La Habana, 24 de diciembre de 2025. En las redes sociales, la política rara vez se expresa con calma. Pero en determinados momentos, el ruido digital deja de ser solo “ruido” y empieza a parecerse a una escalada: primero se normaliza la violencia, luego se facilitan formas de ejecutarla y, finalmente, se cruzan límites que antes frenaban a mucha gente.
Esa es, en términos simples, la idea central de dos politólogas, Kathleen Klaus y Aditi Malik, que analizaron el asalto al Capitolio de Estados Unidos (6 de enero de 2021) como el resultado de un proceso: la violencia se vuelve “pensable”, resulta “factible” y fallan los frenos.
El artículo hace un aporte interesante: acepta que hay agravios (reales o percibidos), pero subraya que sin capacidad operativa para la violencia y sin la quiebra de restricciones, la escalada masiva es menos probable. Esta tríada facilitó los hechos que desencadenaron la toma del Capitolio de Washington, cuya violencia fue transmitida en directo por la televisión y las redes sociales.
Aunque el caso que ellos analizaron se produjo en EE.UU., su marco analítico sirve para mirar otros escenarios donde la confrontación política se desplaza al entorno digital y puede llegar al espacio público. Uno de ellos es el ecosistema de redes sobre Cuba.
Este análisis del Observatorio de Medios de Cubadebate no busca equiparar contextos, sino usar una herramienta clara para responder una pregunta concreta: ¿cómo se transforma la hostilidad política en redes en un clima donde aparecen llamados a acciones violentas?
Tres pasos que convierten el conflicto político en escalada
1) La violencia se vuelve “pensable” (se torna aceptable o "se normaliza" en la cabeza de la gente): Antes de que haya golpes, suele haber palabras que preparan el terreno. Klaus y Malik explican que la violencia escala cuando una parte suficiente de personas empieza a verla como un medio “legítimo” para conseguir un objetivo político: “salvar el país”, “recuperar lo robado”, “castigar a los culpables”.
En redes, esto suele aparecer como:
- lenguaje de guerra (“esto es una guerra”, “ahora o nunca”);
- deshumanización del adversario (convertir al “otro” en basura, perro, chivato);
- promesas de “justicia” por fuera de instituciones (“justicia callejera”, “que paguen”).
Hemos seleccionado un conjunto de mensajes publicados en X, Facebook y Telegram —aún activos en estas plataformas— para mostrar que existen piezas que, sin dar instrucciones, normalizan la idea de daño físico (amenazas simbólicas extremas, marcos de “guerra” y “sangre”) y legitiman castigos extrajudiciales.
Eso no prueba que la violencia vaya a ocurrir, pero sí indica que se está construyendo un “clima” donde la violencia deja de ser un tabú.
2) La violencia se vuelve “factible” (se hace posible en la práctica): El segundo paso es clave: muchas personas pueden estar indignadas, pero no por eso actúan. Para que haya escalada, tiene que existir capacidad: coordinación, logística, roles, canales, financiamientos, y mecanismos para reducir riesgos.
Aquí las redes cumplen un papel decisivo: sirven como infraestructura ligera para organizar acciones sin necesidad de estructuras tradicionales. Los indicadores típicos son:
- llamados explícitos a “organizarse”;
- circulación de enlaces y coordinación entre plataformas;
- “guías” o “manuales” sobre cómo actuar en protestas;
- recomendaciones para evitar identificación (anonimato), lo que reduce el costo percibido de participar.
En los materiales que hemos estudiado, aparecen con claridad elementos de este tipo: coordinación en chats, uso de otros espacios para difundir enlaces, y sugerencias orientadas a anonimato. Además, hay piezas que funcionan como manuales de acción: transforman la protesta genérica en un repertorio más dirigido (liderazgo, elección de puntos críticos, etc.). En términos del marco, esto empuja de “pensar la violencia” a hacerla ejecutable.
3) Fallan los frenos (se cruzan límites que antes contenían a las personas): Incluso con retórica agresiva y coordinación, todavía hay frenos: miedo a sanciones, penalización de las plataformas por incumplir normas de comunidad, desaprobación social, límites morales, o simplemente la percepción de que “esto ya es demasiado”. La escalada se vuelve más probable cuando uno o varios de esos frenos se debilitan o se eluden.
En redes, se reconoce cuando aparecen:
- incitación explícita a agredir a personas o atacar infraestructuras;
- mensajes que recomiendan evitar evidencia o minimizar responsabilidad;
- amenazas coercitivas (“si no se suman, habrá sangre”);
- señalamiento de “enemigos internos” a nivel comunitario, que puede derivar en violencia selectiva.
En el corpus aportado hay ejemplos que entran en esta zona roja: llamados explícitos contra infraestructura o fuerzas del orden, mensajes de coacción y piezas donde el anonimato no es solo “estilo”, sino parte de una lógica de evasión del costo legal o moral.
Cuba: un ecosistema digital con ingredientes de alta polarización
¿Por qué esto importa en el caso cubano? Porque el debate digital sobre Cuba tiene varias características que potencian la escalada:
- Polarización histórica (proyecto político socialista vs. oposición frontal alentada y financiada desde Estados Unidos) con identidades muy marcadas.
- Sectores de la emigración politizada (particularmente grupos de influencia política y poder económico radicados en EE. UU., particularmente Florida) que participa de forma intensa en narrativas y campañas.
- Sanciones unilaterales y con carácter transnacional de EE,UU que internacionalizan la discusión y elevan la temperatura del discurso.
- Economía de la atención: el contenido más extremo suele circular más rápido, y eso crea incentivos para subir el tono. El algoritmo de las plataformas amplifican estos contenidos deliberadamente.
En ese contexto, es esencial no confundir categorías: las críticas no son violencia. El punto es otro: dentro del mismo ecosistema pueden convivir crítica legítima, denuncia, propaganda, desinformación y, en segmentos específicos, incitación a acciones violentas. El marco de Klaus y Malik ayuda a separar esas capas y a definir cuándo una conversación deja de ser solo polarizada y empieza a volverse peligrosa.
Muestra estudiada
Hemos analizado una muestra de 230 publicaciones, entre julio de 2021 y diciembre de 2025. Provienen de cuentas que declaran ubicaciones fuera de Cuba o con señales públicas de residencia en el exterior, que suelen intervenir en los debates que se producen en el ecosistema digital cubano.
Estos mensajes siguen activos en las plataformas X, Facebook y Telegram, donde se manifiestan las tres capas de violencia en redes que advirtieron las investigadoras Klaus y Malik y fueron centrales en los ataques al Capitolio de Washington, en enero de 2021.
En la muestra estudiada se ha detectado:
1)Escala de severidad
1 = movilización/información para protestas callejeras; (1%)
2 = hostigamiento/amenaza implícita; (20%)
3 = llamado genérico a violencia (“candela”, “piedra”) sin táctica; (26%)
4 = incitación explícita a daño (personas o infraestructura) o coerción “por la fuerza” (40%)
5 = incitación explícita + componentes operativos (evasión, coordinación, tácticas). (13%)
Como se puede observar, el 80 por ciento de los mensajes analizados se ubican en los rangos de mayor severidad de la violencia (3, 4 y 5).
2)Clasificación temática por “familias” de contenido:
a) Incitación explícita a daño físico (personas)
Patrón: lenguaje de castigo/aniquilación o amenaza directa; aparece además el componente de evasión (“no grabar”), que en Klaus–Malik se lee como debilitamiento de frenos (costo percibido menor).
b) Incitación a ataques contra infraestructura/bienes (incluye violencia incendiaria)
Patrón: traslado del odio político a blancos materiales (empresas/servicios), facilitando escalada porque reduce el umbral moral (“no es contra personas, es contra símbolos”).
c) Manuales y operacionalización (coordinación, anonimato, tácticas)
Patrón: la violencia deja de ser sólo discurso y adquiere forma organizativa: anonimato, liderazgo, bloqueo, toma coercitiva de edificios, etc. Este bloque es el corazón de la fase “violencia factible”.
d) Movilización/activación con tono confrontacional
Patrón: mensajes de urgencia, “salir”, “apoyar”, “señal”, que operan como gatillos de coordinación colectiva.
Además de las familias de patrones, pueden identificarse lógicas comunes en todas ellas:
- Del “enojo” a la “acción”: varias publicaciones muestran la transición típica descrita por Klaus y Malik: primero se legitima el daño (“es justo”, “se lo merecen”), luego se sugieren blancos concretos (policía, dirigentes, instituciones) y finalmente aparecen formatos de instrucción (cómo organizarse, cómo no ser identificado, cómo coordinar acciones).
- La dimensión “frenos”: no sólo importa que exista discurso agresivo; importa que se exprese sin costos visibles. Las capturas que hemos publicado en el cuerpo de esta investigación exhiben desinhibición, lo que en el marco teórico se interpreta como erosión de frenos. También, han sido publicadas y se mantienen visibles, a pesar de que transgreden las normas de comunidad de las plataformas sociales.
- Ecosistema multiplataforma: hay una convergencia entre publicaciones abiertas (FB/X/Telegram) y espacios de mensajería, donde la radicalidad puede pasar del plano simbólico al operativo.
Señales de alerta
Para periodistas, investigadores y ciudadanía, la escalada rara vez aparece “de golpe”. Suele dejar rastros detectables. ¿Qué señales deberíamos tener en cuenta?
a) Señales de que la violencia se vuelve “pensable” (normalización)
- Cambio sostenido del encuadre: de “denuncia” a “guerra”, “todo o nada”, “ahora o nunca”.
- Deshumanización y etiquetado: cuando el adversario deja de ser un actor político y pasa a ser “plaga”, “basura”, “enemigo interno”, "ciberclaria", “chivato” o categorías que habilitan castigo.
- Justificación moral del daño: lenguaje de “merecido”, “que paguen”, “justicia por mano propia”, “limpieza”, “escarmiento”.
- Estetización de la violencia: memes, slogans o imágenes que convierten el daño en chiste, consigna o gesto identitario (“aplausos” a la amenaza).
- Desplazamiento de responsabilidad: “no queda otra”, “nos obligan”, “es defensa propia”, “ellos se lo buscaron”. (Es un marcador clásico de desinhibición moral.)
b) Señales de que la violencia se vuelve “factible” (capacidad / coordinación)
- Paso de lo general a lo operativo: de “hay que salir” a “cómo, cuándo, dónde, con quién”.
- Coordinación multicanal: llamados a llevar la acción a otros espacios (grupos, canales, chats, calle), y circulación de enlaces/convocatorias en cascada.
- Roles y división de tareas: quién convoca, quién graba, quién “coordina”, quién “difunde”, quién “cierra calles”, etc.
- “Manuales” o guías de acción: textos o piezas que convierten la protesta en repertorios concretos (puntos críticos, toma de edificios, barricadas, etc.).
- Indicaciones de anonimato: recomendaciones explícitas de no ser identificado, cubrirse, “no dejar evidencia”, usar cuentas desechables o moverse a canales menos auditables.
c) Señales de “frenos” debilitados (permisibilidad e impunidad)
- Incitación explícita: cuando ya no es metáfora sino llamada directa a agredir personas o atacar infraestructuras.
- Evasión de costos: sugerencias de ocultamiento, reducción de responsabilidad, borrado de pruebas o normalización de “no pasa nada”.
- Coerción y ultimátums: “si no se suman, habrá sangre”, “o estás con nosotros o…”. Este tipo de mensaje no busca persuadir: busca intimidar.
- Señalamiento comunitario de “enemigos internos”: listas informales, acusaciones localizadas, doxxing (revelar identidad, teléfonos, direcciones de otras personas sin su consentimiento) o llamados a “ir” contra individuos.
- Efecto plataforma: cuando contenidos que violan normas evidentes se mantienen visibles, se replican sin fricción y se recomiendan algorítmicamente, la moderación deja de funcionar como freno real.
d)Señales de escalada rápida
- Picos coordinados: subida súbita de mensajes con el mismo marco, hashtags o consignas.
- Convergencia de cuentas: actores distintos empujando simultáneamente el mismo blanco (policía, institución, dirigente) desde diferentes plataformas.
- Radicalización por retroalimentación: cuando el contenido más extremo recibe más engagement (se comparte más) y empuja al resto a competir en agresividad.
- Normalización por repetición: lo que ayer era “inadmisible” hoy se vuelve “opinión más” por saturación.
Cuando varias de esas señales aparecen juntas, el riesgo aumenta, aunque no exista una relación automática entre redes y violencia real.
Por qué el debate público debería tomarse esto en serio
El aporte del marco de Klaus y Malik es sencillo y útil, ayuda a mirar la violencia no como un “estallido inexplicable”, sino como un proceso con señales previas. En la Cuba digital reconocer esas señales permite, como mínimo, discutir con más claridad dónde termina la crítica legítima y dónde empieza la incitación al odio y el crimen.
Tomarse en serio la violencia digital no es “exagerar” ni confundir crítica con delito. Es reconocer una evidencia básica: cuando el ecosistema normaliza el daño, la sociedad pierde capacidad para tramitar conflictos por vías políticas y civiles. La violencia no solo hiere cuerpos; también degrada el lenguaje público, rompe confianzas y convierte cualquier desacuerdo en amenaza.
Se destacan varias conclusiones de este trabajo. Primero, la violencia es un proceso. El valor del marco de Klaus y Malik es que desplaza la mirada desde el “hecho espectacular” hacia el antes: los discursos que legitiman, las capacidades que habilitan y los frenos que fallan. En entornos altamente polarizados, ese “antes” puede estar semanas o meses a la vista.
Segunda conclusión: la permisividad de las plataformas no es neutralidad. Cuando mensajes abiertamente coercitivos o incitadores permanecen visibles y circulan sin fricción, no estamos ante “libertad de expresión”, sino ante una asimetría de moderación que premia el extremismo por su rendimiento en la economía de la atención. Esa permisividad tiene efectos políticos: desplaza el centro de gravedad del debate hacia lo intimidatorio, y empuja a actores moderados a callar o a salir del espacio público.
Una tercera conclusión es que la escalada termina afectando a la población civil y a la política real. En el corto plazo, estos mensajes generan miedo, hostigamiento y polarización. En el mediano, erosionan la posibilidad de acuerdos mínimos, porque cualquier discusión sobre problemas concretos (economía, servicios, vida cotidiana) queda secuestrada por lógicas confrontacionales. En el largo plazo, alimentan ciclos donde la violencia simbólica busca abrir camino a violencia selectiva o a desbordamientos no controlables.
En definitiva, esta investigación confirma que la violencia política no aparece de la nada. Se prepara y se entrena en el ecosistema digital, donde se normaliza el daño, se operacionaliza la coordinación y se erosionan los frenos. Detectar a tiempo esas señales —cuando aún son “clima” y no hechos— es una obligación preventiva. Mitigar la violencia en redes es, en la práctica, evitar que la intimidación y la incitación terminen contaminando el espacio público y derivando en agresiones reales.
A la vez, el trabajo muestra un dato políticamente trascendente: una parte significativa de los mensajes más graves proviene de cuentas que declaran ubicaciones fuera de Cuba o exhiben señales públicas de residencia en el exterior; es decir, quienes empujan la escalada lo hacen, con frecuencia, desde la comodidad de la distancia, sin asumir costos ni consecuencias.
Por eso, la responsabilidad de las plataformas no puede seguir tratándose como un detalle técnico. Si contenidos que violan normas evidentes permanecen visibles y se amplifican, la moderación deja de ser freno y pasa a ser permiso. Exigir que apliquen con rigor sus propias reglas de comunidad es una condición mínima para proteger el debate público y reducir el riesgo de violencia.
Tomado de Cubadebate: Cubadebate
