Palabras de Sergio González, embajador de Cuba en Perú, en el acto por el 167 aniversario del natalicio del Apóstol José Martí
28 de enero de 2020
Compañeros:
Sirva la ofrenda que acabamos de colocar a los pies del maestro como gesto de desagravio de los cubanos, peruanos y latinoamericanos que le amamos y nos identificamos con su prédica, su ideario y el profundo humanismo que lo distinguió.
A lo largo y ancho de la geografía de Cuba, están teniendo lugar hechos como este, que este año cobran una connotación diferente. Ocurre así como respuesta a la profanación de varios bustos de Martí cometida en La Habana a principios de año por antisociales vinculados a la mafia anticubana de Miami.
Tan inusitada fechoría solo tiene parangón con la de los marines que treparon como monos la estatua del apóstol en visita a la que nuestro pueblo no los invitó en 1949 y con la que se perpetró contra el busto de Mella, en enero de 1953.
Martí es tan universal que, incluso los enemigos de la patria que defendió, pretenden apropiarse de su memoria. No es infrecuente que dirigentes norteamericanos, incluidos los jefes del ejecutivo de ese país, a menudo lo citan o lo invocan. No es casual que la televisión y la radio que trasmiten contra Cuba desde la programación oficial de la Voz de los EEUU tengan su nombre.
Entonces, ¿por qué se instigan estos sucesos? La clave la dio hace unos días Abel Prieto. Dijo: “Al fascismo lo exasperan los símbolos de la emancipación, sobre todo si mantienen su presencia”. Es que la barbarie filo fascista de la actual administración norteamericana ha agotado todas las formas de agresión contra nuestro país en la obsesión por acallar su ejemplo. Sólo le queda atacar nuestros símbolos más sagrados.
En el año transcurrido desde nuestro encuentro anterior en este entrañable paraje de Lima, Washington ha recrudecido su política contra los países que se resisten a su dominación y en especial contra Cuba. Ha aplicado a rajatabla el capítulo III de la Ley Helms-Burton, permitiendo la presentación de demandas contra inversionistas extranjeros ante tribunales estadounidenses a los supuestos dueños o sus descendientes de propiedades nacionalizadas por la Revolución. Es preciso puntualizar: propiedades nacionalizadas en estricto apego a la ley y la práctica internacional. Suspendió los cruceros. Circunscribió los vuelos comerciales y charters a La Habana. Limitó las remesas y los intercambios profesionales y académicos. Hostiga a navieras, aseguradoras y reaseguradoras de tanqueros para cortar el suministro de petróleo y paralizar la economía del país. Persigue con saña la colaboración cubana, en particular – con extraordinaria mezquindad— la de la salud, aunque resulte en la pérdida de valiosos servicios a otros pueblos, como en los casos de Brasil, Ecuador y Bolivia. Todo esto en un clima de mentiras y chantajes sin precedentes, enarbolando las banderas del monroísmo y el macartismo.
Ante esta mesa servida, no falta entonces la mano ejecutora de vasallos, ansiosos de servir al amo imperial, para procurarse un deshonroso pago.
Cuando respondemos así, en Cuba, en el Perú, en cualquier parte del mundo, movilizándonos contra la barbarie, activando nuestras trincheras de ideas, estamos rindiendo el mejor homenaje posible a quien sentenció: “A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre”.
Viva Martí en el 167 aniversario de su natalicio.
Viva el Perú.
Viva Cuba