¿COMPAÑERO DE VIAJE?, por Jorge Gómez Barata

Jorge Gómez Barata

MONCADA

De Eisenhower a George W. Bush, a lo largo de cincuenta años, diez presidentes estadounidenses, que condujeron 14 administraciones, desplegaron una misma política contra Cuba. Cada uno quiso ser más duro que el anterior, y cosechar el mérito de derrotar, incluso de asesinar a Fidel Castro, liquidar la Revolución, y entrar a Cuba con La Habana a sus pies. Barack Obama hizo la diferencia.  

Todos los presidentes norteamericanos apretaron el dogal más que el anterior, apostaron por el bloqueo, acudieron al aislamiento, las amenazas militares, la presión política, el apoyo a la contrarrevolución interna y externa, incluyendo la agresión armada y las acciones terroristas. Ninguno reconoció la legitimidad de las autoridades cubanas, no tuvieron compasión, no dieron tregua ni concedieron a Cuba la menor oportunidad para exponer sus argumentos.

La lucha contra Cuba, abierta y brutal, que comprometió la fuerza y la influencia de los Estados Unidos, involucró a la totalidad de las agencias y dependencias del estado, y sumó a sus aliados, clientes y satélites en todo el mundo; era conducida por el presidente de turno, secundado por el congreso y el sistema judicial. Diez presidentes crearon una gigantesca entente anticubana, y lideraron un frente común mundial contra Cuba.

De pronto, como salido de una lámpara que alguien frotó, a Cuba le nació un aliado inesperado y eficaz, que utilizando un lenguaje en desuso, pudiera considerarse como “un compañero de viaje”. El 17 de diciembre de 2014, a la vista de todos, exponiéndose al fuego de adversarios y amigos, sin dejar de ser Jefe del Imperio, sino desde esa condición, utilizando sus poderes ejecutivos, Barack Obama se alió con el pueblo cubano en la oposición al bloqueo. El hecho de que lo hiciera por razones diferentes, no reduce el impacto.  

Obama comenzó por reconocer la soberanía de Cuba y su derecho a la autodeterminación, admitir la legitimidad de las autoridades cubanas, el liderazgo del presidente Raúl Castro, prestó atención al llamado del papa Francisco, avanzó en las negociaciones que condujeron a la liberación de los héroes cubanos presos en Estados Unidos, aceptó ampliarlas hasta acordar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, borró a Cuba de la lista de países comprometidos con el terrorismo, y fue a La Habana. La historia se puso en movimiento.

El resto es conocido. Hasta los críticos, que le imputan haber hecho menos de lo que pudo, reconocen que avanzó más de lo que nadie fue capaz de prever o hacer, y como para cerrar su empeño, el día 14 del mes en curso, 25 días antes de las elecciones, emitió la directiva acerca de la Normalización de las Relaciones con Cuba, y más recientemente dispuso la abstención en la votación de la resolución cubana que en Naciones Unidas insta a poner fin al bloqueo.  

Al decidir que el gobierno norteamericano no apoyara lo que había sido su propia política, confrontar abiertamente al Congreso de su país, y hacerlo en el escenario de la Asamblea General de la ONU, el presidente de Estados Unidos dejó sin sostén ni argumentos al bloqueo, y comprometió a todos los organismos y agencias del estado norteamericano con una política difícilmente reversible.

Obama se marcha, y aunque herido, el bloqueo sigue vigente, no por su culpa sino a pesar de sus esfuerzos por removerlo. El criminal bloqueo a Cuba no será parte de su legado, sino expresión de un empeño que no pudo culminar.

Barack Obama deja muchas cosas por hacer. Al abandonar la Casa Blanca se hundirá en el anonimato que espera a todos los mandatarios estadounidenses. Pocas veces volverá a saberse de él, cosa que a muchos no les importará. Otros lo recordarán por lo que hizo e intentó hacer y, en Cuba, como el tipo que explícitamente reconoció que los cubanos ¡ganaron! Haló el mantel y cambió la historia. Allá nos vemos.

La Habana, 31 de octubre de 2016

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