Breve homenaje al hombre que ilumina

Por: Embajada de Cuba en Vietnam
#VietnamCuba60Años

Pocas horas necesita un extranjero en Vietnam para entender por qué en esta tierra Ho Chi Minh es un nombre sagrado.

A nadie puede ser ajena la grandeza de quien combatió la ocupación japonesa, derrotó al colonialismo francés, fundó una república, un ejército, trazó la estrategia para doblegar a la superpotencia militar estadounidense y devino inspiración de un país reunificado, al que habían escindido las voluntades extranjeras, y no la fisonomía de su cultura.

Pero es en Vietnam, en la interacción con los nobles habitantes de este pueblo, donde el simbolismo del Tío Ho se le revela a uno en toda su dimensión, como fuerza que, incluso más allá de la admiración a un líder histórico, pervive en la moral, en la espiritualidad de millones de personas, como referente supremo de virtud, de amor.

Pensemos, para evocar al venerable Ho Chi Minh, en una definición sobre el sujeto revolucionario en simples palabras del Che: el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor.

Esa fue la brújula de Nguyen Sinh Cung, nacido un día como hoy de 1890 en la aldea de Kim Lien, en la actual provincia de Nghe An, a quien la posteridad recordaría como Ho Chi Minh “el que ilumina”.

Su ejecutoria transitó entre la compulsión perenne por la redención de su patria y el empeño por elevar la estatura cívica y humana de su pueblo, en lo que muchos atisban convergencias con José Martí, otro humanista cabal caído en llanos del oriente de Cuba, exactamente el día en que cumplía cinco años de vida el artífice de la independencia vietnamita.

Ho Chi Minh siempre fue un hombre sencillo, al punto de encarnar uno de los ejemplos más paradigmáticos de austeridad que recoge la historia de los grandes estadistas. Con la misma humildad del joven que se enroló en un barco francés como simple marino mercante y ayudante de cocina, condujo los destinos del país cuya victoria sacudiría el siglo XX con fuerza telúrica.

En los centros más cosmopolitas -Francia, EE.UU., Inglaterra-, se fue moldeando el intelectual orgánico que a su vuelta al país galo, a fines de 1917, se incorporó a la lucha por la liberación de las colonias asiáticas y africanas, como aliado del Partido Socialista de Francia.

Debutó en el Partido Comunista de aquel país luego del triunfo de la III Internacional y de Vladimir I. Lenin en Rusia, referencia esencial para el pensamiento revolucionario del joven vietnamita, fundador del Partido Comunista de Indochina que guiaría el movimiento revolucionario contra Japón, Francia y Estados Unidos.

El Secretario General del Partido de los Trabajadores, fundador y Presidente de la República Democrática de Vietnam, cerró sus ojos el 2 de septiembre de 1969, cuando estaba por llegar aun lo que él consideraba la victoria definitiva: la reunificación del Norte y el Sur.

Proféticamente, escribió antes de partir: “en la lucha patriótica contra la agresión norteamericana, en realidad tendremos que soportar más dificultades y sacrificios, pero estamos seguros de que obtendremos la victoria total (…) Mi último deseo es que todo nuestro Partido y pueblo, unido estrechamente en la lucha, construya un Vietnam pacífico, unificado, independiente y próspero, y haga una valiosa contribución a la Revolución mundial”.

Así se cumplió. El fracaso imperialista y la caída de Saigón abrieron una nueva época.

A 130 años del natalicio de Ho Chi Minh, Vietnam encausa su Renovación hacia el sueño de un país “diez veces más bello”, con el liderazgo del Partido Comunista y el magisterio del hombre que ilumina.

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