Eusebio, un conquistador de historia y de cultura

La Habana, 3 de agosto de 2020.- Eusebio Leal queda para todos, en Cuba y el mundo, como lo que siempre fue: un humanista ejecutor. Desde su perspectiva –signada por una formación cristiana y la condición del patriota afirmado en conocimientos históricos adquiridos por estudios, investigaciones y vivencias– logró convertir la vocación de servicio en cruzada mayor para el bien de sus coterráneos de la capital cubana, donde llegó a sembrar contiendas trascendentales. Su manera de hacer y de decir estuvo marcada por lo sensible, comunicativo, creador y carismático de la individualidad. No fue ángel desconectado de conflictos y pasiones de la existencia terrenal, ni hombre de caminos cifrados y quicios conocidos, sino buscador perenne del mejoramiento humano y la humanización del contexto vital necesario a gente numerosa.

De saber enciclopédico, educación esmerada y proverbial decencia, se ocupaba con atención constante de aquellos detalles que daban sentido a cada proyecto bajo su conducción. Era amante de lo bello y se mantuvo siempre fiel a las razones que había recibido de forjadores y defensores de la nacionalidad nuestra. Quien llevó a inusitadas proyecciones su responsabilidad como Historiador de la Ciudad de La Habana –cuyo ejercicio de la profesión elegida supuso colocarla en vías instrumentales y hasta empresariales–, entendía el trabajo como mandato, placer y épica seguida por colaboradores que lo comprendieron y se adecuaron a su estilo elegante de dirección. Eusebio hacía para indicar faenas; dialogaba para esclarecer los fines y mostrar los colores del horizonte prefigurado; invitaba a reconstruir la realidad de diferentes épocas y medulares tradiciones; y así mismo imaginaba programas que agrupan facetas habitacionales, históricas, demográficas, científicas, literarias y artísticas del espacio social sentido como cultura.

Recuperar una Habana casi perdida por causas disímiles, no era –para él– convertirla en frío depósito urbanístico, donde inmuebles, muebles e imágenes fueran reconstruidos en su cuerpo originario solo para ser contemplados.

Quería una ciudad viva por la presencia y acción de cuantos la ocuparan, así como de aquellos otros que le aportaran relieve por conducto de lo artesanal y el arte visual, la música y las letras, lo museográfico y la danza, el teatro y cuanto permitiera darnos la certeza de lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde nos encaminamos.

Convocaba a labrar la maravilla, trascender penurias cotidianas, amar cada piedra y quedarnos en éxtasis ante la revelación de una vieja huella, el documento esclarecedor, la decoración descubierta, o esa fotografía sepia que introduce el pasado en las coordenadas del presente.

Conocí a Eusebio a finales de 1968 en la Plaza de Armas, cuando aún yo estudiaba pintura en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán. Entonces también me iniciaba como crítico de artes plásticas en el diario Granma y en la Revista Cuba Internacional; y él recién había asumido funciones en la Oficina del Historiador de la Ciudad. Pero ya traía consigo valiosos proyectos para darle vida útil al Centro Histórico habanero. En esa ocasión me habló de su interés por hallar piezas testimoniales que nutrirían el Museo fabuloso que levantó en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales.

También recordamos cómo Roig de Leuchsenring llevó para la acera de su entidad obras de Carlos Enríquez, de una exposición prohibida por la directiva del Lyceum vedadiense. El modo suyo de apreciar la relación entre Arte e Historia Social, como diálogo enriquecedor entre dos espejos, devino constante en conversaciones que tuvimos cuando trabajé muy cerca de él: en la Dirección de Artes Plásticas del Consejo Nacional de Cultura establecido en el Palacio del Segundo Cabo.

Hay variadas anécdotas que podrían contribuir a describirlo. Pero solo quiero referirme aquí a una ocurrida en la tarde en que fue inaugurado el Museo de la Ciudad. Estábamos conversando cerca de la escalera Carlos Rafael Rodríguez, René Portocarrero y yo, cuando de repente apareció Eusebio relatándonos algunos de los avatares de la preparación de ese ámbito conservador de la memoria palpable. De inmediato Carlos Rafael lo caracterizó, al decirle: «Eres un conquistador». Y así fue en verdad. Eusebio conquistó con seguridad y tesón todo cuanto materializó. Sus conquistas incluyeron hasta la estructuración de un tejido de gestión, exhibición y circulación del tesauro simbólico de todos los tiempos, iniciado a mediados de los 70 con los famosos Sábados de la Catedral, que constituyeron sana ocasión para el disfrute masivo de la sociedad.

Las preocupaciones de Leal por sembrar un grupo de estudios para artistas, centros y galerías de arte en el entramado de la vieja urbe puesta a tono con los tiempos nuevos, consolidaron aún más su comunicación con los artífices de la visualidad, lo que se hizo patente mediante el peso cultural de la Revista Opus Habana y la emisora Habana Radio. Eusebio visitaba con frecuencia el edificio de Mercaderes número 2, en la esquina de la Plaza de la Catedral, porque allí vivían y creaban sus obras escritores, teatristas y pintores reconocidos. En ese sitio estuvo mi primer taller de arte entre 1975 y el año 2009, cuando empezó a desplomarse y tuve que irme a trabajar para una edificación colonial terminada de restaurar en la calle

Paula (hoy nombrada Leonor Pérez), que Eusebio decidió entregarme, porque veía en mí una «mística martiana». Y es que existió una verdadera conexión de vasos comunicantes entre él y hacedores innumerables de las visiones y los objetos de naturaleza imaginativa.

Eusebio comprendió a los artistas, porque él mismo era un Artista. Fue Artista por la capacidad de soñar lo posible y lo imposible, dentro de la restauración y remodelación de partes significativas de la capital cubana. E igual por su refinada sensibilidad. Artista peculiar, que al unir la razón con la formalización palpable de lo hermoso puesto en movimiento en La Habana Vieja, aportó un canon adaptable para muchas ciudades del país. Artista de la palabra y del ajuste de la subjetividad con los procesos complejos de la historia. De ahí que permanezca en los espacios que humanizó, en la conciencia de la gente noble que recibió su impronta, en el arte de firmas legítimas que él contribuyó a fecundar, e igualmente en el pueblo que consideraba objeto cimero de sus imaginaciones y sus actos.

Por eso y mucho más, en el caso de Eusebio Leal se cumple con precisión la sentencia de José Martí: «La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida». Él solamente acaba de partir hacia la historia y la leyenda.

PRECISIONES

La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana habilitó este lunes una versión digital del libro de condolencias (al cual puede acceder a través de esta información publicada en www.granma.cu) por la muerte del eminente historiador cubano Eusebio Leal, fallecido el pasado 31 de julio.

La propuesta busca que las personas que no pueden ir al Museo de la Ciudad de La Habana en el Palacio de los Capitanes Generales tengan la posibilidad de expresar sus impresiones y afectos hacia el Historiador de La Habana por medio de esta vía.

Desde la red social Facebook, la entidad agradeció las muestras de cariño e iniciativas que, en Cuba y en muchas partes del mundo se le han profesado a Eusebio Leal.

El libro se suma a las diversas acciones que han rendido tributo en los últimos días al entrañable intelectual.

Las honras fúnebres del destacado intelectual tendrán lugar en el Capitolio Nacional una vez controlada la epidemia de la covid-19.

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