Más que un derecho, la vida

Nacer. Vivir. Soñar…, y quizás las palabras salgan fáciles, como la continuidad de algo tan cierto que ni siquiera dudamos de ello, porque incluso antes de nacer, ya tenemos derecho a la propia vida –que es más que simplemente existir–. O al menos así lo sentimos los de por acá.

Porque nuestros primeros pasos no solo son velados por mamá, papá y abuela, también cuidan de nosotros hombres y mujeres de batas blancas que, sin pedir nada a cambio y con mucho que ofrecer, hacen más seguro el camino. También está la otra casa, la escuela, esa que va tornándose cada vez más grande, con nuevas posibilidades de crecer. Y de pronto, cuando ya dejamos de ser niños, seguimos teniendo esos mismos derechos, porque en Cuba no hay edad límite para aprender ni mucho menos para recibir asistencia médica.

El desempleo tampoco es una razón de desvelo. Algunos serán mejores y otros no tantos, pero siempre habrá un trabajo digno. Tampoco existe el temor de salir a la calle, ni de sentirnos excluidos por nuestro color de piel, género, credo u orientación sexual, porque sencillamente aquí la discriminación no determina si podemos entrar a un lugar o no, ni tampoco es una barrera para soñar con ser bailarín, músico o ingeniero.

Porque en esta tierra, todos tienen derecho a la justicia en una sociedad apegada a la defensa de la dignidad plena del ser humano. Porque se respeta nuestra opinión, aunque difiera del resto. Porque aunque no falten quienes pongan en tela de juicio los principios de respeto y altruismo que caracterizan a este pueblo, los cubanos han sabido construir, nuestro país es reconocido por cumplir con la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Porque solo un necio no prestaría atención a los indicadores de esperanza de vida, de mortalidad infantil y materna, de atención a los discapacitados, de seguridad social... Porque solo quien no quiere escuchar la verdad hace caso omiso a la opinión internacional y sigue esgrimiendo las mismas injurias insostenibles.

Pero una vez más, los sueños ganan. Porque incluso, cuando la naturaleza hace de las suyas, y arranca de cuajo lo que teníamos, no importa si era mucho o poco, no nos sabemos desprotegidos. Y eso solo es posible cuando la confianza en el mañana está anclada a más de medio siglo de nobles causas.

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