Varios sectores de la economía cuentan ya con planes de largo plazo, con cifras y objetivos estratégicos en algunos casos hasta el 2030.
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En medio de una sequía que desde el 2014 se ensaña sobre todo con el centro y oriente del país, las miradas apuntan al cielo de la primavera, aunque sin mucha convicción. Las lluvias son caprichosas. Más asequible a la voluntad humana parece el programa iniciado en el 2012 para rehabilitar acueductos y otras instalaciones hidráulicas. Dos razones avalan la confianza en esas inversiones. Las fugas de agua en esas redes todavía son altas, pero han disminuido y esto ha traído un oportuno alivio del estrés hídrico. El beneficio acredita a este programa como alternativa importante frente al castigo de la naturaleza y confirma, además, el mérito de la previsión.
El desarrollo no se puede tejer de un año a otro. Resultados sólidos, como los que empiezan a observarse en las redes hidráulicas, requieren de tiempo, para prever, planificar y ejecutar obras que implican complejidad y gastos altos.
Esa filosofía comienza a ganar terreno en Cuba. Varios sectores de la economía cuentan ya con planes de largo plazo, con cifras y objetivos estratégicos en algunos casos hasta el 2030. Han emergido en los medios de comunicación, al menos parcialmente, o pueden intuirse por la actividad económica del país: desarrollo de las fuentes renovables de energía, ampliación de capacidades de la industria del turismo, el transporte de carga y las telecomunicaciones, entre otros.
Esos programas, sin embargo, corren el riesgo de perder eficacia o demorar mientras no se ponga en vigor en Cuba el plan general de largo plazo que actúe como núcleo articulador entre las metas e inversiones sectoriales.
Hace un año exactamente, el 7mo. Congreso del Partido aprobó un documento que contiene visión, principios, ejes y sectores económicos estratégicos, las bases para diseñar un Plan de Desarrollo hasta el 2030. Lo debatieron luego los sindicatos y otras instituciones sociales y, como fruto de ese debate ya se conoce que numerosas intervenciones fueron dirigidas a enriquecer ese documento. La propuesta final deberá recibir luz verde en la Asamblea Nacional de Poder Popular para adjuntarle, los indicadores y las metas concretas de cada sector en términos cuantitativos, que permitan hilar mejor entre sí los planes con que ya están trabajando muchos ministerios.
Cuando ese programa vea la luz, el desarrollo económico y social contará con una brújula para avanzar como nación, integradamente, y no los sectores desconectados entre sí, como tiende a suceder aún. Serán más visibles también los propósitos de sectores como la biotecnología y la industria médico-farmacéutica, incorporada desde hace años al liderazgo industrial y exportador cubano, pero cuyos planes de largo plazo resultan menos conocidos.
El Plan hasta el 2030 urge igualmente para eliminar dudas y concertar acciones en torno a uno de los ejes estratégicos de desarrollo previstos ya en la propuesta inicial, la ciencia y la tecnología. Aunque sus actores mantienen protagonismo en la sociedad, no son pocas las amenazas que enfrentan en una coyuntura en que el reordenamiento del modelo económico se combina con severas limitaciones financieras.
Sujeta a los apuros del día a día y con la rentabilidad como razón capital, la planificación de las empresas tiende a hundirse en un sesgo economicista de corta mira que enfría los gastos en ciencia, tecnología e innovación. Los documentos políticos que defienden esas tres iniciales milagrosas, CTI, pueden convertirse en letra muerta de no acompañarles una legislación nacional que prevea y garantice acciones, inversiones y gastos para expandir esa actividad integralmente, en todos los escenarios de la economía y la sociedad, y no solo en sectores de vanguardia, como la biotecnología.
La emigración de fuerza profesional de alta calificación hacia oficios de menor exigencia tecnológica, pero mejor remunerados, es una consecuencia de esa restricción, que resta calado a una fortaleza económica del país. Sin un plan de largo plazo que defina prioridades, metas e inversiones en ciencia y tecnología, la nación corre el riesgo de extraviar la senda del desarrollo y, por extensión, las condiciones para alcanzar la prosperidad y sostenibilidad propuestos entre los objetivos del socialismo cubano.
El economista cubano Oscar Fernández Estrada defiende el criterio de entender la planificación, más que como asignación directa de recursos materiales por un agente central, como una manera de conducción estratégica del sistema, en la cual resulta imprescindible la capacidad para modelar o construir futuros.
La planificación queda enrejada entre intereses estrechos de perfil administrativo, cuando se sobredimensiona su función como mecanismo para distribuir recursos materiales. En lugar de entenderse como una suerte de libreta de abastecimiento anual, debería evolucionar hacia roles de mayor alcance: la concertación, coordinación y organización de la actividad económica entre los múltiples y heterogéneos actores que comienzan a compartir el escenario económico cubano con las empresas estatales.
Quizá se desenrede entonces el camino hacia los encadenamientos productivos que se ha propuesto la política de inversiones extranjeras. Con una cultura empresarial poco entrenada en el pensamiento de largo plazo y sin herramientas eficaces en el país para coordinar relaciones entre entidades diversas, suelen ser más cómodos y fluidos hoy los nexos comerciales y financieros de una empresa extranjera o mixta asentada en Cuba con suministradores externos que con los del patio. La centralización vertical dominante aún en la planificación retarda la relación horizontal necesaria entre entidades de organismos y sectores diferentes. Mayor es la traba para encadenar producciones cuando se trata de vínculos económicos entre modos de propiedad y gestión heterogéneos.
El plan de desarrollo de largo plazo podría aportar un eje de gobernación más importante que los balances o planes anuales que suelen centrar hoy la atención de organismos y empresas. Solo de esa manera la planificación merecerá ser rasgo fundamental y será ventaja del modelo económico socialista cubano.