Eusebio Leal y su entrañable relación con el Perú

Por Sergio González González, embajador de Cuba en Perú

En el verano boreal de 2016 fui designado embajador en el Perú y de inmediato inicié en La Habana el ciclo de preparación reglamentario, que incluyó un sinnúmero de entrevistas con figuras del gobierno, parlamentarios, representantes de negocios, de la cultura y del mundo académico, entre otros, de mi país.

Las solicitudes de encuentros se formularon casi simultáneamente; pero entre las primeras reacciones estuvo la de Eusebio, quien me invitó a visitarlo en su modesta oficina de la llamada Casa Pedroso, una mansión con elementos constructivos entre los siglos XVII y XX, ubicada en la Avenida del Puerto, frente a la terminal de cruceros Sierra Maestra.

No hacía esperar. Respondía con exactitud y elegancia, incluso si no tenía una definición a mano, como cuando, para los festejos por el 500 aniversario de La Habana, me pidió aguardar un poco para formular la propuesta de una exposición del proyecto Caral-Supe a cargo de la doctora Ruth Shady, eminente arqueóloga y antropóloga.

No era el responsable de los actos, sino una Comisión Organizadora, que debía evaluar las iniciativas, por lo que la definición llegó más tarde – positiva, por cierto— y puntualmente me lo hizo saber.

Se obligaba a responder con disciplina monacal cada mensaje, a acusar recibo de cada documento o libro que le enviaba, lo que lo hacía un rara avis en el firmamento burocrático cubano hasta que hace alrededor de un par de años el aparato estatal empezó a desperezarse. En eso coincidían todos mis colegas del servicio exterior cubano.

Profundo conocedor

Pero sospechaba que había algo más, lo que no tardé en confirmar cuando con su impecable prosa y característica cadencia fue relatando sus impresiones de viajes y lecturas del Perú magnético.

Lo tenía todo en su mente y se le derramaba en la palabra, sin pausas ni cotejos. Me habló por más de una hora de Mariano Ignacio Prado, de los hermanos Leoncio, Justo y Grocio, peruanos que lucharon por la independencia de Cuba; de los momentos de confluencia y desencuentros entre ambas naciones, de sus amistades en el país, de la Rosa Naútica, la gastronomía y la artesanía de diferentes rincones de esta vasta geografía. Y, por supuesto, de Porras Barrenechea, ante quien los cubanos independentistas – que somos la inmensa mayoría— nos quitamos los sombreros.

Le fascinaba el Perú y le tenía un amor entrañable.

Eusebio y San Marcos

Como quien no quiere las cosas, me mencionó a la salida que la Universidad de San Marcos lo había propuesto para el Honoris Causa. Me confesó que para él sería un altísimo honor, por lo que no desmayé hasta agotar todos los esfuerzos y verificar que la decana de América completaba los trámites.

Cuando se concretó la decisión, me pidió que recibiera el título en su nombre, pues los médicos le habían proscrito viajar, lo que me pareció injusto. De manera que, con la generosa comprensión y disposición del Doctor Orestes Cachay, rector de San Marcos, este viajó a La Habana y le invistió con el anhelado título en su queridísima casa de altos estudios de San Gerónimo, cuya reconstrucción lideró.

Eusebio atesoró además la Orden El Sol del Perú, la Medalla de la Ciudad de Lima y el doctorado Honoris Causa de la universidad Ricardo Palma.

Agradezco las numerosísimas expresiones de simpatía que nos han hecho llegar peruanos de todos los confines. En estos días hemos visto manifestaciones de admiración profunda. Se le rinde homenaje como gran humanista, culto, orador, cristiano, revolucionario, fidelista, historiador, predicador, profeta, maestro, hombre de pueblo.

Todo eso y más fue Eusebio, a quien no podríamos etiquetar. Pero si nos apuraran, tendríamos que apelar a su apellido. Fue Leal a su pueblo, a su cultura, a su Revolución.

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