Las reuniones caribeñas celebradas en La Habana la semana pasada dejan señales claras sobre el protagonismo de nuestro «vecindario» en el devenir político del continente, así como su potencial para integrarse de cara a un escenario internacional adverso.
Las reuniones caribeñas celebradas en La Habana la semana pasada dejan señales claras sobre el protagonismo de nuestro «vecindario» en el devenir político del continente, así como su potencial para integrarse de cara a un escenario internacional adverso.
La XXII Reunión del Consejo de Ministros de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), antecedida por la I Conferencia de Cooperación del bloque, así como la V Reunión Ordinaria Cuba-Caricom, son espacios tradicionales en este tipo de mecanismo. En la mayoría de los casos, pasan desapercibidos en medio de la cobertura noticiosa internacional.
Sin embargo, el convulso escenario regional, signado por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y sus alarmantes anuncios proteccionistas, y el nivel otorgado por el país anfitrión, Cuba, multiplicaron la trascendencia política de los eventos, a los que asistieron la inmensa mayoría de las delegaciones invitadas.
Durante el último año y aprovechando su presidencia pro tempore, la diplomacia cubana se ha empeñado en relanzar la AEC, fundada en 1994 gracias, en gran medida, al impulso dado por La Habana en medio del periodo especial.
La idea inicial fue contar con un espacio de concertación política que incluyera las 25 naciones que conforman el Gran Caribe, desde México hasta Trinidad y Tobago. En muchos sentidos se puede considerar un prototipo de lo que después se convertiría, de manera mucho más ambiciosa, en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Durante la última década la AEC fue perdiendo impulso y no pocos apostaron por su disolución.
Sin embargo, la VII Cumbre, celebrada en junio del pasado año en la capital cubana, marcó el interés compartido por rescatarla. No por gusto en el párrafo 37 de la Declaración de La Habana, rubricada en esa cita, se encomienda la creación de un grupo de trabajo para revitalizar sus mecanismos de funcionamiento.
La búsqueda de la consolidación del bloque iría más allá de sus fronteras y buscaría dar un aporte mayor a los procesos integracionistas latinoamericanos y caribeños. El propio canciller cubano, Bruno Rodríguez Parilla, abordó el pasado sábado la importancia de que las naciones caribeñas alcanzaran un mayor protagonismo en la Celac.
«Solos, nuestra voz es débil, pero juntos nos podemos hacer escuchar», fue una de las reflexiones constantes. Ante la influencia de países sudamericanos que han mutado a gobiernos nada interesados en preservar la obra integracionista de sus predecesores, la superioridad numérica de los caribeños y el indiscutible liderazgo de muchos de sus representantes, podrían servir de contrapeso al interior del mecanismo que reúne a las 33 naciones independientes de Nuestra América.

Con la presencia del vicepresidente del Consejo de Estado, Salvador Valdés Mesa (izquierda), se firmó el sábado el Segundo Protocolo del Acuerdo de Comercio y Cooperación Económica entre Caricom y Cuba. Foto: Jorge Luis González
Quizá la mejor forma de explicarlo la aportó la experimentada diplomática de Santa Lucía, June Soomer, cuando habló de «alinear las estrellas» entre la AEC —organización que dirige—, la AEC, el Alba, Caricom y Celac.
Además de las políticas, hay muchas otras razones para apostar por un Caribe unido, tras siglos arrastrando las barreras impuestas por la colonización, el idioma y la falta de infraestructura que intercomunique nuestros países.
Las reuniones abordaron la necesidad de trabajar de conjunto en el enfrentamiento al cambio climático, mejoramiento del transporte, promoción del turismo, intercambio económico y cooperación en beneficio de la calidad de vida de los caribeños.
También fue evidente el potencial del Gran Caribe, compuesto por un mercado de 300 millones de personas y ubicado en medio de una importante ruta comercial internacional. La región atrae multimillonarios flujos de inversiones y recibe cada año más de 40 millones de visitantes internacionales.
En el caso de Cuba en específico, las cifras son elocuentes: desde los 2 500 millones de dólares de flujo comercial con los países de la AEC, al 98 % de crecimiento de los intercambios con los miembros de la Comunidad del Caribe durante el 2016, en relación con el 2015.
Experiencias como la de la Zona Especial de Desarrollo Mariel (ZEDM) —que ya ha atraído cerca de mil millones de dólares en inversiones y que aspira a convertirse en un hub comercial regional—, hablan de que aún resta mucho potencial por desatar.
Quizá pocos países estén en mejores condiciones que Cuba para trabajar a favor de la integración caribeña, tanto en los ámbitos políticos como económicos, sin perder de vista los proyectos que engloban a todas las naciones desde el Río Bravo a la Patagonia.
La Mayor de las Antillas está unida al territorio continental por la historia, el idioma y la cultura?—?como les ocurre a otras naciones insulares que fueron colonias españolas?—?, pero al mismo tiempo comparte la historia de esclavitud y dominación colonial del Caribe.
El nexo de La Habana con los pequeños estados insulares es de larga data. Barbados, Guyana, Jamaica y Trinidad y Tobago, prácticamente recién independizados, establecieron relaciones con La Habana en 1972 pese a las presiones de Estados Unidos y la OEA, abriendo una puerta que no se ha cerrado desde entonces.
Durante décadas, la solidaridad y la cooperación, desde la construcción de un aeropuerto en Granada hasta la Operación Milagro, han sido nuestros mejores embajadores. Más de 31 000 colaboradores, en especial médicos, están diseminados por el Caribe y cerca de 3 000 jóvenes del área estudian en aulas cubanas, según las cifras oficiales aportadas.
Las autoridades cubanas ratificaron, una y otra vez, que «el Caribe siempre podrá contar con Cuba» y, muestra de ello, es el cumplimiento de los compromisos de cooperación establecidos pese a las dificultades económicas del país.
La Revolución Cubana y en especial su líder histórico, Fidel Castro, son un símbolo de la resistencia de los pueblos caribeños. Su legado estuvo presente en cada intervención de los asistentes a las reuniones de la semana pasada. Y sin dudas lo estará cada vez que se encuentren los pueblos de la región.
De ahí que, tras pasar el batón de la presidencia pro tempore de la AEC a Venezuela, Cuba haya dejado claro que seguirá aportando todos sus esfuerzos para la integración del Caribe.
Con una estrategia concertada, mecanismos regionales engrasados y voluntad política, las posiciones radicales asumidas por el gobierno estadounidense funcionarían más como un aglutinador que como elemento paralizante.
La unidad pondría al Caribe en una posición estratégica para su desarrollo, al tiempo que ayudaría a mantener la ecuación política latinoamericana, pese a los retrocesos de la izquierda en Sudamérica y los nubarrones que se avizoran en el norte.