aquellas que le echabas monedas y sacabas refrescos embotellados, y el Che propuso probarlos. Cuando él y sus compañeros se metieron las manos en los bolsillos se percataron que no tenían menudo. Yo les dije que esperaran unos minutos, mientras iba a la enfermería a buscar las monedas, pero no aceptaron.
«Así continuaron. Él tenía habilidad para conocer lo que deseaba. Cuando estuvimos en el área de las plantas eléctricas entabló una conversación muy llana con el plantero para saber cómo procedía. Nos fuimos cuando estuvo seguro de que se hacían las paradas para los mantenimientos que le alargarían la vida a los equipos».
Idelisa rememora que cuando el comandante guerrillero pasó por la recepción, de retorno a la entrada de la hilandería que dejaría minutos después y a la que volvió en abril del siguiente año, se fijó en un libro que ella había dejado allí momentáneamente. Le preguntó si lo estaba leyendo, lo cual le confirmó. Se trataba de Así se forjó el acero, calificado de valioso por el Che, quien en la despedida le recalcó que le sería útil para su formación política.
«No se me olvida que venía de Moa. En algún momento del recorrido eso salió a relucir, pero aunque no lo hubieran dicho, se podía adivinar. Tenía tierra roja en el uniforme verde olivo. Cuando pidió lavarse las manos, dijo que le daba pena porque mancharía las toallas».
Hace una breve pausa para reorientarse en el pasado, cosa que la anima. En la hilandería, evoca, después de permanecer un rato entre las máquinas, el Che, igual que sus acompañantes, estaba cubierto de partículas de algodón desde la boina hasta las botas. Pero no mostraba disgusto. A Idelisa le pareció que solo lo dominaba la curiosidad.